Canciones de Schubert

[Lieder]. Son cerca de seiscientas composiciones para pia­no y canto sobre poesías de ochenta y cin­co poetas, entre los cuales Goethe, Rückert, Collin, Schiller, Uhland F. Schlegel, Heine, Reil, Müller, Rellstab, y que Franz Schu­bert (1797-1828) compuso en diversas épo­cas de su vida, desde 1814 hasta su muerte. Algunas están coleccionadas en ciclos: La bella molinera (v.), Viaje de invierno [Winterreise, 1827], ambos sobre poesías de Wilhelm Müller; El canto del cisne [Schwanengesang] última obra de Schubert, sobre texto de varios poetas. Si bien no puede llamársele el creador de este género musi­cal, Schubert fue, sin embargo, el que, por vez primera, elevó a un áureo esplendor la «canción» o «Lied», composición vocal solística, típicamente alemana, nacida a princi­pios del siglo XVII, abandonada después y vuelta a cultivar en el siglo XVIII. Man­tenido en la sombra por el predominio del «aria», el «Lied» había vuelto a florecer entre el pueblo, fijándose en su forma es­trófica. Schubert, precedido en la consi­deración artística del «Lied» por Mozart, Reichardt y otros menores, bebe abundan­temente en la rica tradición popular, aun­que elaborándola de manera libre y personal por haber vivido en la época en que el Romanticismo, en su período primero y más genuino, había creado una nueva for­ma de poesía lírica, que tendía por su misma estructura a ser integrada por la música, Schubert supo conseguir un per­fecto equilibrio en la fusión de música y poesía.

Todos los elementos que amaba el Romanticismo se encuentran en sus can­ciones; la tenue y vaga melancolía, la as­piración al infinito, la exaltación de la mu­jer amada, el sentimiento de la naturaleza y el de la muerte. Romántico es también su acercamiento al arte popular alemán, que halla correspondencia en la poesía y en la literatura coetáneas; romántico es, en fin, el extraordinario relieve dado a la me­lodía, el elemento que todos, de Wackenroder a Hoffmann, llaman primero y esen­cial en la música. En Schubert, efectivamen­te, la invención melódica, dulce, espontánea y originalísima, está siempre en la base de la canción; sólo alguna vez, para conseguir determinados efectos, la armonía obtiene predominio: por ejemplo en La Muerte y la doncella (v.). Adquiere también gran importancia la parte del piano; ya no es un mero apoyo de la voz, sino que cons­tituye el comentario y el fondo del canto, a menudo evoca sonidos v hechos físicos (como en «¿Dónde?», poesía de Müller, en que se figura el correr del arroyo; en la «Trucha», versos de Schubert, cuyos hábi­les seisillos recuerdan los movimientos es­curridizos del pececillo; en «Ganimedes», texto de Goethe; y en «Sueño de Primave­ra», donde se oyen el ruiseñor y el cucli­llo); siempre por medio del acompañamiento se determinan de modo preciso el ambien­te y el clima lírico. Toda «canción» es un breve poema perfecto en su equilibrio y en su concisión, ya siga la forma estrófi­ca popular, ya se modele libremente en las palabras del texto. Varia y densa en sus acentos expresivos es la entonación de las Canciones; de la fuerte dramaticidad del «Rey de los silfos» (hacia 1815) sobre versos de Goethe y de «La muerte y la doncella» sobre una poesía de Claudius, se pasa a la angustiada tristeza de «Margarita la hilan­dera» del Fausto (v.) de Goethe, a la lace­rante nostalgia del «Tilo» (perteneciente al ciclo de «Viaje de invierno») o del «Vian­dante» (sobre poesía de Schmidt von Lubeck), o a la fresquísima gracia de «¿Dón­de?» y de la «Rosa silvestre» (Goethe). Schu­bert halló en este género musical la forma más propia de su genio; desde su primera canción, su estilo aparece ya inconfundible, y permanece idéntico, sin cambios ni evo­luciones, hasta sus composiciones últimas.

M. Dona