[Tete d’or]. Drama en tres partes de Paul Claudel (1868-1955), compuesto en 1889 y publicado en París en 1890; la versión definitiva, de 1890-95, apareció en 1901 y se unió a la anterior con fines documentales en 1911, en la primera serie del «Teatro» del escritor. Un aventurero, Simón Agnel, al enterrar a su amada, encuentra a un joven, Cebete, y con él, en la tristeza de la muerte, ansia poderío y gloria en el futuro (Parte I). Pasado algún tiempo, en un antiguo palacio se encuentran un viejo rey y Cebete moribundo; el Estado está en peligro, pero el valor de Simón, ya famoso como general Cabeza de Oro, salva al reino y aleja definitivamente la amenaza de poderosos enemigos. El guerrero vuelve del campo de batalla entre el triunfo popular; no ve límites a su poder y siente que ha de hacer uso de su gloria y fundar una nueva dinastía. Por ello, en la embriaguez del éxito, discute con el rey, a quien pide la corona y por fin lo mata; arroja a la princesa que, vagabunda, va por tierras lejanas, y sofoca la revuelta de los súbditos fieles al soberano muerto, después de lo cual se pone al frente de las nuevas fuerzas del reino. Pero la muerte del joven Cebete entristece el triunfo del conquistador y le advierte de la caducidad de las cosas humanas. De nada sirve ampliar su territorio ni constituirse en nuevo conquistador de Europa, que sabe erguirse incluso contra las fuerzas misteriosas de Asia (Parte II). Al cabo de poco tiempo, efectivamente, en un encuentro con tropas enemigas que querían invadir sus dominios, Cabeza de Oro, inútilmente rey sobre el antiguo trono, ve arruinarse su obra.
Sus regimientos se desbandan y toda su fuerza se deshace. Muy pronto se encuentra solo en el campo de batalla, pero combate heroicamente y con dificultades consigue reunir algunos fugitivos para que puedan reagruparse y volver a la patria a través de la dura estepa. En el crepúsculo es abandonado moribundo en una especie de trono y al caer la noche, mientras se prepara para el viaje supremo, escucha un lamento. Es la princesa, mísera mendiga; crucificada en un abeto por un soldado desertor, pide ayuda. Cabeza de Oro, reuniendo sus fuerzas, la salva arrancando los clavos con los dientes y se arroja a sus pies para no volverse a levantar; y ella, con los brazos destrozados, en un ímpetu de devoción, le coloca sobre el túmulo, le consuela y después muere también ella, a la llegada de unos soldados. Así termina el drama, donde la meditación sobre la vida domina a la azarosa suerte del deseo humano de grandeza; la princesa siente su felicidad («Estoy contenta de que hayas matado a mi padre») sufriendo al lado de Cabeza de Oro y, al conocer la ruina del derrocador de toda ley humana y divina, la necesidad suprema de un orden. La muerte es la gran solucionadora de los enigmas humanos. El drama es bastante complejo por las reflexiones de los personajes, en particular en la primera versión, pero el dibujo simbólico de los «hechos» es sencillo. La obra tiene páginas bastante fuertes por el vigor representativo y el tono lírico, pero se resiente de su planteamiento más doctrinario que dramático, mientras permanece elevado su significado de primer drama en toda la producción teatral del autor. Es típica la representación de Cebete (nombre sacado del interlocutor del Fedón, v., platónico), como muchacho purísimo ante la vida, en un anhelo por la inocencia del mundo; vigorosa, incluso por la referencia a la teoría de Nietzsche (v. Así hablaba Zaratustra), la ficción de Cabeza de Oro que, de conquista en conquista, va «más allá del bien y del mal» hasta el regicidio, pero muy pronto siente la insatisfacción de la fuerza y la ruina de todo poder humano.
C. Cordié
Todos sus personajes son los sueños de su pensamiento, los deseos y las aversiones de su sensibilidad. La cruda exageración de las caricaturas de rasgos recalcados y duros alterna con la abstracción más severa de un diálogo filosófico o con una fantasía poética perdidamente elevada sobre las nubes. (Lanson)
En Tete d’or sólo hay el personaje de Cabeza de Oro y, en este personaje, sólo un estado de gracia heroica glorificado por una poesía inspirada en las Illuminations. (Thibaudet)