[Brutus]. Ensayo de una historia de la oratoria romana compuesto por Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de C.) en el año 46 para reaccionar contra la tendencia de los jóvenes oradores, los cuales, persiguiendo los ideales áticos de una prosa sobria, descarnada y tersa, consideraban que la elocuencia ciceroniana era demasiado ampulosa y enfática. Cicerón obligado a defenderse, escribe este diálogo que supone tiene lugar entre el propio Cicerón, Ático y Bruto, defensor, este último, del aticismo y cuyo nombre dará título a la obra. El diálogo, precedido por una breve introducción de ambiente, y seguido de un epílogo en el cual se exhorta a Bruto a perseverar en los estudios de la elocuencia, trata sucintamente de los oradores griegos, ampliamente de los romanos, divididos en tres grupos correspondientes a tres períodos, a saber: período prehistórico o de los orígenes de Roma, hasta la segunda guerra púnica, pobre en figuras de oradores, y aún éstas pocas, dudosas y gárrulas; período preciceroniano, de la segunda guerra púnica hasta comienzos de la carrera oratoria del autor, período rico en personalidades políticas (Catón, los Escipiones, los Gracos, Craso y Antonio), más o menos empapadas de cultura griega, que intentaron abrirse paso en la vida pública por medio de la elocuencia; período ciceroniano, caracterizado por un mayor estudio de los modelos griegos y más difundida cultura pública.
Hortensio y Cicerón son los mayores representantes de este período; pero tampoco se olvida a los aticistas, como Calvo y César, los cuales cuidaron en primer lugar la elegancia de la elocución, la pureza de la lengua y la claridad de la frase, pero en realidad resultaron ser descarnados y áridos, y conquistaron con mucha dificultad el gusto del público. Si por una parte su modelo era Lisias, Cicerón, por otra parte, les oponía otro orador, ático también, Demóstenes, que alcanzaba estilísticamente mayor grado de perfección. Escrito substancialmente polémico y ocasional, el Bruto es la historia de la elocuencia latina más preciosa y copiosa que poseemos. [Trad. de M. Menéndez Pelayo, en Obras completas, tomo II (Madrid, 1880)].
F. Della Corte