Drama en cinco actos del noruego Henrik Ibsen (1828-1906), compuesto entre Roma y Ariccia en 1865 y publicado en 1866. Brand, sacerdote de una religión aún no bien determinada, lucha contra los hombres entre los cuales vive, en una época de la que pudo escribir Kierkegaard: «Deja que los demás se quejen de que los tiempos son malos; yo me quejo de que son miserables porque carecen de pasión». La divisa de Brand es «todo o nada», ser uno mismo intransigentemente, o instinto o voluntad, o darse a Dios o al demonio, sin compromisos de ninguna clase. El compromiso es su mayor enemigo porque crea en las conciencias de los hombres los repliegues más peligrosos. Y Brand no se doblega al compromiso. Deja morir a su madre sin consuelos religiosos porque no se ha arrepentido de su avaricia. Deja morir a su hijo porque siente que alejarse del lugar gélido donde vive sería faltar a su deber. Exige que la mujer abandone los queridos objetos que le recuerdan la dulce vida sacrificada por ella. Y cuando también la mujer ha muerto, él, que ha renunciado definitivamente a todo y no puede ya temer las insidias del corazón, se siente en situación de iniciar su verdadera obra, que consiste en llevar a los hombres la nueva ley. Con el dinero pecaminoso heredado de su madre hace construir una nueva iglesia. Pero no llega a consagrarla porque advierte que entre aquellos muros no puede estar la casa de Dios. Se desgañita contra la religión vulgar, anuncia el nuevo verbo. El pueblo le escucha, se entusiasma, pero luego se rebela y lo lapida. Así vuelve a estar solo. Recuerdos queridos le tientan: de la casa, del hijo. En la tempestad de nieve, entre las montañas, un fantasma con el aspecto de su mujer se le aparece y le promete que recobrará los bienes perdidos si renuncia a su «todo o nada». Brand no se doblega: «¿Le basta a un hombre, para salvarse, luchar con todas sus fuerzas?» grita al cielo mientras el alud le arrastra.
Y una voz oculta responde: «Dios es caridad». Drama severo, sin dudas, que cada vez más alcanza tonos altos y solemnes; pero en conjunto, obra amarga. Se ha dicho que es el poema de la Crítica de la razón práctica. Extraña afirmación si se considera que Brand se salva sólo cuando le falta la proterva voluntad de proclamar y obedecer a la ley no bien definida en la cual se puede representar el imperativo categórico de Kant. En realidad Brand es un personaje, más que oratorio, impreciso; oscila, como ha observado Croce, entre el héroe y el fanático. Ibsen aquí no está todavía maduro, como no lo está en el drama que escribió al año siguiente, Peer Gynt (v.). Sin embargo hay quien considera el Peer Gynt como su obra maestra, y quien proclama como tal a Brand. Por algo en el último drama de Ibsen, Al despertar de nuestra muerte (v.) el escultor Rubek demuestra que no se hace ilusiones sobre la comprensión de muchos que le admiran. [Trad. española de P. Pellicena (Madrid, sin fecha)].4
G. Lanza
La dramaturgia de Ibsen es, en sus raíces, una dramaturgia más religiosa que ética o estética y no es fácil que la sientan en toda su fuerza quienes no han pasado de la concepción estética a la cumbre de la ética. (Unamuno)