Danza española que inspiró a muchos compositores, y que parece haber sido creada en 1780 por el bailarín Cerezo. En su forma original, el «bolero» es un movimiento en 3/4 sobre el cual se mueve la danza, acompañando el paso con el canto y las castañuelas. Entre los primeros que escribieron obras musicales con este título, debemos mencionar a Juan Murguía (1758- 1836) que compuso un Bolero a dos voces, y Fernando Sors (1778-1839), famoso guitarrista, que también nos ha legado un Bolero a tres voces. Durante el siglo XIX esta forma de danza fue usada por numerosos compositores; por Étienne Nicolás Mehul (1763-1817) y Cari Maria von Weber (1786- 1826); por Frédérich Chopin (1810-1849), que escribió un Bolero en do mayor, op. 19, en 1834, aunque sin crear con él una de sus mejores páginas para piano; por Daniel Aubert (1782-1871). El más célebre Bolero de Maurice Ravel (1875-1937), realizado coreográficamente por Ida Rubinstein en la ópera de París en 1928. La composición de Ravel es indudablemente la mejor de todas las precedentes inspiradas en esta danza. La forma del Bolero raveliano y su construcción armónica son muy sencillas: un movimiento de danza moderada y uniforme, un único tema que pasa de un instrumento a otro, siempre subrayado por el ritmo obstinado del tambor, una sola modulación hacia el final de la pieza.
Del pianísimo inicial y la melodía expuesta por la flauta se pasa gradualmente al máximo de la sonoridad con la progresiva entrada y superposición de los diversos instrumentos de la orquesta. Para enriquecer las posibilidades de timbres, Ravel añade al efectivo de la orquesta varios instrumentos de uso poco frecuente: oboe de amor, clarinete pequeño en mi bemol, trompa pequeña en re, y tres saxofones. Según refiere Roland-Manuel, biógrafo de Ravel, éste, en la primera audición de Bolero bajo la dirección de Walter Strazam, observó: «He aquí una pieza que será difícilmente incluida en los programas de los conciertos sinfónicos». Pero, por el contrario, el Bolero ha dado rápidamente la vuelta al mundo y ha obtenido un éxito popular que no solamente el autor no preveía, sino que tal vez ni siquiera hubiera deseado. En efecto, esta composición, si por medio de un infalible dominio del oficio, revela mucho ingenio y una sutil ironía, es quizás la menos adecuada para delinear la fisonomía musical del compositor francés.
L. Colombo