Con este nombre, que en griego significa «los libros», se designa la colección de libros sagrados, inspirados por Dios, fundamento del Cristianismo. Términos equivalentes son Sagradas Escrituras. Los autores humanos que la escribieron, desde Moisés a San Juan Evangelista, el último escritor sacro inspirado, no fueron sino instrumentos en manos de Dios. Contiene la mayor parte de la revelación divina, o sea, de las verdades naturales y sobrenaturales que Dios quiso dar a conocer al hombre. Los libros que componen la Biblia forman dos grupos distintos llamados «Antiguo» y «Nuevo Testamento».
El «Antiguo Testamento» comprende los libros anteriores a la venida de Jesús: se pueden subdividir en libros históricos, los cinco primeros de los cuales forman el Pentateuco (v.): Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, Reyes, Paralipómenos, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester, Macabeos; libros didácticos: Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Sabiduría, Eclesiásticos; y libros proféticos: Isaías, Jeremías, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amos, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonias, Ageo, Zacarías, Malaquias (v. estos títulos). Las Biblias católicas los contienen todos. Los que faltan en las Biblias hebraicas son llamados deuterocanónicos, es decir, incluidos en una segunda etapa en el canon: Baruc, Tobías, Judit, Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, fragmentos de los libros de Ester y de Daniel. Estos libros no son aceptados por los protestantes, y por esto los denominal apócrifos. La lengua original de los libros del “Antiguo Testamento” es, en su casi totalidad, la hebrea. Sólo algunas partes fueron escritas, y así nos ha llegado, en lengua aramea. Los siete libros deutorocanónicos de Daniel y Ester nos son conocidos en lengua griega; pero exceptuando el segundo libro de los Macabeos y el libro de la Sabiduría, el original debía ser hebreo. La versión griega del “Antiguo Testamento” que se encomienda por su antigüedad y su autoridad, es la llamada Alejandrina, por haber sido hecha en Alejandría de Egipto, o de los Setenta, porque la tradición quiere que el número de traductores fue setenta o, con mayor exactitud, setenta y dos. Fue escrita entre 301 y el 150 a. de C.
La edición “hexaplaris” o “Héxapla” (v. más abajo) es el trabajo monumental debido a Orígenes que consagró a ella más de doce años, de 228 a 240 d. de C. El gran escritor dispuso todo el “Antiguo Testamento” en seis columnas; la primera contenía el texto hebreo en caracteres hebraicos, la segunda el texto hebraico transcrito en caracteres griegos, la tercera y siguientes, por este orden, las versiones de Aquilas, de Simaco, de los Setenta, de Teodoción. El precioso manuscrito se conservaba en la biblioteca de Cesarea, donde lo consultaron entre otros, Eusebio y San Jerónimo. La desaparición parece remontar a la invasión árabe, en el siglo VII. Entre las versiones hay una de la cual se insiste en que fue llamada por San Agustín “la versión Itala”, y que él parece recomendar de modo especial. En 383 San Jerónimo da una primera traducción latina de los Salmos, corrigiendo la “Antigua latina”, o sea Itala (v. más abajo), con uno de los buenos textos que él había conocido de la versión alejandrina. Esta primera versión de los Salmos fue adoptada enseguida por la Iglesia de Roma. Por esto recibió el nombre de Salterio Romano. Hoy, en San Pedro de Roma, en la Iglesia Ambrosiana y en partes litúrgicas del Misal Romano, se usa todavía la primera versión de San Jerónimo. En 392, San Jerónimo hizo una segunda versión que hoy se conoce con el nombre de Salterio Galicano. En el siglo XVI este Salterio fue acogido por toda la Iglesia latina. A los treinta años, San Jerónimo se aplica al estudio del hebreo y puede atreverse a traducir los libros sagrados directamente de sus originales. La traducción de la Biblia al latín realizada por San Jerónimo, tomó el nombre de Vulgata (v. más abajo). En el concilio de Trento (1546) la Iglesia por expreso decreto, declaró la Vulgata «auténtica», verdadera expresión de la revelación.
El «Nuevo Testamento» comprende los libros que fueron escritos después de la venida de Jesús, desde el año 45 al 100, todos en lengua griega, a excepción del Evangelio de San Mateo (v.), que un testimonio patrístico dice que originariamente fue escrito en arameo. De estos escritos resulta la Nueva Alianza que Dios Padre, por medio de su Divino Hijo, concede a la humanidad entera que creerá en Él. El número de los libros del «Nuevo Testamento» asciende a veintisiete: Evangelios de San Mateo, de San Marcos, de San Lucas y de San Juan; Hechos de los Apóstoles (v.); 14 Epístolas (v.) de San Pablo (a los Romanos, I a los Corintios, II a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, I a los Tesalonicenses, II a los Tesalonicenses, I a Timoteo, II a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos), 7 Epístolas llamadas católicas (de Santiago, I de San Pedro, II de San Pedro, I de San Juan, II de San Juan, III de San Juan, de San Judas); y, en último lugar, el Apocalipsis de San Juan (v. estas voces). Si tenemos en consideración la naturaleza de los escritos neotestamentarios, hallaremos la misma división ya señalada para los libros del Antiguo Testamento; libros históricos; Evangelios, y Hechos; libros didácticos; Epístolas paulinas y católicas; libro profético; Apocalipsis. Todos estos libros la Iglesia Católica los considera sagrados y este número de 27 estaba fijado desde 393 d. de C. en el Concilio de Hipona. Los concilios siguientes (citemos únicamente el Tridentino y el Vaticano), se pronunciaron a favor de su canonicidad e inspiración. Pero, en los primeros siglos de la era cristiana, algunos libros no eran considerados auténticos y eran llamados deuterocanónicos: Epístola a los hebreos, II y III de San Juan, la de Judas y el Apocalipsis de San Juan. De éstos la mayor parte era aceptada por los Padres Apostólicos, y en la primera mitad del siglo II, y sólo se tenía alguna duda acerca de la II de Pedro.
Todos los hagiógrafos neotestamentarios, con excepción de San Lucas, eran judíos y escribieron los libros sagrados en una lengua que no era la propia. Este hecho se explica por el propósito de los escritores sagrados de penetrar en el mundo pagano helenista invitado a formar parte del nuevo reino mesiánico. La lengua neotestamentaria es la lengua vulgar, de la que conservamos tantas inscripciones profanas. Los mejores y más antiguos manuscritos que contienen parte del «Antiguo» y todo el «Nuevo Testamento» son: el Códice Sinaítico del siglo IV; el códice Alejandrino del siglo V; el Códice Vaticano del siglo IV; el códice de Efrén, escrito (palimsesto) en el siglo V. Descubrimientos recientísimos nos dan, con todo, la certidumbre de que los cuatro primeros Evangelios estaban ya escritos y eran conocidos en Egipto en la primera mitad del siglo II. Una distinción muy importante de los sentidos escriturísticos es la que existe entre el sentido «literal» según el vocablo, y «real» según la cosa, el individuo, el acontecimiento. El sentido real, llamado también «típico» o «místico», se halla en los pasajes en que por medio de individuos, de cosas, de acontecimientos históricos, llamados típicos, se alude a otros individuos, otras cosas, otros acontecimientos históricos llamados antetípicos. Así, el Cantar de los Cantares (v.) sólo tiene un sentido típico; en el «Nuevo Testamento», Adán es el tipo de Jesús (cfr. Rom. 5, 14); el cordero pascual es el tipo de Jesucristo clavado en la Cruz (cfr. Juan. 19, 36); el maná es el tipo de la Eucaristía (Juan, VI, 30 y siguientes); la liberación del pueblo hebreo de la servidumbre de Babilonia es el tipo de la liberación espiritual operada por Cristo (Is. XLV). El sentido literal es el expresado directamente por medio de la palabra misma y se divide en sentido propio y metafórico, al igual que en los autores profanos. En cuanto a la materia, ambos sentidos pueden ser: histórico, profético, alegórico o dogmático, tropológlco o moral y anagógico según anuncien hechos o profecías, verdades que hay que creer, practicar o los bienes futuros que hay que esperar.
G. Boson
Libro único y divino cuyo lenguaje es, por decirlo así, un producto de la Naturaleza, como un árbol, como una flor, como el mar, las estrellas y el hombre mismo. Todo en él fluye, brilla, murmura, sonríe o truena. Es verdaderamente la palabra de Dios. (Heine)
* La Héxapla o Séxtupla es la más célebre obra filológica del teólogo y filósofo alejandrino Orígenes (185-254?). Consistía en una imponente perspectiva del Antiguo Testamento en columnas paralelas (generalmente seis, de donde el título de séxtuplo), según el texto hebreo – col. 1-, su transcripción en letras griegas – col. 2 -, la versión griega de Aquila, cristiano vuelto al judaísmo – col. 3 de Símaco, un judaizante – col. 4 -, la versión llamada de los Setenta, oficial para los judíos helenísticos y para los cristianos de lengua griega – col. 5 -, de Teodoción – col. 6 -; cuando existían otras versiones, además de las recordadas (como, por ejemplo, los Salmos), éstas eran añadidas en una séptima y octava columna, así como, viceversa, a veces eran suprimidas las dos primeras columnas, para dar una edición reducida a las cuatro columnas restantes («tetrapla»). El objeto de este trabajo, que había de ocupar cerca de 6.500 páginas, consistía en dar una edición crítica de la versión de los Setenta. Con tal fin, Orígenes indicaba las «variantes» entre el texto de los Setenta y el hebreo, señalando con obelos (_i_) los pasajes que faltaban en el texto hebreo que se habían añadido al griego, y con asteriscos (*) los pasajes del texto hebreo que no se hallaban en la versión griega. Con este método, se proponía revisar la versión de los Setenta y restaurarla en su prístina pureza. Esta obra se conservó en la biblioteca de Cesa- rea (Palestina), probablemente hasta el siglo VII y fue consultada y apreciada por muchos doctos, entre ellos San Jerónimo, autor de la revisión de la traducción latina que ha llegado a ser oficial en la Iglesia católica. Su texto de los Setenta fue también reproducido por copistas, dando lugar a la recensión que se llama precisamente «Hexaplar». Su importancia en los estudios bíblicos de la antigüedad cristiana ha sido fundamental: puesto que, no sólo atestigua la viva sensibilidad crítica de este docto quien, sin embargo, se inclinaba a la interpretación alegórica — hasta el punto de convertirse en maestro y jefe de escuela —, sino que también la necesidad que tenía la Iglesia antigua de establecer un texto seguro de su libro sagrado, amenazado por variantes tendenciosas e interpolaciones de las numerosas sectas gnósticas. De la obra perdida han llegado hasta nosotros fragmentos recogidos también recientemente en dos grandes volúmenes por el teólogo inglés Frederick Field (Oxford, 1867-75); un fragmento héxaplar completo figura en palimpsesto ambrosiano descubierto por Giovanni Mercati.
M. Bendiscioli
* Con el nombre de Itala se designa una de las primeras versiones sistemáticas de la Biblia del texto griego al latín, realizado en la Europa Occidental por diversos autores, todos anónimos, entre los siglos II y III y que llegó a ser de uso común en Italia. Mediante el nombre de Itala se distingue de la Afra, la versión de la Biblia que circulaba en el África cristiana, y que diverge de la Itala de modo especial en la traducción de los vocablos griegos, que en la Itala es más conforme a la índole de la lengua latina. El nombre de Itala remonta a San Agustín que declaró que esta versión era preferible a las demás por su exactitud.
* Tanto la Itala como la Afra, forman parte de la serie de versiones latinas de la Biblia realizadas antes de la versión de San Jerónimo que se acostumbraba designar con el título general de Vetus Latina. De ésta y probablemente también de la Itala se valió San Jerónimo para su célebre Vulgata adoptándola en parte íntegramente, y en parte para los libros del «Nuevo Testamento» limitándose a corregirla sobre el texto griego.
E. Alpino
* La Vulgata (Editio Vulgata) es la versión latina de la Biblia usada en la Iglesia Católica; obra en su mayor parte, de San Jerónimo (347-420 aprox.). La expresión «vulgata» era atribuida, también por San Jerónimo a la traducción griega de la Biblia llamada de los «Setenta», y es traducción del griego xoiv7j . Este uso se mantiene aún en la Edad Media. Roger Bacón (1214-1294) atribuyó el nombre por primera vez a la versión de San Jerónimo, y ese uso adoptado por Erasmo de Rotterdam, en la época de la Reforma, fue definitivamente consagrado por el Concilio de Trento en el decreto de 18 de abril de 1546 que declaró «auténtica» la versión de San Jerónimo. Hacia el final del siglo IV se manifestó la necesidad de una revisión de la antigua traducción latina de la Biblia (versión conocida con el nombre de Antigua latina [Vetus latina]) que, por el estado de los códices, por los numerosos errores de los copistas, por la confusión ocasionada por gran número de versiones independientes estaba en condiciones deplorables. El papa San Dámaso encargó a San Jerónimo, a la sazón en Roma, que revisara la Vetus latina. El primer trabajo de revisión de los cuatro evangelios se publicó en 383; inexorable en todo cuanto se refería al sentido, San Jerónimo, en esta primera revisión sólo hizo unos pocos retoques formales. No es seguro, pero casi todos están de acuerdo en admitirlo que, en el mismo año o poco después, revisó de manera ciertamente más apresurada, también el resto del Nuevo Testamento (esto es, los Hechos de los Apóstoles, Las Epístolas, El Apocalipsis). Ciertamente llevó a cabo la revisión del libro de los Salmos, de la cual procede el Salterio llamado Romano, porque fue introducido por San Dámaso en la liturgia romana.
Cuando volvió a Oriente, San Jerónimo tuvo conocimiento del texto bíblico llamado Hexaplar, obra de Orígenes, quien en seis columnas (de ahí el nombre, Héxapla), había dispuesto sinópticamente: el texto hebreo del Antiguo Testamento en caracteres hebreos, el mismo transcrito en caracteres griegos, la traducción griega del judío Aquilas, la traducción griega del judío Símaco (contemporáneo de Septimio Severo), la traducción griega de los Setenta y, en fin, la del judío Teodoción (180 d. de C.). A base de aquel texto, Jerónimo inició una nueva revisión del Salterio que fue llamado Gálico (386) por haberse difundido principalmente en la Galia, y que más tarde vino a ser el Salterio de la Vulgata; sobre el texto Hexaplar de Orígenes revisó la antigua versión latina del libro de Job, de los proverbios, del Eclesiastés, del Cantar de los Cantares, de los Paralipómenos; pero esta revisión, salvo para el Salterio y el libro de Job, no ha llegado hasta nosotros. Hacia 390, también en Palestina, San Jerónimo concibió el arduo propósito de traducir todo el Antiguo Testamento directamente de su original hebreo, abandonando todo intermediario más o menos infiel, y llevó a cabo la empresa en unos catorce años de duro trabajo. Comenzó por los libros de Samuel y de los Reyes (390-391). Después tradujo los Salmos (pero esta traducción nunca consiguió suplantar al Salterio Gálico), los Profetas, y Job (392-393); después Esdras y las Crónicas (394-396). Por haber caído enfermo no reanudó su trabajo hasta 398 con los Proverbios, continuándolo con el Eclesiastés y el Cantar. La fecha del Pentateuco es incierta (alrededor de 401); en 405 tradujo Josué, Jueces, Rut, Ester y, del arameo, las ediciones deuterocanónicas de Daniel, los libros de Tobías y de Judit. Dio de lado, porque los consideraba no canónicos o dudosos, la Sabiduría, el Eclesiástico, Baruc, con la epístola de Jeremías, los dos libros de los Macabeos y el tercer y el cuarto libro de Esdras. Todos estos libros entraron en la Vulgata en la traducción Vetus latina. En cuanto a las adiciones deuterocanónicas al libro de Ester hay alguna incertidumbre; la que poseemos en la Vulgata es quizá la revisión que hizo San Jerónimo sobre el texto griego Hexaplar de Orígenes.
En conclusión, la Vulgata tal como hoy la poseemos; se compone de cuatro partes: libros en los cuales San Jerónimo no puso en absoluto las manos y que están representados por la versión Vetus latina (los deuterocanónicos ya indicados); libros que San Jerónimo revisó sobre la versión Vetus latina (el Nuevo Testamento); libros revisados por San Jerónimo, sobre el texto hexaplar de Orígenes (los salmos y tal vez las adiciones de Ester), libros que tradujo directamente del original hebreo (el resto). Esta última parte representa casi las tres cuartas partes del total. La versión no tiene toda ella igual valor ni homogeneidad; el mismo San Jerónimo nos dice que quiso traducir el original con fidelidad pero no servilmente, más atento al sentido de las palabras originales que a su significado literal; «non verbum de verbo, sed sensum exprimere de sensu». Su latín es claro y correcto, ya que se conservan los términos consagrados por el uso; para este fin San Jerónimo hizo uso de hebraísmos, helenismos o de expresiones sacadas del latín vulgar. De todos modos la versión supera con mucho a todas las precedentes y ha tenido excepcional importancia en la historia de la difusión de la Biblia; las antiguas versiones bíblicas en lenguas vulgares (baste citar la inglesa de Wycliffe) están todas hechas sobre la Vulgata que es todavía el texto oficial de la Iglesia Católica. Esto no quiere decir que la versión fuese acogida en seguida con favor; no le fueron escatimadas críticas (incluso por parte del mismo San Agustín, por lo que se refería a la traducción directa del hebreo del Antiguo Testamento), y durante tres siglos hubo de disputar el terreno a la Vetus latina. Con la Reforma y al consolidarse los estudios filológicos, la polémica y las críticas se hicieron más ásperas. El ya citado decreto del Concilio de Trento — que por otra parte, tiene valor disciplinario pero no dogmático, y por lo tanto, es revocable — estableció textualmente «esta antigua y divulgada edición, aprobada en la misma Iglesia por larga costumbre secular, en las lecciones, disputas y predicaciones públicas, debe considerarse auténtica» en el sentido de «oficial» e inmune de errores tocantes a la fe y a la moral: «nadie que se atreva ni intente con pretexto alguno rechazarla». Además, el 30 de abril de 1934, la Comisión Bíblica estableció que las traducciones en lengua moderna de las Epístolas y de los Evangelios que se leen o se dan a leer en la Iglesia deben ser hechas no sobre los textos originales, sino sobre la Vulgata. La Iglesia Católica, por otra parte, ha sentido la necesidad de dar de la Vulgata un texto seguro, fiel y oficial; y esto a consecuencia de las erratas que se han introducido en el texto a través de la sucesión de las copias manuscritas y después de las impresas.
La revisión fue iniciada por Paulo III (1548). Sixto V (1585-1590) mandó preparar y publicar (1590) un texto (la llamada Vulgata Sixtina) de la Vulgata; que tanto en el uso público como en el privado debiera ser considerado como el iónico auténtico. Clemente VIII reanudó el trabajo de su predecesor y publicó (1592) un nuevo texto oficial (la llamada Biblia Clementina). Dos barnabitos italianos del siglo pasado, Luigi Ungarelli y Cario Vercellone, se dedicaron a recoger los materiales para una nueva corrección. Su trabajo (Varié lectiones Vulgatae Bibliorum editionis, 2 vols. Roma, 1860-64) quedó interrumpido en el libro de los Reyes por la muerte (1896) de Vercellone, y fue reanudado por la Santa Sede que encargó de ello a la Orden Benedictina. Han sido ya publicados por obra de Dom Henri Quentin los primeros volúmenes (Génesis, Éxodo, Levítico) del nuevo texto.
M. Niccoli
* La Políglota Complutense o Biblia Políglota de Alcalá es la primera edición políglota de la Biblia impresa en el mundo y uno de los monumentos más egregios de la erudición española del Renacimiento. Fruto de la labor conjunta de un grupo de humanistas y eruditos de la universidad de Alcalá, fue concebida por la voluntad tenaz de su fundador el Cardenal Ximénez de Cisneros, que costeó su publicación y eligió hábilmente a sus colaboradores. La Políglota consta de seis gruesos volúmenes en folio y en ella se incluyó además del texto hebreo, el griego de los Setenta, el Targum arameo de Oukelos, uno y otro con traducciones latinas interlineales, y la Vulgata. Los trabajos preparatorios duraron diez años. La parte hebrea y aramea corrió a cargo de los judíos conversos Alfonso de Zamora, Pablo Coronel y Alfonso de Alcalá. El texto griego fue establecido por el cretense Demetrio Ducas, Hernán Núñez, el Pinciano y Antonio de Nebrija que intervino especialmente en la corrección de la Vulgata. Códices hebreos había en abundancia en España, antiguos, y de gran autoridad, procedentes de las sinagogas, donde se había conservado floreciente la tradición rabínica. Tampoco faltaban buenos códices latinos, pero no los había griegos y fue preciso pedirlos al papa León X, que facilitó liberalmente los códices de la Biblioteca Vaticana, enviándolos en préstamo a Alcalá donde fueron cuidadosamente transcritos. Para fundir los caracteres griegos, hebreos y arameos por primera vez en España, vino el famoso impresor Arnao Guillén de Brocar, quien en menos de cinco años imprimió los seis tomos en folio de que consta la obra. Llena los cuatro primeros el Antiguo Testamento, el quinto el Nuevo Testamento con texto griego y el latino de la Vulgata, y el sexto es de gramáticas y vocabularios, hebraico, arameo y griego.
La impresión estaba acabada en 1517, pocos meses antes de la muerte de Cisneros, pero no entró en circulación hasta 1520, de cuya fecha es el breve de León X autorizando su divulgación. Aun cuando la Políglota Complutense es un verdadero monumento de la erudición bíblica del Renacimiento y uno de los más brillantes frutos de la ciencia española, no era ni podía ser definitiva. Los helenistas censuraron el texto griego del Nuevo Testamento, que siendo el primero impreso en el mundo (1514) se conoció posteriormente a la edición preparada por Erasmo, impresa en 1516, y desde aquel momento se dividieron los pareceres de los doctos; unos a favor del texto griego de la Políglota, otros por el texto de Erasmo. En realidad, como señaló certeramente Menéndez Pelayo, ambos adolecían de no leves defectos, como fundados en códices relativamente modernos y todos de la familia bizantina. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que Erasmo, en la quinta y sexta edición de su Nuevo Testamento introdujo algunas correcciones tomadas de la Complutense reconociendo implícitamente la mayor autoridad de aquel texto. Así y todo, a la luz de la perspectiva histórica, de la distancia de más de cuatro siglos, la Políglota Complutense se yergue como un monumento gigantesco de la erudición bíblica, y como el primer esfuerzo consciente de la crítica aplicada a los textos sagrados en la Europa del Renacimiento. La circunstancia de ser la primera Biblia políglota impresa en el mundo, y el esfuerzo titánico que representa tal empresa, justifican el dictado de «milagro del mundo» con que fue celebrada por todos sus contemporáneos.
* La Biblia Políglota o Biblia Regia de Amberes es obra de la portentosa erudición del gran humanista y hebraísta Benito Arias Montano (1527-1598) quien dirigió su edición por encargo de Felipe II. Basándose en la Políglota Complutense, el autor introdujo numerosas correcciones en la versión y en el texto, la adicionó con nuevos códices y con una serie de importantísimos estudios de arqueología bíblica. Aprobada favorablemente por el P. Juan de Mariana, la Biblia Poliglota de Amberes apareció en ocho volúmenes desde 1560 a 1573 influyendo decisivamente en las políglotas posteriores.
* Las versiones más importantes de la Biblia en lengua castellana son: la Biblia de los judíos o Biblia de Ferrara (Ferrara, 1553), primera versión completa impresa en castellano, excesivamente literal de estilo arcaico e intolerables hebraísmos que afean el lenguaje. Mucho más importante es la del morisco granadino de tendencias heterodoxas Casiodoro de Reina (Basilea, 1569) que invirtió doce años en su empresa. La más conocida de las versiones heterodoxas de la Biblia es la de Cipriano de Valera (Amsterdam, 1602), que es una reproducción con escasas variantes de la traducción de Casiodoro de Reina, con enmiendas y notas propias. En general C. de Valera mejoró el trabajo de su predecesor y su Biblia, como texto lingüístico, tiene el carácter de autoridad clásica. Modernamente ha sido reimpresa infinidad de veces por las Sociedades Bíblicas, pero alterada y modernizada en el lenguaje. La primera traducción castellana ortodoxa de la Biblia católica es la muy mediocre del P. Felipe Scio de San Miguel (Valencia, 1791-1793). Posteriormente aparece la de Félix Torres Amat (Madrid, 1823-25).
* La Biblia de Ulfila es la traducción hecha a la lengua gótica por Ulfila (forma helenizada del nombre gótico Wulfila), obispo arriano de los godos del bajo Danubio (alrededor de 311-383), de la cual poseemos diversos manuscritos, todos procedentes de Italia, donde probablemente fueron redactados durante la dominación ostrogoda (489- 555). El más importante de ellos —187 folios — es el llamado «Codex argenteus» de Upsala, que fue descubierto en Werden cerca de Colonia; y después depositado en Praga, de donde se lo llevaron los suecos en 1648 y lo regalaron a la reina Cristina de Suecia; está escrito en pergamino colorado con púrpura y letras de plata, con iniciales de oro; otros manuscritos descubiertos en un palimpsesto de Wolfenbüttel — el llamado «Codex Carolinus» —, en la Universitaria de Riesen, en la Ambrosiana de Milán y en Turín son de menor importancia. Todo lo que nos queda de la traducción de Ulfila está constituido por extensos e importantes fragmentos del «Nuevo Testamento», la segunda Epístolas a los Corintios (v.), párrafos de la Epístola a los Romanos (v.), las epístolas paulinas, un comentario al Evangelio de San Mateo (v.) y un fragmento de calendario, además de tres breves fragmentos del «Antiguo Testamento». Ulfila tradujo directamente del texto griego, muy posiblemente del texto que entonces estaba en uso en Constantinopla donde recibió antes su formación religiosa y más tarde su consagración de obispo. El texto estaba quizás también intercalado de dicciones latinas, y Ulfila lo siguió por lo general servilmente en una prosa gótica mezclada con muchos helenismos y con algún latinismo. Con todo, el problema del texto, en el estado actual de estos estudios, debe considerarse que dista mucho de estar resuelto, también en relación con la complejidad de la empresa a que se dedicó Ulfila.
En efecto, toda una materia ética y religiosa debió hallar expresión en una lengua a la cual eran extraños los caracteres de su abecedario; y él los inventó, y los fijó basándose principalmente en el alfabeto griego y sirviéndose también de signos rúnicos y latinos. La lengua usada por él, el gótico, es la más antigua de las lenguas germánicas que conocemos, de la cual nos han llegado documentos escritos, y conserva todavía las sílabas finales átonas, las formas del dual y de la voz media pasiva. No representa la lengua común hablada por todos los Teutones en el siglo VI, puesto que ofrece substanciales diferencias respecto a los idiomas del norte y del oeste. Según el testimonio de Procopio, era la lengua hablada por los ostrogodos, visigodos, vándalos y gépidos. La importancia de la Biblia de Ulfila para los estudios de historia de las lenguas germánicas es realmente incalculable. Es en efecto, casi increíble cómo el obispo consigue a menudo expresar con exactitud, con perfecta adaptación, en su lengua tosca, el pensamiento —no siempre fácil — del- texto. La Biblia ha sido ciertamente el gran instrumento para la conversión de aquellas gentes al cristianismo. Y, a este respecto, constituye también un documento esencial para conocer las condiciones de cultura de ese mundo rápidamente desaparecido.
M. Pensa
* La más célebre de las versiones modernas es la Biblia de Lutero. El reformador alemán Martín Lutero (1487-1546) quiso dar a su pueblo con esta traducción, el libro fundamental del cristianismo, escrito en su propia lengua, de conformidad con su propio modo de sentir. Antes de la versión de Lutero existían en alemania 14 versiones en alto alemán y en bajo alemán, la más antigua de las cuales era la de Mentel, publicada en 1522 en Halberstadt. La traducción de Lutero tiene sobre todas estas la ventaja de partir de dos nuevos principios sugeridos por el Humanismo, es decir: que en la Biblia se refleja el alma del pueblo a quien sirve, y que su texto ha de ser tomado de sus fuentes más genuinas. Fe nacional y retorno a las fuentes son, pues, los factores de la originalidad de la Biblia luterana. Lutero no tradujo de la Vulgata, sino que remontó al texto hebreo y griego revisado por Erasmo en 1516. La lengua que utilizó es una feliz combinación de todos los elementos que constituían en su tiempo, la lengua hablada por el pueblo alemán. Partió de la cancelaría lengua sajona que él consideraba su lengua materna, pero la temperó con la de la cancelaría bohemio- luxemburguesa enriqueciéndola con la viva y hablada por el pueblo del sur y del norte de alemania, habla que él recogió de los labios de los campesinos, de las mujeres en el mercado, de los niños que charlaban con su madre. En efecto, en su Mensaje sobre el traducir [Sendbrief vom Dolmetschen, 1530] dice: «…no debemos preguntarnos cómo la letra latina deba ser expresada en alemán… sino que debemos interrogar a la madre en casa, a los niños por la calle, al hombre del pueblo en el mercado, y debemos mirarles la boca para ver cómo hablan». Lutero quería hablar al pueblo con la lengua del pueblo, porque su primera necesidad consistía en hacerse comprender por todos. En efecto, la palabra de Dios, que va dirigida a todos, debe poder ser comprendida por todos. En ello reside la fuerza de su Biblia y una de las causas de la victoria del protestantismo en vastas zonas de alemania, añadida naturalmente a la invención de la imprenta. La tenacidad con que Lutero atendió durante más de doce años a su gigantesca obra, utilizando sabiamente la excelencia filológica de sus amigos más queridos y desplegando todos los infinitos recursos de su gusto literario, nos muestra a qué vasto y alto vuelo sabía elevarse su espíritu inquieto y atormentado.
Encerrado en la «wartburg» se había dedicado a una versión alemana del «Nuevo Testamento» que vio la luz en 1522. En los años sucesivos se dedicó a la versión del «Antiguo». Y de año en año había logrado ir publicando sueltos los libros del canon bíblico: el Pentateuco, en 1523; Josué, Job, los Salmos y Salomón, en 1524; los «Profetas», entre 1526 y 1530; los libros «sapenciales», en 1529; los demás «deuterocanónicos», en 1532. Finalmente, en 1534, el editor Lufft, de Wittenberg, publicaba la traducción completa: Biblia, das ist die gantze Heilige Schrifft Deutsch. La monumental versión señalaba la verdadera fecha del nacimiento de la literatura alemana. No se podría considerar esa traducción como una obra del todo original y personal de Lutero. Nació de una estrecha, familiar y cotidiana colaboración del Reformador con sus amigos, después de largas y laboriosas jornadas de discusión. Lutero transfundió en ella su excepcional sensibilidad artística, su exquisita aptitud literaria. Melanchton contribuyó con su segura y larga pericia filológica. El grupo de los colaboradores advierte clarísimamente la enorme dificultad que presenta el programa de reproducir en una lengua áspera, indócil, retorcida, la fluida brillantez del estilo hebreo. La literatura profética es, naturalmente, la que opone mayor resistencia y provoca las más copiosas incertidumbres. Desde 1528, Lutero confiaba a su amigo Link su dificultad en someter al idioma germánico, la copiosa y resplandeciente imaginación de los Profetas. Le parecía como si verdaderamente hubiera de reducir el gorjeo de un ruiseñor a la cadencia monótona del cuclillo. Estas objetivas y ásperas dificultades son las que muy a menudo han inducido a los traductores a parafrasear y a diluir. La Biblia de Lutero es para alemania y para la literatura alemana lo que la Divina Comedia es para Italia y la literatura italiana: allanando las diferencias locales, dio a alemania una lengua nacional y elevó el alemán a dignidad literaria inaugurando la época moderna.
M. Pensa
La Biblia ha sido hasta ahora el mejor libro alemán. En comparación con la Biblia de Lutero todo lo demás puede llamarse «literatura», Una cosa que no ha crecido en alemania y que por esto no ha echado ni echará raíces en los corazones alemanes como supo hacerlo la Biblia. (Nietzsche)
* La primera versión inglesa de la Biblia es la de John Wyclef (m. 1384), hecha en colaboración con Nicolás de Hereford y otros discípulos, que nos ha llegado en unos 150 manuscritos. Conocidísimo es también la Gran Biblia (Great Biblie) llamada también Cranmers Bible, del nombre de Tomás Cranmer (1489-1556) arzobispo de Canterbury, publicada en 1579 por orden de Enrique VIII. Cronwell encargó a Coverdale que preparase su edición. La impresión comenzó en París y terminó en Londres.
A. Camerino
* Otra conocida versión es la Biblia de Ginebra [Genevan Bible], que reproduce la traducción protestante realizada en 1540 por Nicolás Malingre en colaboración con Cal- vino: Bible en laquelle sont contenus tous les livres canoniques de la Sainte Ecriture, tant du Vieil que du Nouveau Testament, et pereillement les apocryphes. Durante el reinado de María I de Inglaterra (1553-59), los reformistas se refugiaron en Ginebra y en Frankfurt sobre el Maine. En Ginebra publicaron en inglés esta versión que por cierto pasaje del Génesis (III, 7) fue llamada también Breeches Bible, y contenía un comentario aprobado por los puritanos.
A. Camerino