Biblia de los Pobres, Jan Kasprowicz

[Ksiega Ubogich]. Recopilación de versos de Jan Kasprowicz (1860-1926), uno de los mayores poetas polacos, publicada en 1916. El breve volumen, su obra más perfecta, encierra la última etapa de la evolución espiritual del poeta: los huracanes que han conmovido su juventud, las apasionadas disputas con Dios, los hombres y la vida, las dudas que le han lacerado, son sustituidos por la paz profunda de quien ha encontrado su verdad. Esta verdad se resume en un ilimitado amor por todas las criaturas, en la renuncia a la lucha contra el mal exterior, que quiere sustituir por la «guerra santa» contra el mal interior que cada uno lleva en sí. Le ha llevado a la paz la tranquila belleza de sus Tatra, los montes en los cuales ha ido a refugiarse: no importa saber adónde vaya ni de dónde venga el camino que se abre ante su casita montañesa entre los abetos: ¿de qué sirve saberlo cuándo «el alba está encendida sobre el camino y lo ilumina con sus rayos»? ¿Por qué escuchar la nostalgia que nos impulsa a lo lejos? «Aquí está el bosque, aquí susurra el torrente». De ese modo el miedo, el deseo de riquezas, la avidez de vida y las incertidumbres, caen frente a la seguridad con que las centau­reas se aglomeran hasta cubrir el tejado de la casa, a la alegría de alargar la mano para poseer toda la belleza del reino de Dios, frente a lo ineludible con que se despliegan en el ocaso los rayos del día, a la fuerza que de la comunión con la naturaleza cobra el ánimo del poeta. En su soledad habla con el Monte Nevado, que contempla desde su casa y en su alma: el monte «sumergido en la luminosidad del mediodía» le dice que todavía hay algo en su interior que «le hace difícil el camino del sol». Pues bien, sí, las tristezas humanas le atañen, todavía hay dolores que le impulsan a la desespera­ción («el hombre, en verdad, es sólo un hombre»), pero pronto el sufrimiento se aquieta con su sentido de amor por la na­turaleza, que tiene algo de franciscano, con su alegría liberadora que, en un impulso fraternal, quisiera dar a todos los hombres («¡hombres, hombres amados! / si yo pu­diera… / liberaría vuestra alma, / la lanza­ría por un camino montañoso»).

M. Bersano Begey