Avestá

Recibe este nombre el conjunto de textos canónicos del zoroastrismo, la re­ligión a la que estuvo ligada la vida espiritual del Irán antiguo, hasta la conquista musulmana. Como libro sagrado, hoy sólo lo acepta la comunidad zoroastriana de la India, los parsis, continuadores de la mino­ría de fieles que, para no convertirse al Islam, buscaron refugio en aquel país- Pre­cisamente fue en la India donde por pri­mera vez fue conocido el Avestá, descubriéndolo luego al Occidente el francés Abraham Hyacinte Anquetil du Perron, el cual, habiéndose iniciado en la interpreta­ción tradicional con Un sabio parsi, a su regreso publicó una obra en tres volúmenes (Zend-Avesta, ouvrage de Zoroastre…, Pa­rís, 1771) con la primera traducción euro­pea. El nombre de Zend-Avesta, dado por Anquetil, tuvo fortuna, pero hoy está por completo abandonado porque es realmen­te un equívoco: «zend» («zand») es propia­mente la literatura exegética en lengua pahlevi mientras que a los textos canónicos sólo les corresponde el nombre de «Aves­tá», continuación de la forma medio-iránica «apasták» que significa «fundamento», «tex­to fundamental». Según la descripción del Dénkart, texto pahlevi redactado en Bagdad en el siglo X d. C., el «corpus» avéstico en la época sasánida estaba dividido en 21 «nask», es decir, secciones, y comprendía textos religiosos de contenido vario, dog­mático, ritual y jurídico. El único «nask» que ha llegado íntegro hasta nosotros, es el «Videvdát», esto es, «la ley contra los dév (demonios)», que contiene normas de ca­rácter ritual; de algunos otros libros se Conservan fragmentos más o menos am­plios; el resto, desgraciadamente, se ha per­dido.

Lo que ha llegado hasta nosotros con el nombre de Avestd, además del «Vidévdát», comprende una serie preciosa de tex­tos litúrgicos, que debían ser elementos integrantes del canon, y que, como colección aparte, debían coexistir con él. Hasta nos­otros han llegado las siguientes recopilacio­nes: el «Yasna», esto es, «plegaria, celebra­ción, servicio divino», que contiene el con­junto de plegarias recitadas por el sacerdote durante la celebración del rito mayor. En ellas están comprendidas, los «Gáthá», o sea, los himnos más antiguos del Avestd, según lo muestra la lengua que tiene un carácter eminentemente arcaico; estas ple­garias ocupan, de los 72 capítulos que cons­tituyen el «Yasha», los núms. 28-34, 43-51, 53; como cosa aparte figura el «Yasna Haptanháti», esto es, «Yasna de los siete capí­tulos» (núms. 35-42), que por la lengua se asemeja a los «Gáthá», mientras que por el contenido parece el más antiguo pro­ducto de la comunidad zoroastriana; y, por fin, tenemos el «Yasna» llamado «reciente» (núms. 1-27, 52, 54-72), que tanto por la lengua como por el contenido, forma parte del Avestá reciente, en contraposición a los «Gátha». Por otra parte tenemos el «pe­queño Avestá» que comprende varios tex­tos de amplitud diversa destinados a la ple­garia cotidiana y los «Yasht», es decir, «plegarias»: 21 himnos dedicados a la di­vinidad del calendario mazdeísta; el 20 y el 21 celebran, respectivamente, a Hauma, personificación de la bebida sacrificial, y a la estrella Vanant. Los «Yasht» carecen de unidad y parecen redactados en épocas di­versas, pero ninguno de ellos presenta el arcaísmo característico de los «Gáthá». Si desde el punto de vista de una valoración artística, el Avestd, hasta en sus partes más importantes, esto es, en el «Yasna» y en los «Yasht» aparece en conjunto privado de contenido poético, su valor desde el punto de vista histórico-religioso es grande, por­que es el documento de una religión de no­table contenido doctrinal, que ha ejercido gran influencia en el mundo ideal de Oc­cidente.

Los «Gáthá» que, con toda probabi­lidad, remontan al propio Zarathustra, cons­tituyen la más genuina expresión de su doctrina, que se opone al mundo religioso y moral de fundamento naturalista en la más antigua época indo-iránica, y eleva a la esfera religiosa, nociones de orden moral y social. La originalidad y grandeza de esta doctrina, consiste precisamente en la indi­viduación de conceptos morales, sociales y religiosos, y en asegurarles mayor y más atractiva vitalidad en la conciencia elevándoles a entidades divinas. Sin embargo, en diversas partes se notan en los «Gáthá» acentos personales, que revelan la pasión del reformador y la ansiedad por los obs­táculos que halla en sus predicaciones. No aparece muy claro lo que pudieron ser en sus comienzos estos himnos, si prédicas en verso, intercaladas entre más amplias de­claraciones en prosa, o bien resúmenes mé­tricos destinados a fijar en la memoria de los fieles los elementos esenciales de la doc­trina. Desde luego, presuponen en el audi­torio un conocimiento seguro del funda­mento doctrinal de la nueva religión, la cual si en su primera formulación afirma un principio claramente monoteísta, por su carácter eminentemente ético lleva implícita en la afirmación del bien la noción de la existencia del mal. Así, ya en los «Gáthá» se encuentra el origen del dualismo entre el principio del Bien y el del Mal, entre Ormuz y Ahrimán, dualismo que constitui­rá el postulado principal del zoroastrismo en su desenvolvimiento ulterior. De tal desenvolvimiento, en gran parte obra de los magos, casta sacerdotal de los medos, que hizo suya la doctrina de Zarathustra, son ex­presión todas las otras partes del Avestá.

Aflora en él, particularmente en los «Yasht», el mundo naturalista contra el que se diri­gía la doctrina de Zarathustra, y allí apare­cen algunos de los usos rituales que el re­formador había proscrito. Algunos de los «Yasht», contienen la línea de la tradición de mitos y leyendas, que será una parte esencial del patrimonio nacional iránico y que hallará su acogida en la concluyente elaboración que de ellos hizo Firdusi en el Libro de los reyes (v.). Sobre la edad y el lugar de origen del Avestá reina todavía muchas incertidumbre, debido a la oscuridad que envuelve las circunstancias históricas de la predicación de Zarathustra. De ésta puede decirse que fue anterior al 485 a. de C., época en que se introdujo eí calenda­rio religioso zoroástrico; pero no estamos en condiciones de decir en cuántos siglos pueda ser anterior. Cierto es que la lengua tiene carácter bastante arcaico y que lo conserva, como ocurre a menudo en las len­guas dedicadas al culto, hasta en aquellas partes que, como algunos «Yasht» y el «Vi- dévdat», son evidentemente más tardíos. En lo que se refiere a los datos lingüísticos, reforzados por otras investigaciones, puede decirse que el Avestd, o al menos las par­tes más antiguas, tuvo su origen en las zonas septentrionales y más probablemente en las del nordeste de la altiplanicie iránica. Está fuera de duda, que a la constitu­ción escrita del Avestá como libro canó­nico, precedió una larga tradición oral. Según esta tradición, una redacción escrita del Avestá, existía ya en la época aqueménida y luego desapareció en el incendio de Persépolis por Alejandro Magno; pero no se sabe si esta versión responde a la ver­dad o si es más bien invención del orgullo de los sacerdotes de Zoroastro, deseosos de poder vanagloriarse de un texto canónico más antiguo que los de las religiones riva­les.

Más probable resulta, hasta por moti­vos inherentes a la estructura misma del texto, la existencia de una redacción del Avestd en la época arsácida, de la que también habla la tradición parsi. Como quie­ra que sea, la redacción que poseemos, es seguramente de origen sasánida y se debe, según parece, a la necesidad que sen­tía la clase sacerdotal, entonces más po­derosa y autoritaria que nunca, de contra­poner un propio «corpus» escrito a los libros de los maniqueos. En la época sasáni­da, los textos avésticos fueron también tra­ducidos al pahleví, esto es, a la lengua per­sa medieval, y estas traducciones han llegado hasta nosotros, constituyendo el «Zand», es decir, la exégesis. Tales traduc­ciones, sólo en medida muy limitada, han contribuido a la interpretación del Avesta, principalmente porque no recogen bien el nexo sintáctico de la frase, y atienden sólo al simple vocablo. En la interpretación, par­ticularmente en los «Gáthá», se han obte­nido bastantes adelantos, comparando el avéstico con la lengua védica, y en tiempos más recientes, gracias al estudio particular de la tradición del texto. Todavía queda mucho por hacer; más que para la com­prensión del texto, hoy casi completamente lograda, para una comprensión más segura del espíritu religioso y especulativo que se reflejan en el Avestd.

A. Pagliaro