Es una de las más largas y atrayentes narraciones que nos ha legado el antiguo Egipto. Entre los demás libros semejantes, gozó de amplia y merecida fama entre los lectores egipcios, como lo prueban las numerosas copias y fragmentos parciales datados entre las dinastías XII y XXI (siglos XXI-X a. de C.). El protagonista, Sinuhé, fue uno de los personajes de más viso en la corte egipcia, que ostentaba el cargo de gentilhombre — como hoy diríamos — de la reina Nófre, la consorte del faraón Zenwósre I (dinastía XII: 2061-2016 a. de C.). Cuando, tras muchos años de reinado, los últimos en unión de su hijo, elevado a corregente, el rey Amenemhéb murió (2081-2052 a. de C.), Sinuhé, que formaba en una expedición militar contra las poblaciones líbicas y cirenaicas al occidente del Delta, sorprendió involuntariamente un conciliábulo, muy delicado, sostenido por algunos hijos del rey. Le pareció peligroso el conocimiento de lo que involuntariamente había llegado a sus oídos y decidió en consecuencia huir de Egipto. Desde este momento comienzan las Aventuras del protagonista, que se dirige rápido en dirección del confín oriental, sobrepasando la muralla que el faraón había hecho construir para detener a los «violadores de las arenas», esto es, a los beduinos de Asia. En su apresurada marcha, experimentó de tal modo la tortura de la sed, que hubo de exclamar en algún momento: «éste es el sabor de la muerte».
Fue asistido por asiáticos que se hallaban en las inmediaciones con sus ganados y que le ofrecieron agua y le dieron leche hervida. Prosiguiendo su camino, pasó por la ciudad de Biblos y se detuvo un año y medio en Qedem, junto al Jordán. Aquí encontró hospitalidad junto a (,Ammiense. jefe de tribu del alto Rsóne (la región montuosa de Palestina). Conversando con cAmmiense, Sinuhé explicó el motivo de su fuga de Egipto e hizo un alto y grandilocuente elogio del sucesor de Amenemhé’e, Zenwósre I. Obtenida la gracia del jefe sirio, Sinuhé recibió en regalo un fértil trozo del país, y obtuvo como mujer a la hija del jefe. Transcurrieron felices los años, y crecieron fuertes sus hijos. Le hicieron jefe de una expedición contra las tribus limítrofes, malvadas e insolentes, y un día reprimió la provocación, de un bravucón de Rsóne que vino a desafiarle a su propia tienda: delante de su gente satisfecha, le hizo morder el polvo, apoderándose luego de todos sus bienes. Pero en medio de la vida que transcurre para él feliz y afortunada en la serena vejez, no se atenúa para Sinuhé el recuerdo del lugar — la Patria — «en el que halla el corazón su paz»: este recuerdo es cada día más lacerante cuando «los ojos se hacen pesados, los brazos débiles, las piernas se niegan a seguir, el corazón debilita sus latidos, la vida se avecina al tránsito». Al rey Zenwósre le .hablan de Sinuhé: un día llega para el fugitivo la orden de volver a Egipto: no debe morir Sinuhé en medio de extranjeros, ni ser sepultado con ritos extranjeros. La orden llena de júbilo a Sinuhé. Distribuye sus bienes a sus hijos, y se va a Egipto precedido de un mensajero. Los hijos del rey y los altos dignatarios de la corte le reciben a la entrada del palacio y le llevan a la presencia del faraón.
Los propios príncipes reales interceden por Sinuhé y obtienen que se le acoja con benevolencia y honor. Hábiles masajistas borran de su persona los vestigios de ancianidad, le depilan y peinan y puede gozar nuevamente del placer de llevar finos vestidos y de hacerse ungir con ricas esencias. La narración de las Aventuras termina con la mención de la morada y la pirámide funeraria, pruebas tangibles de la estima que el rey siente por Sinuhé. El texto de estas Aventuras está escrito en verso, según lo prueban las rúbricas que se hallan en las mejores copias de escritura hierática y el paralelismo de los miembros de la frase, y está compuesto en un estilo terso y no exento de los primores del arte. Las Aventuras se distinguen por la total ausencia de intervenciones divinas o mágicas, y por la humanidad del protagonista, trazada magistralmente por el antiguo y remoto autor. Son en sumo grado interesantes los cuadritos plenos de sazonados detalles, en los que se retrata la vida de las poblaciones diseminadas en la región montuosa de Palestina hace al menos cuatro mil años, hábilmente contrapuesta al gran refinamiento de la vida egipcia de aquel tiempo y a la superioridad general del Egipto, sobre todos los países limítrofes. Vista en su conjunto, ésta es una de las composiciones egipcias más llenas de encanto y consigue interesar con simpatía, incluso a lectores tan remotos en el tiempo, como a nosotros.
E. Scamuzzi