[Ardinghello und die glückseligen Inseln]. Novela alemana de Wilhelm Heinse (1749-1803), aparecida en 1787. Ardinghello es el sobrenombre de Próspero Frescobaldi, a quien encontramos desterrado en Venecia, huido de su patria, Florencia, después del asesinato de su padre ocurrido a manos de los sicarios de Cosme de Médicis.
La novela empieza con una reunión de artistas y literatos, todos ellos célebres, en la que participan, por casualidad, el protagonista y el amigo que narra en primera persona. Ardinghello estudia pintura bajo la guía del viejo Ticiano, y pronto se presenta lleno de vida y de pasión en toda la fuerza y el entusiasmo, más que de hombre del XVI, de «Stürmer und Dránger». Bello y valiente como un Don Juan (v.), sin el ánimo demoníaco de éste, disfruta la vida con toda la fuerza de su salud y juventud. No hay mujer que no se le entregue y todas las elegidas son hermosas. La veneciana Cecilia se convierte en su amante, pese a estar prometida a Marcantonio, rico mercader de Oriente, a quien Ardinghello descubre como asesino de su padre. Le mata, el día que se casa con Cecilia, y huye, no sin haber jurado amor eterno a la viuda. Para en Génova, donde otra mujer, Fulvia, le concede sus favores, y la ingenua y bellísima Lucinda se le resiste. Aquí surge su momento heroico, salva a las mujeres de los piratas, devuelve caballerosamente su prometido a Lucinda, librándole de la esclavitud y después reemprende su peregrinación hacia Toscana, porque, muerto Cosme, no se siente ya en peligro. Conoce entonces a Bianca Capello, amante y futura esposa del nuevo Dux, que le devolverá sus bienes.
En Roma, a donde ha ido para estudiar a los antiguos, tiene una aventura extraordinaria con Fiordimona, la mujer pagana y humanista que ama el amor por el amor, más allá de los celos. Pero sus amantes, personajes de la corte papal, 110 piensan como ella, y atenían contra la vida de Ardinghello, que mata a algunos y se ve por ello obligado una vez más a desaparecer. Nadie sabe nada más de él. La pobre Cecilia, que sigue amándolo, le cree muerto, hasta que Fiordimona le encuentra en el yermo donde se ha retirado. Emprenden juntos voluptuosas y eruditas correrías por Umbría y Toscana y se embarcan por fin hacia las Islas bienaventuradas, donde entre las dulces bellezas de la naturaleza, fuente inacabable de alegría, el hedonismo de Ardinghello encuentra su plena satisfacción. Todos los amigos y las amigas, y naves cargadas de hermosas mujeres y de hombres fuertes, se les reúnen en aquel elíseo donde se aman y viven en paz en el culto de la naturaleza, del placer, del arte y de la doctrina. La novela fue, junto con las Cuitas del joven Werther (v.), el mayor éxito de su época. El público cortesano y estudiantil deliró por el Ardinghello. Pero Goethe en 1817 dijo que no fue poco su estupor al encontrar, volviendo de su viaje a Italia, hasta a su amigo Moritz entusiasta de este libro «odioso» que trata de «ennoblecer mediante las artes figurativas la sensualidad y los modos abstrusos de pensar».
Schiller le llamó «brutal caricatura carente de verdad y de valor estético». Ambos aluden a las largas disertaciones estéticas y filosóficas que interrumpen el relato y manifiestan el gusto de Heinse por la pintura, definida aquí, igual que en sus Cartas sobre los cuadros del Museo de Düsseldorf, como el arte más apto para representar la vida y los sentimientos humanos y, al mismo tiempo, una extraña concepción de la civilización griega, dirigida contra Winckelmann, reduciéndola a glorificadora de la belleza física. Los juicios severos de ambos maestros desacreditaron el Ardinghello durante todo el siglo XIX; pero siquiera hay que reconocerle el mérito de haber sido el representante más directo de una mentalidad de la alta burguesía intelectual del XVIII, y de haber sido la primogénita de las novelas libertinas alemanas y la primera en ambientarse en un paisaje completamente italiano, de una Italia sin duda más recorrida que vivida, pero no amanerada.
G. Federici Ajroldi