Antígona, Sófocles

Tragedia de Sófocles (494-406 a. de C.), representada, al parecer, en 441 (a. de C.) en Atenas y de la cual se derivan otras muchas obras de igual título en la producción teatral euro­pea. Los gramáticos antiguos nos han tras­mitido que, por el éxito brillante de esta obra, fue asignado al poeta un cargo públi­co. Consta efectivamente que Sófocles par­ticipó aquel año, como estratega, en una expedición militar. En Antígona se des­arrolla un gran combate de ideas, entre las leyes divinas, santas e inviolables, y las leyes civiles, útiles y oportunas; de una parte, una joven, Antígona (v.), de otra, un rey poderoso y autoritario, Creón (v.). En medio, el cadáver de un enemigo de la patria, Polinice, hermano de Antígona, que el rey quiere que se deje como alimento a las aves, y que la doncella quiere enterrar piadosamente. En la tragedia de Sófocles no triunfa ninguna de las partes, pues An­tígona paga su fe con la vida, y Creón asiste a la ruina de su propia familia. En realidad, la tesis, como tal, queda fuera del drama; la polémica no es el objeto del poe­ta y los autores antiguos y modernos, que creen adivinar en la tragedia una profe­sión de fe, captan un sólo aspecto, no la esencia de su poesía. La acción dramática se concentra en un solo personaje: Antí­gona; la muchacha es el alma de esa poe­sía, y su figura supera los límites del mito antiguo.

Este es, por lo demás, el criterio artístico constante de Sófocles; el mito, esto es, el argumento sacado casi siempre de episodios de la edad heroica, no le interesa en cuanto pueda revestir un dogma filosófico o moral; el poeta suele centrar todos sus motivos alrededor de un solo personaje, un alma sola en función de la cual viven el ambiente y los demás per­sonajes. La obra de Esquilo es religiosa; la obra de Eurípides es racionalista; Sófocles no centra sus dramas en torno a una idea, sino que introduce esta idea en el drama mismo, le da un nombre, un cuerpo y un alma. Por esto podemos decir que la An­tígona no es la exaltación de la supremacía de las leyes humanas, ni lo contrario; es el canto de la fe, cualquiera que sea. Así pues, Creón, rey de Tebas, donde se desen­vuelve la acción, había ordenado que no se diese sepultura a Polinice (v.), muerto combatiendo contra la patria en aquella guerra fratricida que Esquilo trató en los Siete contra Tebas (v.). Pero Antígona, her­mana suya, por la noche sale de la ciudad y echa tierra piadosamente sobre el ca­dáver. La guardia la sorprende, y la lleva ante el rey. En vano intenta ella disculparse, invocando la inviolabilidad de las leyes divinas; es condenada a morir. En la gruta donde ha sido sepultada, se ahorca. Pero su suicidio no deja de tener consecuencias: a él sigue otro suicidio: el de Hemón, hijo de Creón y prometido de Antígona; y a éste, otro todavía; el de Eurídice, madre de Hemón  y esposa de Creón. Son los muertos los que reivindican a los muertos, como antes los vivos han matado a los vivos.

Vida, se entiende, de orden espiri­tual, que no muere ni con la muerte, y continúa teniendo fuerza sobre el mundo, aunque el cuerpo en que estaba sea ya un lejano cadáver. Es un tema de alta eficacia; en efecto, el poeta hace morir a Antígona muy pronto y, con todo, la tragedia sigue desarrollándose, como sobre el purísimo fantasma de ella. En la humanidad de Es­quilo o de Eurípides hay sólo vencedores o vencidos, esclavos o amos. En Sófocles no ocurre así: unos y otros están juntos en la buena suerte o en la desgracia; una compasión universal se extiende sobre már­tires y pecadores. Mientras el mito concede la victoria a Creón, victoria pagada a precio amarguísimo, la poesía reivindica en Antí­gona el gozo de morir por una causa per­dida, y el problema queda abierto [Trad. española de P. de Montengón (Nápoles, 1820), de A. G. Garbín (Madrid, 1889), de J. Pérez Bojart (Barcelona, 1919). Trad. catalana de Caries Riba (Barcelona, 1921)].

L. Polacco

*      Como la mayor parte de las tragedias clásicas, la Antígona de Sófocles había de ejercer una gran influencia en la literatura y en las artes de todas las épocas. Entre las primeras, la Antigone de Luigi Alamanni (1495-1556), publicada en Lyon en 1533; la tragedia es un elegante arreglo en lengua italiana de la Antígona de Sófocles. Sigue en 1580 Antigone ou la Pitié, de Robert Garnier (1534-1590), tragedia modelada so­bre Séneca. El estilo grandioso del poeta, aunque a menudo ofuscado por una com­placencia demasiado evidente en la decla­mación, tiene viva originalidad propia; anticipándose a Corneille, Garnier enriquece notablemente la acción, sencillísima en las obras de los contemporáneos. Las unidades aristotélicas no están observadas en ella.

*     En 1638 aparece Antigone tragedia de Jean de Rotrou (1609-1650), contaminación de la obra de Sófocles con la Tebaida (v.) de Séneca, de la que se sirvió Rotrou, por­que la sencillez lineal de la tragedia clá­sica no se adaptaba al gusto francés de la época. Rotrou hace de Polinice el perso­naje principal, pintándole como un cruel tirano, mientras la parte mejor es reserva­da a Etéocles. En el tercer acto el autor vuelve a la tragedia sofoclea para seguirla hasta el fin. La obra, que no es de las mejores de Rotrou, muestra, con todo, de modo ejemplar, sus méritos y sus defectos: una acción débil y por momentos indecisa, con zonas casi privadas de interés, y en cambio diálogos de penetrante finura, mo­mentos de profunda emoción y de verda­dera poesía.

G. Alloisio

*      Inspirada en la tragedia de Sófocles, está la Antigone de Vittorio Alfieri (1749- 1803), ideada en 1776 y publicada en 1783. Continúa la acción del Polinice (v.); di­fiere de él como difiere del Filipo (v.) y de otras tragedias de Alfieri porque la figura dominante no es aquí el tirano, sino la víctima, Antígona; la joven de voluntad heroica, aunque no inconsciente de una se­creta debilidad femenina. Antígona ha so­brevivido a una gran tragedia: hija de las bodas incestuosas de Edipo (v.) y Yocasta, ha tenido la revelación de su triste ori­gen; ha visto a su padre alejarse ciego al destierro; ha asistido a las luchas fratricidas de Etéocles y de Polinice y a sus horrendas muertes, y además al suicidio de Yocasta; pero tanta desventura no ha podido abatirla, y se impone un último acto de piedad: la tentativa de dar sepultura a su amado hermano, Polinice, a quien Creón, el nuevo rey, el astuto enemigo de los suyos, ha prohibido enterrar, porque se había alzado en armas contra la patria. Cumplido este acto, que es de piedad y al mismo tiempo de reto al tirano, Antígona morirá, víctima voluntaria; y en este pensamiento de la muerte, que le espera, ella, como su poeta, «il cor rinfranea» [«anima su corazón»]. Toda la tragedia radica en esta voluntad de la muerte, que Antígona precipita, porque en la muerte siente la purificación de de­litos no suyos, y también la liberación de la que a ella le parece una culpa: el amor hacia Hemón, el noble hijo de Creón. Apri­sionada junto con Argias, la viuda de Po­linice, con la cual ha dado sepultura a su hermano, resiste a las amenazas y a los halagos del tirano, rechazando también su extraña proposición de salvarla con tal que se case con Hemón; tiene el consuelo de ver a Argias, la tierna y humanísima espo­sa de su hermano, volver sana y salva junto a los suyos, al hijito de Polinice, y por fin reaparece ante nosotros muerta, atra­vesado su cuerpo por los esbirros de Creón, igual ya a la imagen a que se ha atendido durante toda la tragedia. Hemón, entonces, imprecando contra su padre, vuelve contra sí la espada, primero blandida en acto de rebelión y se mata. La Antigone, si no tiene la perfección de una obra maestra como Saúl (v.) y deja aflorar en más de un pun­to elementos melodramáticos (sobre todo en los papeles de Creón y de Hemón), es una de las obras más puramente poéticas, que Alfieri nos dejó.

M. Fubini

*      En 1813 Pierre-Simón Ballanche (1776- 1847) publicó un poema simbólico en prosa, Antigone, rico en misticismo cristiano. En nuestros días Jean Cocteau y Jean Anouilh han vuelto a tratar el tema.

*      Son numerosas las obras musicales ins­piradas en esta tragedia sofoclea. La pri­mera es la Antigone de Johann Adolf Hasse (1699-1783), representada en 1723, que no se halla sin embargo entre las obras mejo­res del autor de Tigranes (v.); sigue una mediocre Antigone de Andrea Bernasconi (1706-1784), Viena, 1745.

*      La Antigone de Traetta (1727-1779) re­presentada en San Petersburgo en 1772, es quizás la ópera más bella escrita sobre la trama de Sófocles. Traetta, llegado a la plena madurez de su estilo, obtiene aquí una perfecta fusión entre el elemento virtuosista, instrumental y vocal, y el elemen­to dramático y dinámico, llegando en al­gunas páginas a una potencia expresiva que sólo halla comparación en Gluck. En­tre los momentos más elevados de la ópera, además de algunas arias de Antígona y los estupendos recitativos, hay una «chacona» construida sobre un canto popular eslavo. L. Rognoni

*      En 1790 se presenta la Antigone de Nicola Antonio Zingarelli (1752-1837), obra fría y académica, y en 1791 la de Peter von Winter (1754-1825). Finalmente, se recuer­dan las músicas de escenas compuestas con ocasión de nuevas refundiciones de la tra­gedia de Sófocles por los siguientes músi­cos: Félix Mendelssohn-Bartholdy (1809- 1847) en 1884; Camille Saint-Saéns (1835- 1921) (coros e intermedios) en 1893; Hugo Rüter (n. 1859); Peter Van Westrheene (1863); Karl Hallwachs (n. 1870); Heinz Tiessen (1887); Charles Williams (1885- 1923); el holandés Willem Pijper (n. 1894), en 1922; Giuseppe Mulé (n. 1885) en 1924; Roitio Váinó (n. 1891). Añádase a esto las piezas escritas por Arthur Honegger (1892- 1955) compuesta en 1922 para la reducción escénica de Antigone, del griego, por Jean Cocteau (n. 1892) y transformadas en dra­ma lírico en 1927.