Dentro de la gran multitud de astrólogos con que cuenta la literatura de todos los países, hay que distinguir varias clases. Hubo quien hacía de la astrología un oficio de lucro, especialmente en las cortes de los siglos XV y del XVI, y quien, en cambio, dedicado austeramente a la ciencia de los astros, estudiaba y fijaba con anticipación sus posiciones en Tablas Astronómicas, como se llamaban corrientemente, preludiando de lejos el Nautical Almanac y la Connaissance des Temps, o bien tomando como punto de partida, o raíz, una fecha conveniente, fijaba el retorno perpetuo, a cierta distancia de tiempo, de los planetas, del Sol y de la Luna a su lugar. Nacieron así los Almanaques (en árabe, literalmente, «Libro de cuentas») perpetuos, el primero de los cuales es el de Profeit de Marsella (o Ja’áqob ben Mahir ben Tibbon, 1235-1303). Con anterioridad a él sólo se conocen ciertas «Tablas de un discípulo desconocido» de Tolomeo (Amonio?), las Tablas toledanas de Azarquiel (1078) y las de Alfonso X (1252). El Almanaque de Profeit parece ser obra de un hombre de ciencia que está muy lejos de participar en las supersticiones astrológicas.
Dante, que creía en la astrología (Paradiso, XXII, 112; VII, 139; Convivio 6, 9, etc.), pero no con exageración, conoció (quizás por medio de su amigo Emanuel Romano, o quizás directamente, pues eran muchos los manuscritos que circulaban) y admiró la gran obra aprovechándose de ella para fijar sobre sólidas bases astronómicas su punto de vista que, como el Almanaque, tomaba como punto de partida y referencia el año 1300 de la E. C. Lo empleó para Venus; respecto a la cual el curioso error que comete al describirla en 1300 como matutina (Purg. I, 19-21) mientras era vespertina, deriva precisamente del Almanaque, donde, por un error material de transcripción, Venus es considerada como tal; lo empleó para Marte (Par. XVI, 37; XVII, 80); y en general buscó la confirmación de cuanto había escrito o estaba a punto de escribir relativo a la ciencia de los astros: por ejemplo, en la predicción de la venida del Salvador (Par. XXVII, 142 y sig.) y en otras circunstancias (Par. XXV, 101; XXVIII, 117; XXII, 144, etc.). Claro que la mayoría de las profecías dantescas son postumas. Al riesgo de una profecía verdadera, los astrólogos, igual que Dante, raramente se exponen; pero era tan grande entonces, su convicción, que, desdeñando un tanto el austero y más seguro trabajo matemático de las Tablas, se arriesgaban a descender a detalles comprometedores. Es lo que sucedió en 1499 a los dos reputados astrónomos Justus Stóffler de Tubinga y Jakob Pflaum de Ulm.
En el Almanaque, publicado dicho año en Ulm, anunciaron para 1524 una especie de nuevo diluvio universal, debido a las numerosas conjunciones de planetas con signos acuáticos, dieciséis por lo menos, que se producirían en febrero de aquel año. En las siete ediciones del Almanaque lanzadas en Venecia a principios del siglo, se mantuvo literalmente la predicción. En la polémica que suscitó, tomaron parte por lo menos, 56 escritores, entre los cuales algunos italianos (como Agostino Nifo, Luca Gaurico, G. Pietramellara, etc.), con 133 escritos, entre mayores y menores. La expectación era grande entre los doctos e incluso entre el pueblo, que había sido informado de la cuestión, incluso desde el púlpito. Por lo cual pareció increíble que en Módena, en Florencia y en otros lugares, el tiempo de aquellos días infaustos (5, 7 y 9 de febrero) se mantuviese bueno, incluso magnífico, y les cronistas Tommasino dei Bianchi Lancelotti por Módena y Giovanni Cambi por Florencia no se cansan en sus Crónicas de repetirlo. Si bien se considera, fue aquél, el primer golpe que recibió la astrología; en espera del segundo, y mortal, que debían darle, desposeyendo a la tierra de su privilegiada posición central, Nicolás Copérnico y Galileo Galilei.
G. Boffito