[Under Western Eyes]. Novela de la vida rusa bajo el régimen zarista, del escritor inglés de origen polaco Joseph Conrad (Teodor Józef Konrad Korzeniowski, 1857-1914), publicada en 1911. Víctor Haldin, estudiante universitario, ha asesinado a un eminente hombre de Estado, despiadado perseguidor de toda libertad. Antes de ocultar toda huella suya, pide temporalmente refugio a su condiscípulo Razumov, que no tiene ningún deseo de comprometer su felicidad ni su carrera para salvar a su amigo, y le denuncia. Razumov, unos meses después, está al servicio de la policía secreta rusa para descubrir un complot antizarista en el barrio de Ginebra «La Petite Russia», en el que la noticia del heroico atentado ha coronado de gloria a Haldin. En el ambiente de los conspiradores domina un «heroico evadido», Natalia, la joven hermana de Haldin, que pide a Razumov, el único amigo mencionado por su hermano, que le dé noticias sobre los últimos días del mártir, y se le confía plenamente. Desde el primer encuentro con la mujer y en todas sus relaciones sucesivas con ella, y con los diversos exponentes revolucionarios de la colonia, Razumov observa una actitud enigmática, equívoca, investigadora pero herméticamente cerrada, que llega a despertar sospechas: situación absurda que lleva al delator hasta la locura. Todo el desenvolvimiento del drama está encerrado en este duelo íntimo entre los dos exponentes antitéticos del alma rusa y de la tragedia de un pueblo.
Pero por fin Razumov, vencido por la belleza y por la bondad de Natalia, hace a la muchacha una confesión completa: confiesa ser el delator y luego huye tapándose la cara con las manos. No tarda la venganza en amenazar al delator, que, tras haber sido castigado, termina muriendo bajo un tranvía. Natalia vivirá ahora en una ciudad rusa del centro, consagrando su vida apasionada a los horrores de las prisiones repletas y a la terrible miseria de los tugurios desolados. El significado de la novela sé revela en las últimas páginas del diario dejado por Razumov: su confesión a Natalia. «¡ Qué luz la vuestra! ¡Qué fe! Siempre sentía la necesidad de decir que os amaba; para decíroslo, debía confesar primero… e irme… y morir»; y en las últimas palabras de Natalia: «Pasarán muchas horas amargas… los hombres se sienten solos sobre la tierra y se agrupan; la angustia será, por fin, vencida por el amor». De este modo, bajo los ojos del Occidente que no comprende, tiene lugar la afanosa búsqueda del espíritu ruso hacia una amorosa paternidad universal que sólo es posible alcanzar a través del dolor y de la expiación de las culpas. El motivo, sin embargo, aparece aquí más bien sentido que reflejado, en la tentativa, no privada de «amaneramiento», ni de intento de alcanzar mayor interés dramático, de proyectarlo sobre el fondo de la incomprensión occidental. [Trad. española de Juan Mateos de Diego (Barcelona, 1925).]
G. Pioli
Si Conrad, en lugar de un novelista, hubiese sido un compositor único de baladas, habría podido también componer la suya, no menos gloriosa, si bien más tétrica que la de La cárcel de Reading. (E. Cecchi)