A modo de típico jalón o piedra hita en el campo de la literatura española, hemos de considerar esta obra de Gabriel Alonso de Herrera (1470- 809-1534?), natural de Talavera de la Reina, quien vivió a fines del siglo XV y el primer tercio del XVI. Ya de joven, en su familia, había podido beneficiarse del ambiente agrícola y hortelano que se respiraba en su tierra, así es que aunque abrazó el estado religioso, nunca pudo olvidar el aliciente rústico y campestre. De modo que cuando el Gran Cardenal Cisneros sintió la necesidad de impulsar la vida agrícola en España, y la necesidad de educar en la ciencia agronómica a los campesinos españoles, comprendió que su capellán Alonso de Herrera podría cumplir este designio.
Con todo amor y todo éxito lo llevó a cabo nuestro Herrera. Durante años visitó las vegas del Tajo, las del Mediodía, las huertas de Levante, convivió con los moriscos, se pertrechó de datos, de fuentes bibliográficas, y fruto de todos estos desvelos es su magnífica obra, Agricultura General, honor de las letras y de las Ciencias españolas en aquel áureo siglo XVI. Y decimos «honor de las Letras» porque la lengua empleada por Herrera es un magnífico ejemplo de la lengua viva en aquel ambiente del siglo XVI, un bello espécimen de lo que sería la lengua de Toledo, más llena de luz, de gracia y de tipismo que la lengua vieja de Burgos. «Honor de la ciencia» porque la obra de Herrera es un magnífico ejemplo de renacimiento científico, que se anticipó en gran parte al extranjero. El autor supo aunar las fuentes latinas, Columela, Paladio, con fuentes árabes como es Aben Cenif en el cual hemos de ver una transcripción defectuosa de Aben Wefiz, o sea Ibn Wafid, autor toledano del s. XIII o XIV, según he podido demostrar, y a estas informaciones literarias añadió su experiencia personal y su convivencia con los huertanos españoles. Así es que su obra es un monumento dedicado a la Agricultura, ya de secano ya de regadío, española.
J. Mª Millás Vallicrosa