Adelchi, Alessandro Manzoni

Drama histórico en cinco ac­tos de Alessandro Manzoni (1785-1873), es­crito en 1820-1822 y publicado en 1822. Pone en escena los sucesos que precedieron inmediatamente a la caída del reino longo- bardo en Italia, del 772 al 774; los persona­jes principales son Desiderio rey, su hijo Adelchi [Adalgiso] (v.), Ermengarda (v.), Guntigi y Svarto, entre los longobardos; Carlomagno (v.), el embajador Albino [Alcuino], entre los francos; el legado pon­tificio Pietro y Martino, diácono de Eavena, entre los latinos.

La acción comienza en el castillo real de Pavía en el momento en que el escudero Vermondo entra para anun­ciar la llegada de Ermengarda, hija de De­siderio, repudiada por Carlomagno. Deside­rio, sólo sensible a las voces del orgullo y de la venganza, piensa obligar al papa Adriano a consagrar rey de los francos a los hijos de Carlomán que, obligados a huir por Carlomagno, su tío, se habían refugia­do en su corte junto con su madre Gerberga: Adelchi objeta en vano que es nece­sario en primer lugar ofrecer reparaciones al pontífice por las ofensas inferidas. Ermen­garda pide retirarse a un convento buscan­do paz para su corazón destrozado en la dulzura consoladora de la plegaria. Llega entre tanto Albino embajador de Carlomag­no, intimando a Desiderio a que devuelva al pontífice las ciudades conquistadas vio­lentamente: una parte de los duques longo- bardos son partidarios de la guerra, los otros, dudando, se reúnen en casa de Svarto que ha servido de mal talante pensando hacerse con el reino y se dispone a traicio­nar a su rey. En el segundo acto la escena se transporta al campo de Carlomagno, que espera, inseguro de poder pasar los Alpes, hasta que llega el diácono Martino, envia­do por el arzobispo de Ravena, trayéndole noticias consoladoras sobre la situación de los longobardos y revelándole un paso des­conocido a través de los Alpes; Carlomag­no, reanimado, toma las últimas decisio­nes. En el tercer acto campea Adelchi, ani­mado por el deseo de defender a su padre y el honor del reino, pero íntimamente per­suadido de combatir por una causa conde­nada al fracaso; se yergue aún impávido mientras la batalla ruge y todo se hunde a su alrededor, en patente contraste con la escena de los duques traidores que se rin­den a Carlomagno aceptando el premio de la traición.

Entre tanto Ermengarda, frágil y noble víctima de su amor y de una rea­lidad gobernada por las leyes brutales de la espada (acto IV), muere en un convento de Brescia; y sobre los muros de Pavía, donde se había retirado el rey Desiderio, el duque Guntigi prepara la última trai­ción. En el quinto acto se consuma la ca­tástrofe del mundo longobardo; en el cas­tillo real de Verona los duques longobar­dos obligan a Adelchi a que se rinda al vencedor. Asistimos luego a un coloquio en­tre el rey vencedor y Desiderio, en el cam­pamento de Carlomagno frente a Verona; y se asiste por fin a la muerte de Adelchi, quien pide a Dios que acoja su «alma cansada». En Adelchi, la mejor de sus tragedias, Man­zoni toma como base del drama la histo­ria, teatro, a su vez, del gran drama hu­mano, estudiada eruditamente y espiritual­mente revivida, de modo que la síntesis poética tenga su fundamento en la implí­cita síntesis histórica. En efecto, para la composición histórica del drama, Manzoni se dedicó a un estudio cuidadoso de los problemas históricos que se referían a la época longobarda; y son testimonios de este cuidado y preocupación de justificar desde una base histórica la acción del drama, el Discurso sobre algunos extremos de la his­toria longobarda (v.) y las noticias histó­ricas que preceden al propio drama. La poesía, por su parte, no es narración de sucesos, sino ilustración espiritual de la his­toria, una mirada más íntima y profunda por encima de la desnuda superficie de los hechos, hasta dar con la realidad humana y espiritual, la única que verdaderamente tiene valor y puede interesar. Aquí está la verdadera síntesis de datos y hechos apa­rentemente lejanos en el tiempo. Pero en el drama, Manzoni introduce, no sólo su particular concepción del problema lon­gobardo, sino sus intereses morales y su sentimiento de la vida; de modo que la historia surge poéticamente idealizada y al­gunos personajes, coloreándose con ese tri­ple reflejo, tienen tendencia a esquematizarse en símbolos líricos y dramáticos.

Esto se refiere particularmente a Desiderio, sím­bolo plástico, incluso en su plenitud de per­sonaje dramático, de un mundo bárbaro go­bernado por la ley de la espada; Ermen­garda es una delicada criatura envuelta por el movimiento inexorable de una historia sin piedad por los débiles y los inermes, y sobre ella, en el famoso coro se concentra la noble simpatía humana y cristiana del autor. Adelchi, verdadero protagonista del drama, es un guerrero transfigurado por el cristianismo, portavoz del pesimismo ético de Manzoni. El traidor Svarto está anali­zado e individualizado más finamente, pero también es símbolo de un mundo de pasio­nes frías y abyectas que se desenfrena en tomo a Desiderio en la inminencia de la catástrofe final. De la presencia de todos los intereses del mundo espiritual manzoniano deriva también la íntima sensación de actualidad histórica con que se advier­te el drama del pueblo italiano en su tiem­po, incapaz de un gesto mientras sus opre­sores tiemblan en espera del choqué que parece inminente; la historia desemboca así en el idealismo patriótico y civil, lírica­mente concentrado por Manzoni en el gran­dioso y solemne coro de los longobardos: «Dagli atrii muscosi, dai fori cadenti». («De los atrios musgosos, de los foros caducos».) Con la introducción de los dos coros, Man­zoni ha querido separar netamente su mun­do subjetivo del desarrollo de la acción dramática; en realidad ambas esferas están reunidas en el drama y, en lugar de moles­tar, le confieren vida, calor y grandeza. Adelchi no es solamente la mejor mani­festación del genio dramático de Manzoni sino también la expresión más alta del teatro romántico italiano.

D. Mattalía

Manzoni tiene un solo defecto: no sabe que es un gran poeta ni los derechos que, como tal, le asisten. Tiene demasiado respe­to a la verdad histórica, y por tal razón siempre gusta de añadir a sus obras aclara­ciones en las cuales muestra cómo se ha mantenido fiel a los detalles históricos. Pero aunque el fondo y los hechos sean his­tóricos, las personas lo son tan poco .como un Tonante y una Ifigenia. (Goethe)