Panurgo

[Panurge]. Es el personaje más vivo y más célebre que jamás haya surgido de la fantasía de François Rabelais (1494-1553). Aparece en el Pantagruel (v. Gargantua y Pantagruel), o sea, en el se­gundo libro de la novela rabelesiana (que, en su forma definitiva, se inicia con Gar­gantua), y es la figura de un pícaro lleno de ingenio, de inteligencia y aun de doc­trina, pero vicioso y maligno.

Su nombre deriva del griego «Panourgos» = «que lo hace todo», en sentido especialmente peyo­rativo, y en él se hallan algunos rasgos del estudiante parisiense, según le dio celebri­dad la figura, desde entonces tradicional, del poeta Villon. Pantagruel (v.) tropieza un día con Panurgo, pobre y hambriento; le pregunta quién es, y el otro le contesta sucesivamente en doce lenguas, antes de declararle que también él es francés; Pan­tagruel le encuentra simpático y le acoge entre sus habituales compañeros. Con to­dos sus defectos y sus inagotables travesu­ras, Panurgo adquiere un auténtico predo­minio en el grupo, y su propósito de ca­sarse, que da lugar a mil dudas y consul­tas, acaba por convertirse, a partir del libro tercero, en el asunto central de la novela rabelesiana.

En Francia es prover­bial la expresión «los carneros de Panurgo» para indicar el espíritu de imitación ciego y torpe: en ella se alude al episodio del libro IV, capítulos 6-8, en el que Panurgo, que viaja en un navío, para vengarse de un mercader que se había burlado de él, le compra un carnero y lo arroja al mar, con lo cual logra que el rebaño entero le siga y se ahogue, juntamente con los pas­tores que en vano intentan salvarle, epi­sodio cuya idea está sacada de la macarro­nea XI del Baldo (v.)., de Teofilo Folengo (1491-1554) (donde el personaje de Cingar, v., puede considerarse como el prototipo del Panurgo rabelesiano). La historia, pensándolo bien, es cruel. Pero la atención del lector se siente por completo atraída por la fineza de la burla.

Y el continuo centelleo de su ingenio, la perpetua habi­lidad natural que acompaña todos sus mo­vimientos y la gracia maliciosa que Panurgo pone en todo cuanto hace, acaban por ganar nuestra simpatía, a pesar de sus defectos y bribonadas. Su malicia nunca tiene en realidad una finalidad baja: si a veces roba, es sencillamente porque nece­sita dinero y debe librarse de un agudo acceso de miseria («faulte d’argent, maladie sans pareil!»); y aun, si le hacemos caso, no hurta, sino que se limita a «tomar en préstamo», y ¿qué sería de la sociedad, e incluso de la vida misma de la naturaleza, si desapareciera ese continuo ciclo de la deuda y el crédito? En conjunto, su malicia es una malicia desinteresada: las más de las veces, obedece al gusto de burlarse de la estupidez e ignorancia del prójimo.

Y como tal, es una fuerza de la naturaleza y un elemento necesario en el mundo; y el triunfo de Panurgo es a menudo el triunfo del talento y del ingenio sobre la bobaliconería de los hombres demasiado mate­rialistas. Panurgo, en el fondo, es también un poco cobarde, y así lo vemos en aquella famosa tempestad donde su compañero y amigo Jean des Entommeures (v. Fray Juan) se porta tan valerosamente. Pero tam­bién en este aspecto Panurgo muestra tan­ta franqueza, confiesa con tan ingeniosa fantasía y con tan agradables divagaciones su enorme temor, que se hace simpático casi por fuerza, y su recuerdo sólo puede suscitar una sonrisa en los labios de todos: « ¿De qué espesor es la quilla de nuestra nave? / ¡Oh! Son excelentes tablas de doble grueso; tienen dos pulgadas. / Ya; ¿nos hallamos a dos pulgadas de la muerte?»

F. Neri