Personaje de la Jerusalén libertada (v.), inventado por Tasso (1544- 1595), que con esta creación suya renovó genialmente el tema de la hechicera seductora, tan grato a la poesía caballeresca (v. Alcina en el Orlando furioso, en el episodio de sus amores con Ruggiero, v.) y que, sobre todo en el melodrama, había de encontrar tan sugestivas representaciones: baste citar la Armida (v.) de Lulli.
Enviada, por voluntad del demonio, por su tío Idraote, mago y rey de Damasco, al campamento cristiano para seducir a los más valerosos campeones, Armida se presenta a Goffredo (v.) como fugitiva de su reino que viene a implorar auxilio contra la pretendida usurpación que de aquél ha cometido su tío: su discurso engañoso, pero más aún su belleza y sus artes, conmueven a casi todos los caballeros cristianos, de tal modo* que cuando marcha no sólo la siguen los diez campeones que ella misma ha elegido, sino otros tantos, que por ella olvidan su santa empresa.
La bella se les revela entonces como una despiadada maga, en su castillo del Mar Muerto, al cual les ha conducido y desde donde, después de haber demostrado su poder transformándolos en animales y devolviéndoles luego la forma humana, los envía prisioneros al rey de Egipto; y cuando Rinaldo (v.) los libera, no piensa sino en vengarse de él y le atrae a una isla encantada en el Orontes, con la intención de darle muerte mientras duerma.
Pero al llegar a este punto surge en ella un nuevo sentimiento, el amor; y ahora se sirve de sus artes mágicas para crear en otra isla lejana, en la cumbre de una montaña cuyas laderas están cubiertas de hielo, un jardín y un palacio maravillosos, para vivir a solas con Rinaldo en medio de aquella naturaleza encantada. Así la maga seductora se transforma en la criatura amante: pero sólo con el dolor, compañero inseparable del amor en la poesía de Tasso, puede llevar a término su más auténtica transformación y la revelación de su humanidad.
Una magia «santa», más fuerte que la suya, conduce a dos enviados cristianos a su encantado mundo e impulsa a Rinaldo a sobreponerse a su pasión y a abandonarla: ni hechizos ni ruegos, en los que las artes de la seductora se confunden con la voz de la auténtica pasión, logran detenerle. Armida conoce las amarguras de la pasión y el odio a la vida, pero no desmaya, y después de destruir aquel mundo encantado, regresa en un carro volador a su castillo junto al Mar Muerto, y de allí al campamento egipcio.
Afanosa de venganza, renueva sus seductores hechizos y promete su mano al guerrero egipcio que dé muerte a Rinaldo; pero combatiendo a su vez en medio de un grupo de guerreros anhelosos de luchar por ella, ve desvanecerse todas sus esperanzas al ser derrotados los egipcios y escapa de la batalla para darse muerte. Rinaldo la sigue, detiene su mano suicida, le dice palabras de paz y ella, que al principio se resistía, debe acabar confesando su total rendición: la maga, la hechicera no es más que una mujer enamorada, dispuesta a aceptar la fe y el destino del hombre amado.
Su historia es uno de los episodios más nuevos, más complejos y más poéticos de la Jerusalén libertada; en la Jerusalén conquistada (v.) el Tasso acentúa en cambio los caracteres demoníacos de este personaje presentándolo como hija de una sirena; atada a un escollo por los libertadores de Rinaldo, se ve obligada a deshacer sus propios encantos y es luego abandonada traicioneramente por aquéllos. Así termina el último episodio de la redención final por obra del amor, y en rigor todo el drama humanísimo de Armida en la Jerusalén libertada.
M. Fubini