Dominique se enamora, siendo todavía joven, de Madeleine, la sobrina de su único amigo Olivier: pero la joven, dos años mayor que él, se casa con el señor de Niévres. Dominique sufre profundamente por ello: ni el trabajo ni el placer contribuyen a hacérsela olvidar. Un año después encuentra de nuevo a Madeleine que, intuyendo el secreto del joven, trata de curarlo.
Pero muy pronto advierte que también ella está enamorada y decide alejarse. Dominique trata ahora de distraerse dedicándose a la actividad literaria y a la política. Pierde de vista a Madeleine hasta el día en que en una exposición, delante de un retrato de la mujer, descubre el íntimo sufrimiento de ésta. Sin dudarlo, va en su busca: los dos enamorados están a punto de ceder a la pasión, pero encuentran la fuerza necesaria para decirse adiós. Dominique pasará el resto de sus días en la paz del campo, sereno en la pureza de su conciencia.