Los poemas homéricos no son una aparición aislada en la literatura griega; en torno a ellos y por su influjo pululó en los siglos VIII y VII antes de Cristo y todavía más tarde, una producción abundante de poemas, que recogían y desarrollaban las innumerables leyendas que enriquecían la tradición helénica. El conjunto de estos poemas, hoy perdidos, es conocido con el nombre de Ciclo épico, y debió constituir, junto con la Iliada (v.) y la Odisea (v.), una especie de enciclopedia mitológica que comprendía, de manera bastante ordenada, los mitos más importantes desde los orígenes del mundo hasta las vicisitudes de los últimos héroes. Especialmente en su época más antigua, los poemas del ciclo debieron estar confundidos con la Iliada y la Odisea, y el conjunto de la producción épica debió ser puesto bajo el nombre común de Homero. Pero ya Herodoto reconocía la inverosimilitud de ciertas atribuciones, y con el progreso de la crítica, se vino acentuando entre la poesía homérica y la del ciclo una oposición fundada en criterios artísticos, reconociendo a Homero una aptitud genial para aislar del cúmulo de los mitos un episodio rico en interés humano universal y desenvolverlo dramáticamente, y en cambio a los cíclicos el predominio de la curiosidad histórica y de la coordinación cronológica y catalogada de los hechos, de manera que poemas harto inferiores en el número de versos a la Iliada y a la Odisea, reunían cada uno una serie de acontecimientos mucho más extensa.
En realidad, nacieron respondiendo a una necesidad diversa ya de la que había creado la epopeya homérica: la necesidad, viva especialmente entre los jonios, de sistematizar los datos de la tradición y de recoger las leyendas en exposiciones coherentes que son un preludio de la historia. El Ciclo, en su conjunto, se podría dividir en ciclos menores: el cosmogónico, con sus mitos referentes al origen del mundo, el tebano, el troyano, el de Hércules y otros más, referentes a grupos de leyendas menos difundidas. Pertenecía probablemente al primero una Titanomaquia, atribuida a Eumelo de Corinto o a Arctino de Mileto y que contenía la lucha victoriosa de Zeus contra los Titanes. En el ciclo tebano, la Edipodia, atribuida a Cinetón espartano, contaba los trágicos acontecimientos de Layo y de Edipo (v.); la Tebaida, de cantor incierto, las luchas entre los hijos de Edipo, Etéocles (v.) y Polinice (v.), y la expedición de los Siete contra Tebas; los Epígonos, la conquista de Tebas por obra de los hijos de los Siete; la Alcmeónida, la leyenda del epígono Alcmeón, hijo de Amfiarao, matador de su madre en venganza de su padre traicionado. El extenso y rico ciclo troyano comprendía las Ciprias, atribuidas a Estasino (o Egesias o Egesino de Chipre), que desarrollan lo anterior a la Iliada a partir del juicio de Paris (v.) y del rapto de Elena (v.). Por otra parte, una continuación de la Iliada hasta la muerte de Aquiles por obra de Paris, y la caída de Troya, estaba constituida por la Etiopida, de Arctino de Mileto, así llamada porque refería la gesta de Memnón, hijo de la Aurora y rey de los etíopes, en socorro de los troyanos, de la Pequeña Ilíada, de Lesques de Mitilene, y de la Iliupersis o Destrucción de Ilión, por Arctino.
Las numerosas y a menudo desgraciadas aventuras de los héroes griegos de regreso de Troya formaron el argumento de los Nostoi o Retornos, de Agias de Trecens, con los cuales se podía juntar idealmente la Odisea. En fin, la Telegonía, de Eugamón de Cirene, exponía el caso del hijo de Ulises (v.) y de Circe (v.), Telégono. Entre los poemas del ciclo herácleo se recuerdan la Toma de Ecalia, de Creófilos de Samos, con el amor de Hércules por Jóle; la Foceida, de Testórides de Focea, con la toma de Orcomene, y la Heraclea, de Pisandro de Rodas (siglo VI antes de Cristo), en que se fijaba la tradición, que había permanecido constante, de los doce trabajos. Poemas análogos tuvieron también otros héroes. Entre ellos se cita, por ejemplo, una Danaida en torno a la leyenda de las hijas de Danao, y una Teseida, en torno al héroe ático Teseo. De una producción tan rica que tuvo tanta importancia en la constitución del patrimonio legendario de los griegos y, por lo tanto, también en el desarrollo de su cultura y de su poesía, que siempre se alimentó de mito, no queda hoy nada. Raros son los fragmentos, y cuanto sabemos de sus títulos, de sus autores y argumentos, deriva de testimonios de antiguos escritores y de resúmenes hechos por eruditos de las postrimerías de Grecia, particularmente de la Crestomatía (v.) de Proclo y de la Biblioteca (v.) de Focio.
A. Brambilla