(v.) [Der Cicerone]. Obra del historiador suizo Jacob Burckhardt (1818- 1897), escrita en lengua alemana, editada en Basilea en 1855 y posteriormente publicada varias veces con adiciones. Concebida como una guía de los tesoros de arte existentes en Italia, mejor dicho, según las modestas palabras del subtítulo, como una introducción para gozar de ellos, se trata en realidad de un ensayo ejemplar de topografía artística y al mismo tiempo de verdadera historia del arte, desde la antigüedad clásica hasta el fin del siglo XVIII italiano. El libro comprende tres partes, dedicadas a la arquitectura (incluida la decoración), a la escultura y & la pintura, y subdivididas en capítulos menores que corresponden a los grandes períodos cronológicos y estilísticos (antigüedad clásica; Edad Media; siglo XV. siglo XVI; época barroca). En el ámbito de cada capítulo, las vicisitudes de cada una de las artes son seguidas de región en región, según arraigan y se difunden las nuevas formas expresivas. En cambio, a veces por comodidad expositiva, prevalece el criterio de las grandes personalidades artísticas y de las escuelas. A veces también las obras son clasificadas por temas y géneros, como en el caso del arte clásico; sin embargo, por lo general, el orden topográfico se enlaza con el histórico en un cuadro adecuado, cuidadísimo en sus detalles, sabía y originalmente compuesto.
La obra de Burckhardt está hoy, naturalmente, superada en muchos aspectos por las investigaciones modernas: así, por ejemplo, el modo de tratar el arte barroco resulta algo inadecuado. Pero, sobre todo, los límites de la obra son los mismos de la personalidad del autor: sus incertidumbres y oscilaciones teóricas, su rigorismo crítico que le lleva a identificar la perfección estética con el arte griego clásico y con el del Renacimiento italiano maduro, y le impulsa por un lado a exaltar los templos de Pestum o la pintura de Rafael, y por otro a considerar con frialdad el arte medieval, a desconfiar, a pesar de admirarlo, de Miguel Ángel como precursor del Barroco; a juzgar desfavorablemente a un Caravaggio o a un Bernini. Con todo, en el Cicerone, la aguda y afinada sensibilidad de Burckhardt halla manera de manifestarse tal vez mejor que en otros escritos suyos; esto se debe al carácter mismo del libro. Escrito en buena parte durante estancias en Italia, tiene en realidad la inmediata lozanía de impresiones de un diario de viaje: no quiere imponer sus juicios al lector, sino más bien ayudarle a rehacer por cuenta propia la experiencia directa de la obra de arte.
G. A. Dell’Acqua