Las cartas de lord Palmerston (1784-1865) han sido recogidas y publicadas en francés bajo el título Correspondance intime pour servir a l’histoire diplomatique de L’Europe de 1830 á 1865, por Augustus Craven. Esta colección epistolar, que, como es lógico, respira una sinceridad mucho mayor que las cartas oficiales del mismo personaje, se ocupa de todas aquellas grandes cuestiones en las que intervino el hombre que durante largo tiempo fue jefe del gobierno inglés y primera figura en la política europea. Su lectura pone de relieve, en primer lugar, la importancia que Palmerston concedía a la alianza de Inglaterra con Francia, «los dos países más liberales, industriales, productores y ricos de Europa», como medida de seguridad para la paz mundial, política que persiguió afanosamente. No obstante, de vez en cuando, desliza ciertos ataques contra algunas figuras políticas francesas, sobre todo pertenecientes al reinado de Luis Felipe. Pero el problema francés, por importancia que tenga, sólo es una parte de las cuestiones que le preocupan. En el curso de los años, su correspondencia nos habla del juicio que le merecían toda una serie de asuntos planteados: revolución belga, papel de Inglaterra en los negocios de Portugal y España, advenimiento de la reina Victoria, asuntos de Oriente, cuádruple alianza de 1840, matrimonios españoles, defensa nacional, problema sirio, movimientos en Italia, revolución en Francia, ocupación de Roma, guerra en Hungría, política rusa, reformas concernientes a Turquía, disputa con China, guerra civil en América, asunto de Dinamarca y del Schlesvig-Holstein, etc…
Al cumplir los sesenta y dos años, en 1846, lord Palmerston vuelve a coger por tercera y última vez la dirección del Foreign Office; desde entonces, salvo dos intervalos de corta duración, figura continuamente en el gobierno. Los cinco años pasados en el Foreign Office, a pesar de la paz de que goza el país, son los más agitados porque ministro alguno haya tenido que pasar; apenas toma en sus manos las riendas, cuando acontecimientos alarmantes se suceden en diversos puntos del continente, acontecimientos que, al margen de su propia importancia, eran los signos precursores de la tormenta que en 1848 estallaría en Europa; según Palmerston, las revoluciones de entonces fueron fruto de los errores cometidos por los soberanos absolutos. El siguiente extracto de un despacho circular cursado a los representantes del gobierno inglés en Italia, en enero del año 1848, muestra la lucidez de los puntos de vista del ministro y revela su preocupación y esfuerzos para prevenir los graves peligros que intuía: «La situación de los soberanos de cara a sus objetivos es tal, que los enemigos, tanto de una como de otra parte, podrían aprovecharse de ella si así lo quisiesen. Nada más fácil hoy que hacer que los soberanos acojan los falsos rumores de sublevaciones y de infundir en sus ánimos la creencia en complots revolucionarios, como, igualmente, nada más fácil que inspirar a los pueblos desconfianza por las promesas más formales de reformas y provocar de este modo agitaciones y alzamientos. Vuestro deber será neutralizar, en tanto que os sea posible, todos estos funestos esfuerzos.» Tal fue la disposición de espíritu con que Palmerston contemplaba el sombrío panorama político.