Novela publicada en 1945.
Como en Descenso al infierno, su novela anterior, también en ésta el principio del mal constituye el motor de la acción.
La noche de Todos los Santos que según el calendario céltico pagano corresponde a la última noche del año, noche de las brujas, hechiceros y nigromantes – describe un período de la vida de Simón Leclerc, llamado “Padre Simón” o “Simón el Clérigo”; una figura concebida como encamación del mal absoluto, que tiene su origen en el Simón el Mago de los Hechos de los Apósíoles y los Apócrifos, considerado por los padres de la Iglesia como el fundador de todas las herejías gnósticas.
Persiguiendo el sueño de conseguir algún día dominar tanto el mundo de los vivos como el reino de los muertos, Simón el Clérigo aparece en tres materializaciones distintas en China, Rusia y Londres; pero la lluvia divina que con la llegada del día de Todos los Santos comienza a caer en Londres, inundando “la sala de Holbom”, central londinense de este moderno Anticristo, pone fin a sus planes. Son ignaras adversarias de Simón, dos jóvenes mujeres que han sido compañeras de infancia. La primera, Lester Fumival, recién casada, a finales del segundo conflicto mundial es muerta en compañía de una amiga por un avión derribado sobre Londres; a partir de entonces, y durante algunos días, ambas jóvenes vagan en una especie de limbo entre la vida y la muerte representado por la “Ciudad”, ciudad que es prácticamente la misma Londres, pero espectral e indefinida y en la cual no existen ni el espacio ni el tiempo. La segunda de ellas, Betty, novia de un joven y prometedor pintor (amigo del marido de Lester), es hija de Simón y de Lady Wllingford; odiada por su madre típica figura de virgen bruja – ha sido procreada por el Clérigo para servir primero de intermediaria entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y después como víctima propiciatoria para obtener el dominio de ambos reinos.
Pero al trazar su diabólico plan, Simón el Clérigo no ha tenido en cuenta, la fuerza del amor humano que acabará determinando su derrota. En efecto, empujada por éste y sostenida y protegida por la Trinidad divina y los Santos (los antiguos Magos del bien), la difunta Lester substituye a Betty en el sacrificio, aceptando de tal forma su propia y definitiva separación del mundo: “Todo, todo se acaba; después de tantos preludios, esto era seguramente la muerte, la alegría más pura y exquisita de la muerte, en la aceptación de una amargura demasiado grande para poder soportarse”.
Para Evelyn Mercer, la amiga muerta en compañía de Lester, que ha accedido voluntariamente a ser instrumento de Simón, el rechazo de esta separación definitiva significará la condenación eterna. Esta novela abre perspectivas insólitas, puesto que en ella el mundo y la vida se ven en gran parte a través de los ojos de las dos mujeres muertas y de Simón el Clérigo. W. pinta imágenes seductoras de las dos Londres – la “auténtica” y la espectral, “Ciudad” de los muertos, descrita con un simbolismo encantador – y nos da una caracterización de los varios personajes cuyo vigor recuerda a ratos a Kafka. Además, el lenguaje, en el que alternan el “continuo” y el “staccato”, confiere tal sugestión a los acontecimientos descritos, que presenta lo insólito, lo metafisico y lo racionalmente inaceptable, como un dato de hecho aceptado y aceptable, mientras lo mágico – como en la Edad Media – se convierte en una componente fundamental del mundo y de la esencia humana. La noche de Todos los Santos ocupa una posición singular dentro de las novelas escritas por W., novelas que en Inglaterra le dieron mucha más popularidad (sobre todo entre las generaciones jóvenes) que sus obras dramáticas y poéticas, mucho más importantes. En efecto, este libro es un “outsider” de aquel género de “thriller metafisico” (en el estilo de M. R. James, A. Machen o A. Blackwood)