[Regulae ad directionem ingenii]. Tratado didáctico del filósofo francés René Descartes (1596-1650), publicado en Amsterdam en 1701, junto con otros varios tratados, con el título de Obras postumas.
Está incompleto y llega hasta la Regla XVIII. De tres de las reglas siguientes sólo tenemos enunciados. Las primeras reglas tienen una evidente correspondencia con las enunciadas en la segunda parte del Discurso del método (v.). «Dirigir el espíritu de manera que emita juicios sólidos y verdaderos sobre todos los objetos que se le presentan», fin éste de los estudios, sobre los temas de los cuales Descartes afirma que no es menester buscar las opiniones ajenas ni formar conjeturas propias, sino sólo atender a lo que «se puede ver claramente y con evidencia, o deducir con certeza». A este respecto, el autor advierte que por «intuición» él entiende «no ya la creencia en el testimonio variable de los sentidos o los juicios falaces de la imaginación, sino la concepción de un espíritu sano y atento, tan sencillo y claro, que no deje duda alguna sobre lo que comprendemos», aun reconociendo que con esta definición cambia el significado ordinario de aquella palabra. El método para la búsqueda de la verdad consiste en «reducir las proposiciones oscuras y complicadas a las más sencillas» o, «si partimos de la intuición de las cosas más fáciles, esforzarnos para elevarnos gradualmente al conocimiento de todas las demás».
Pero sobre todo es menester, para distinguir las cosas más sencillas de las complejas, y seguir la investigación con orden, procurar ver en cada serie de objetos o de verdades deducidas, cuál es la cosa más sencilla, y cómo se apartan de ella todas las demás. Para completar la ciencia es menester pasar revista a todos los objetos que se refieren a nuestro propósito y abrazarlos con una enumeración suficiente y metódica. Si en la serie de las cosas que debemos examinar se encuentra alguna no bien comprendida, es menester detenerse y no seguir adelante. Para que el espíritu adquiera sagacidad es menester ejercitarlo a volver a encontrar por sí mismo las cosas ya descubiertas por otros y recorrer con método las artes aún más sencillas y menos importantes. Para reforzar la certeza de la ciencia y dilatar el espíritu, es necesario reflexionar en las relaciones mutuas entre proposiciones sencillas y derivadas «con un movimiento continuo del pensamiento, concibiendo distintamente, pero en conjunto, el mayor número de ellas».
En cuanto a la extensión real de los cuerpos, es menester representársela entera a la imaginación por medio de figuras esquemáticas (es de notar que entre las dimensiones de los cuerpos Descartes pone también el peso y la velocidad y hasta el número, esto es, «la división real o intelectual», en partes iguales); y mejor será seguirles el rastro, y mostrarlas a los sentidos exteriores, para tener más fácilmente despierto nuestro espíritu (aquí tenemos en embrión el método Frobel, Montessori, etc.); o, si no se requiere especial atención del espíritu, representarlas con formas abreviadas. Cuando en una cuestión reconocemos que sus términos conocidos están en relación de mutua dependencia con los desconocidos, hasta el punto de que éstos quedan por ello perfectamente determinados, es necesario suponer conocido lo que no lo es, y deducir gradualmente aquello mismo conocido como si fuese desconocido (es el procedimiento del álgebra). Para hacerlo, bastan las cuatro operaciones; es más, la multiplicación y la división a veces no es menester aplicarlas (ejemplificaciones algebraicas y geométricas).
De las reglas diecinueve, veinte, veintiuna, se nos han conservado sólo los enunciados, y no completos, de carácter estrictamente algebraico, que interesan a la lógica matemática. Gran importancia tienen, pues, estas reglas para la didáctica y la metodología; llevan el sello de aquel estilo lúcido y aquella forma geométrica que caracterizan los escritos de Descartes, entre los cuales, aunque incompleta, esta obra ocupa un lugar notable.
G. Pioli