[Reformation, Renaissance, Humanismus]. Con este título el filólogo e historiador alemán Konrad Burdach (1859-1936), reeditó en 1918, en un volumen, dos ensayos anteriores: «Significado y origen de los términos Renacimiento y Reforma» [«Sinn und Ursprung der Worte Renaissance und Reformation» ] y «Sobre los orígenes del Humanismo» [«Ueber den Ursprung des Humanismus»].
La primera de dichas disertaciones reproduce sustancialmente el texto de una conferencia pronunciada en la primavera de 1910 por Burdach en la Academia de Ciencias de Berlín y publicada en los «Informes» de dicha Academia; la segunda es la refundición de una conferencia dictada en octubre de 1913 en la Universidad de Marburgo y aparecida al año siguiente en la «Deutsche Rundschau». Burdach se proponía indagar el sentido y la génesis de los términos «Reforma» (v.), «Renacimiento» (v.) y «Humanismo» (v.), combatiendo la difundida opinión de que el movimiento renacentista tendía a un racionalismo irreligioso.
Estimulado por afirmaciones de Adolf Hildebrand y Henry Thode (que en la palabra «renacimiento» habían intuido, el primero, una alusión «a la palingénesis de los misterios de la Grecia primitiva y al mundo ideal paulino y juanista» [v. El problema de la forma en el arte plástico], y el segundo la influencia del movimiento franciscano en la dirección artística del Renacimiento [v. San Francisco de Asís y el Renacimiento]), el sabio de Kónigsberg, con poderosos argumentos y vivo sentido histórico, reivindica el verdadero valor del concepto de Renacimiento y señala su alcance con criterios nuevos y más coherentes. Advierte Burdach que ya Vasari había dado a la palabra «renacimiento» un significado más amplio que el hoy corriente de sencilla restauración o despertar de la cultura antigua.
Antes de Vasari, Maquiavelo, hablando de la revolución de Cola di Rienzo, había apuntado la idea de un renacimiento propiamente dicho de Roma. En la obra del tribuno romano, tan admirado por Petrarca, Burdach destaca «un profundo impulso religioso, una fe fuertemente teñida de misticismo», así como «la conciencia de insertar su revolución en el gran proceso de la historia universal». El mismo espíritu anima la concepción histórica de Dante y sus aspiraciones personales: palingénesis de la humanidad, aumentada por una renovación politicoeclesiástica, purificación y renacimiento de sí mismos en la gracia divina, voluntad de rejuvenecimiento y recreación de la ciencia, el arte, la religión y la moralidad; parecido impulso de ascensión y renovación vibra en la obra de Petrarca. Los dos grandes poetas transfieren al mundo de su cultura y poesía, y no sólo en el de su religiosidad, el anhelo de una renovación y transformación en Cristo, que había elevado el alma de Gioachino da Fiore, de San Francisco de Asís, de Santo Domingo y de San Buenaventura.
El concepto de renacimiento señalado en las palabras «regeneratio», «nova vita», «reno vari», «renovatio», «reparatio», «reformari», «reformatio», que se encuentran continuamente en los libros sacros, a partir del Nuevo Testamento hasta los escritos de los místicos franceses, italianos y alemanes de los siglos XII, XIII y XIV, el símbolo de la regeneración contenido en los sacramentos del bautismo y de la penitencia — conceptos y símbolos que provenían ya, modificados, de creencias y cultos paganos anteriores, como la fe en la vuelta de los muertos a una nueva vida, la leyenda egipcia de la voluntaria muerte y resurrección del Fénix, la esperanza en la vuelta de la Edad de Oro, etc. —, se transmitieron, secularizándose, en la aspiración a la renovación de la cultura y del arte, que caracteriza el llamado Renacimiento. Éste fue entendido, desde sus orígenes, no sólo en el sentido de imitación externa, sino en el de profunda reconquista de la civilización antigua, reconquista que implicaba una verdadera «renovación y una elevación de sí mismo».
Esta circunstancia testimonia la solemne grandiosidad del fenómeno que fue, al principio, designado casi indiferentemente con los términos Reforma y Renacimiento, ambos alusivos a una profunda y consciente renovación espiritual. A consecuencia de los movimientos nacionales y eclesiásticos, por obra de Wyclef, Huss, Lutero y Zwinglio, «los conceptos de Renacimiento y de Reforma empezaron a diferenciarse y separarse, pasando de un lado, en el plano laico del Estado, la ciencia, el arte, y apoderándose el otro de los impulsos religiosos en especial». Determinados así los valores y la génesis de los términos Reforma y Renacimiento, puede definirse mejor la naturaleza del movimiento cultural que llamamos Humanismo. En él «el conocimiento y la imitación de los escritores antiguos se presentan como programa de una nueva concepción y formación de la vida, como fuente entusiásticamente exaltada de un enriquecimiento y de un mejoramiento humanos».
Por lo que resulta que un sentido de renacimiento y de renovación es consubstancial y coexistencial con el vago y complejo concepto de humanismo, «fenómeno que nunca ha existido como un todo orgánico concluso»; también se advierte la unilateralidad de la conocida distinción hecha por Georg Voigt entre Humanismo y Renacimiento, «conceptos correlativos», nombres que designan dos fenómenos del proceso cultural europeo «estrechamente afines, incluso recíprocamente coincidentes y a menudo interferidos uno en otro». De lo dicho resulta además que la acostumbrada delimitación del Renacimiento es inexacta, debiéndose incluir en él al siglo XIV, «la edad del devenir del Humanismo, la edad de Dante, de Petrarca, de Boccaccio, pero también de Giotto, de Lorenzetti, de los poderosos inicios de una nueva cultura, de la pintura al fresco y de una nueva escultura». Es un mérito de Burdach el haber insistido en el carácter latino, espiritual y universal del Renacimiento. Reconoce explícitamente que «el Renacimiento propiamente dicho surge de la íntima sustancia vital del pueblo itálico».
El Humanismo y el Renacimiento son los herederos de dos imperios (el de los Césares y el de los Papas, ambos moribundos); y tienen en común con ellos el pensamiento de la universalidad; elevan un tercer imperio de tipo no político que gobierna en la esfera de la fantasía, de la ética, del arte y del vivir, y determina la naturaleza íntima del hombre. Puede destacarse también de la obra de Burdach la paradójica contradicción implícita en este fenómeno cultural, que surge de impulsos y sugestiones de naturaleza religiosa, y se convierte, en último término, en un freno para los delirios místicos de disolución, a los que se abandonan algunas corrientes del ascetismo medieval. Justamente advierte el historiador alemán: «El Humanismo y el Renacimiento salvaron a los pueblos de la Edad Media de los torbellinos salvajes que arrastraban a la autoaniquilación del hombre. Éste es su eterno mérito histórico.
Su obra consiste en dicha transformación de los delirios del sentimiento religioso, convertidos, de fuerzas negativas, en fuerzas afirmadoras de la vida. En tal transformación está el punto de diferencia de las épocas, ahí se oculta el misterio del origen del Humanismo y del Renacimiento que sólo podemos intuir, pero no investigar». Además de la profunda cultura y sólida preparación general y específica de Burdach, la obra revela intuición activa y genial, vivo sentido histórico, vigor lógico y persuasiva elocuencia. Gusta además, en el filólogo de Kónigsberg, la serena «humanitas» que sabe reconciliar la doctrina con el amor de la verdad y aspira a una sabiduría que supere todo prejuicio. En virtud de esta sabiduría, Burdach enlaza directamente con algunos nobles espíritus alemanes de fines del siglo XVIII y principios del XIX, en la cultura de los cuales — de W. Humboldt, por ejemplo — parece revivir, transubstanciada, la helénica «kalokagathia» gracias, sin duda, a remotas sugestiones del Humanismo italiano.
G. Necco