[Ragione e Fede]. Con este título, en 1942, Piero Martinetti (1871-1943) reunió una serie de ensayos de fechas diversas relativos a escritos y problemas de religión y de moral.
Algunos de carácter histórico y crítico se refieren al pensamiento ético de Sócrates, a las doctrinas religiosas de Kant y de Hegel, al modernismo de Loisy y de Tyrrel, a la teología de Otto, de Barth, de Monod. Otros tratan de cuestiones éticas y religiosas, y de la relación entre moral, religión y filosofía. Entre éstos es, con mucho, el más largo e interesante el ensayo Razón y fe, que da título al volumen, donde más claramente se expresa la concepción religiosa que forma el tono profundo de todo el pensamiento de Martinetti. Toda la actividad espiritual del hombre es un elevarse de lo determinado de su vida particular a la participación en el orden universal que en su pura unidad trasciende todo aspecto finito y vale frente a éste como coherencia formal.
Por eso es un íntimo trascenderse, religión en su más universal significado. Pero esta trascendencia, este proceso de liberación de la obsesión de lo finito, de universalización ideal, está en acto en la razón. La razón es, por esto, la esencia de la religiosidad; ya que su más alta misión, aun partiendo de la experiencia y organizándola según su principio de unidad, consiste en elevarse «a aquellas verdades universales y absolutas, que ella no puede ya captar y designar de otro modo sino por medio de símbolos», pero que valen como principios absolutos de la conducta; «en la construcción de una concepción personal de la vida, que se traduce en la acción, esto es, de una fe». La oposición entre fe y razón nace sobre todo de su identidad en naturaleza. Toda forma de vida religiosa tiene siempre en su base la imagen mítica de una construcción racional que es el fruto espiritual más elevado de una personalidad genial.
Pero la difusión de la vida religiosa la degrada; la construcción racional, en cuanto falla su íntimo sostén, se disuelve; la imagen mítica se fija, se torna rígida; el franco sistema de la razón es sustituido por un cerrado esquema conceptual, oscurecido por intuiciones mal desarrolladas, que se mezcla con significados confusos e inferiores. En esta paulatina rigidez dogmática, que es también oscurecimiento de la vida interior, la religión se opone, en su teología como en su praxis, a la autonomía teórica y práctica de la razón, que está en acto en la filosofía. Este dogmatismo se rompe así, por un lado, en la reacción mística que restituye a la religión su sentido y su vida profunda; por otro lado, en la reacción filosófica que devuelve a la razón su libertad. Religión y razón coinciden aquí como expresión del libre elevarse del alma hacia lo divino; lo divino, que es la verdad de su propia naturaleza.
La fe no es, pues, otra manera de conocer que derive de certidumbres sobrenaturales, o de intuiciones sentimentales y místicas, que subsiste junto a la razón; la fe es también una obra de la razón. «Ahora bien, si la fe es una construcción de la razón, la ley fundamental de su formación es una ley lógica y el principio supremo de su valoración es un criterio lógico. El valor religioso es, por lo tanto, verdad». La más alta forma de religión es, por esto, «una mística de la razón; que es la mística de los espíritus ilustrados», la fe en la Razón universal, conciencia que ilumina y vigoriza todo el impulso de la espiritualidad. «En esta aspiración del hombre hacia la vida eterna del espíritu reside la verdadera realidad, la única que podemos considerar como resultado de las cosas. Nosotros no podemos pretender que esta afirmación, ni en su formulación lógica, constituya la verdad absoluta; pero ella es para nosotros la última y más alta formulación de la verdad; formulación que nos tranquiliza contra la angustiosa duda de que las líneas esenciales de la fe espiritual — como han sido, por ejemplo, trazadas con sublime sencillez en el Evangelio de Jesucristo — puedan ser un vano ensueño del hombre».
A. Banfi