[I colloqui]. Es la segunda colección de versos de Guido Gozzano (1883-1916), publicada en el año 1911, y, en edición definitiva, en 1930, enriquecida esta última con rimas inéditas y fragmentos del proyectado poema sobre las Mariposas (v.). Una edición de 1925, titulada Los primeros y últimos coloquios [I primi e gli ultimi colloqui] comprendía también una selección del Camino del refugio (v.). El volumen de los Coloquios está distribuido en tres partes: «El juvenil error» [«II giovanile errore»], episodios, como el autor declaraba, de «vagabundeo sentimental, y documento de aquel mal mío y de mi tiempo que podría yo llamar impotencia platónica»; y comprende, para hablar de sus poesías más conocidas, «Los dos caminos» [«Le due strade»], que ya estaba en la Via del rifugio, e «Invernale», un ensayo de aquel fácil novelar mundano, mejor aquí, en su breve construcción, que en la mayor parte de los cuentos reunidos en el Altar del Pasado [Altare del Passato] y la última huella [Ultima traccia]. «En los umbrales» [«Alie soglie»], es la segunda parte del libro, y encubre «algún coloquio con la muerte»; contiene las poesías más célebres, «Pablo y Virginia», «La señorita Felicidad», «La amiga de la abuela Esperanza», «Cocotte» [«Paolo e Virginia», «La signorina Felicita», «L’amica di nonna Speranza», «Cocotte»].
La tercera parte se titula «El regresado» [«II reduce»] y reúne los temas de melancolía, de desengaño («reduce dall’amore e dalla morte / gli ánno mentito le due cose belle!»), de amarga clarividencia y algún nuevo fervor, que concurren a formarnos el retrato de Totó Merumeni (v.). En esta última parte figura entre las más conocidas la poesía «Turín» [«Torino»]. Los Coloquios son, en sus mejores momentos, la expresión de un mundo de leves fantasmas, de evocaciones a un tiempo fascinadoras y desengañadas. Es una voz original, muy propia de Gozzano, ésta de los Coloquios (aunque se perciba en ellos algún eco de Pascoli, Jammes, De Mus set, pero ya no de D’Annunzio), tanto en la manera innata en ella y que se difundió en los «fáciles seguidores» como en los felicísimos ensayos de poesía genuina. El propio Gozzano, ha dado en su obra poética alguna definición de su inspiración, ni muy vasta, ni muy profunda; escogeremos ésta: «y no sé qué voces sutiles, inquietas / surgen de mi perplejidad» [«e non so quali voci esili inquiete / sorgano dalla mia perplessitá»]. Perplejidad es la palabra justa para sugerirnos aquella vaguedad de sentimientos en que nos mece la psicología y la música a menudo ambiguas del poeta cuya actitud más definitiva es la de un superviviente que ahora mira al pasado (con desapego unas veces y otras con afectuosa nostalgia), y al presente con un encarnizamiento de sinceridad introspectiva, y un propósito de resignación que nunca ocultan la atormentada añoranza. El mundo de Gozzano es una «jocunda (pero su jocundidad es una actitud consciente) aridez disfrazada de quimera»; de este contraste él fue a menudo, además del observador, el cantor. De las quimeras, muchas pertenecen a sus recuerdos infantiles: a aquel tiempo remoto al autor le gustó transferir los más queridos espejismos de su vida, pero no supo jamás gozarlos con plena entrega, e intentó con artificiosa ironía destrozar su romántico engaño. En este juego nos revela no la madurez de su inteligencia y de experiencia, sino su juventud inquieta, que con tan dulce tristeza nos confió como su imagen perenne.
F. Pastonchi
Gozzano consigue ser un nuevo y sabroso versificador con palabras comunes, acentos en caída y rimas aproximativas. Tiene la coquetería de los acordes que parecen falsos, de los atrevimientos que parecen bobadas de novicio; se divierte haciendo el piamontés, el abogado, el provinciano, y por el contrario, es un artista, uno de aquellos para quienes las palabras existen antes que todo lo demás. (Serra)
Estriba en esto su salvación en saber atenerse con su fantasía, no hecha para grandes vuelos, bien adherente a la vida de las cosas, a la realidad que no miente. (E. Cecchi)