Narración de Kostis Palamas (1859-1943), publicada en 1901. Mitros el rumeliota, un pescador de veinticinco años, a quien la gente ama y admira como a un verdadero palicario (este vocablo significaba en su origen algo así como «héroe nacional» y hoy, por extensión, se dice en Grecia de todo hombre bello, vigoroso y lleno de valor), durante la noche del Viernes Santo tropieza y se rompe una pierna. Sus tres mejores amigos y su madre llaman acto seguido al médico, el cual, desde el principio, emite un diagnóstico pesimista, porque la fractura se ha producido en mitad de la rodilla; con todo, procede a enyesarle inmediatamente la pierna para inmovilizarla y después recomienda calma y paciencia. Mitros está dispuesto a soportarlo todo con tal de no quedar lisiado, porque, aun sin comprenderlo bien, él «adora a un solo dios: la Belleza, la Santa Belleza del vigor y de la salud, que tiene por templo el cuerpo… Para un palicario como él, hijo de Dimena, la fealdad es deshonor».
Transcurren pacientemente en la cama, en la más absoluta inmovilidad, tres largos meses, pero al término de ellos, cuando por primera vez baja de la cama y pone los pies en el suelo, advierte que cojea; entonces cae pesadamente a tierra, entre las lágrimas desesperadas de su madre, que comprende que su hijo preferirá la muerte a quedar lisiado. Comienza entonces el calvario de la pobre madre y de los amigos que, desconfiando de la ciencia, se rodean de toda una ralea de charlatanes, curanderos y hechiceros, que someten al joven a ritos y conjuros, con la consecuencia de que la pierna empeora, se inflama y, por fin, se gangrena. Vuelve entonces a presentarse el verdadero médico, el cual advierte a la madre que, si la pierna de su hijo no es amputada inmediatamente, éste morirá en pocos días. Pero su madre y sus amigos saben que Mitros no se resignará nunca a vivir inválido; jamás se atreverá a presentarse con las muletas a Frosini, su novia, y hacen por esto una última tentativa enviando a Epacto a consultar a un célebre curandero. Pero también éste les quita toda esperanza. «El destino lo tiene en sus lazos y no hay cuchillo que los corte. Lo han consumido las magias del amor: los espectros maléficos lo han acosado».
La madre se convence de que las autoras del sortilegio han de ser Morfo, una muchacha a quien Mitros ha despreciado, y su madre, una vieja bruja, habilísima en toda especie de maleficios. Cuando Mitros comprende que está a punto de morir, pide a la pobre madre, muda de dolor, un espejo para acicalarse por última vez, y exige que se abra de par en par la puerta y que con el sol y la brisa marina entre toda la gente de la aldea a unirse con la madre en la lamentación fúnebre. La muerte del palicario podría definirse como un poema en prosa, por la delicadeza de las emociones, por la potencia de las imágenes y por el estilo, extraordinariamente límpido y plástico. El novelista poeta ha expresado en esta narración su culto por la Belleza: no sólo por la ideal y filosófica, sino por la tangible del cuerpo y de los miembros armoniosos y sanos.
M. Galloni