[Experiments and Observations of Electricity, 1751-1754]. Estos escritos constan principalmente de las célebres Cartas a Collison [Letters to Collison] y del no menos célebre Cuaderno de memorias [Diary]. Contienen la importante teoría del fluido único, las observaciones que condujeron al descubrimiento del pararrayos, los resultados de numerosos experimentos efectuados especialmente con la «botella de Ley den».
Fue justamente Franklin el primero que observó el «poder de las puntas», primer germen de la hipótesis y de los experimentos sobre el pararrayos: «Cuando las nubes electrizadas pasan por encima de una región, las cimas de las montañas y de los árboles, las torres elevadas, las pirámides, las arboladuras de las naves, las chimeneas, etc., como otras tantas puntas atraen el fuego eléctrico, y la nube entera se descarga». (V carta a Collison). Para confirmar su hipótesis, Franklin propuso poner sobre la cúspide de un edificio un cobertizo aislador. De este cobertizo parte una vara de hierro la cual — curvándose— cruza la puerta y se eleva perpendicularmente a unos diez metros de altura. Se coloca un hombre sobre el cobertizo en contacto con la vara de hierro. Cada vez que las nubes (electrizadas) pasen algo bajas la vara de hierro quedará electrizada; del cuerpo del observador se podrán sacar chispas fácilmente.
Franklin no pudo realizar su experimento por falta de edificios altos en Filadelfia. El experimento fue realizado (1752) en un jardín de Marlyla Ville por tres científicos franceses (uno de ellos era Buffon), y dio resultado. En el mismo año fue repetida la prueba en Bolonia por G. Veratti y T. Marino. Al saber esto Franklin (VIII carta a Collison) quiso repetir el experimento por medio de su conocidísima «cometa»; ésta llevaba en medio de su bastidor una punta de hierro atada a un cordel (conductor) que terminaba en su extremo inferior en una llave. La cometa, atada con un cordoncito de seda (aislador), fue elevada en tiempo tempestuoso, y cuando pasaba alguna nube por encima de ella se veían las hilachas del cordel (conductor) erizarse (por estar electrizadas), y acercando el dedo a la llave se podían sacar chispas de ella.
Esto indujo a Franklin a proyectar un primer pararrayos; pero su idea recibida con escaso favor en su patria (carta a Kinnersley, 1762) tuvo en cambio favorable acogida en Italia y en Francia, donde aquel instrumento fue denominado pararrayos (paratonnere) por el médico y botánico J. Barbeu Dubourg. Contra la anterior teoría de los dos fluidos eléctricos, «vítreo» el uno y «resinoso» el otro, Franklin sostiene la teoría del fluido único. Piensa (carta a Collison, 1747) que el «fuego eléctrico no es producido, sino acumulado por el frotamiento, y es atraído por las demás materias, especialmente por las aguas y los metales…». Este «fuego» o «fluido» extremadamente sutil y elástico, inunda el Universo penetrando en cada cuerpo. Las partículas del fluido se repelen unas a otras; pero son atraídas por la materia ordinaria. Por el frotamiento, extraemos parte de un fluido a un cuerpo y lo cedemos a otro (según la teoría moderna son los «electrones» o cargas eléctricas negativas los que pasan de un cuerpo a otro por efecto también del mero «contacto», y en esto consiste el «efecto Volta», fenómeno importantísimo descubierto por Volta. La «frotación» no hace sino facilitar la producción del fenómeno favoreciendo un contacto más íntimo).
Cuando un cuerpo llega a tener un exceso de fluido eléctrico, este exceso forma como una atmósfera a su alrededor, y entonces se dice que el cuerpo está cargado positivamente. En caso contrario, se dice que está cargado negativamente. Cuerpos que poseen electricidad de nombre opuesto se atraen; cuerpos cargados de electricidad homónima se repelen. Franklin intenta en vano explicar cómo se efectúa la repulsión entre cuerpos cargados negativamente y, por tanto, privados de «atmósferas eléctricas». Esta incapacidad favoreció, en la segunda mitad del siglo, el retomo de la teoría de los dos fluidos de Du Fay, oportunamente modificada por J. Symmer. Durante las investigaciones llevadas a cabo para sostener su teoría, Franklin (quien, sin embargo, no comenzó a aprender las primeras nociones de electrología hasta los 41 años) fue conducido a notables afirmaciones experimentales. La más importante de todas fue el descubrimiento (suyo, y no de Faraday, a quien se le atribuye comúnmente) del papel que tienen los aisladores en los fenómenos eléctricos: «La fuerza total de la botella y el poder de producir la sacudida — así escribe a Collison — están en el cristal mismo…
Los cuerpos no eléctricos (esto es, las «armaduras» metálicas en contacto con el cristal) sirven únicamente, como las armaduras del imán, para unir las fuerzas de las diferentes partes en el punto que se desee…». No todo este párrafo resulta claro; pero es clarísima la fundamental afirmación relativa al cristal. Franklin la reforzó con ingeniosos experimentos, descritos en su carta a Collison. Al sabio y filántropo de Baltimore, por el contrario, no le pertenece el «cuadro chispeante» comúnmente exhibido en las escuelas con su nombre, y con graciosas variantes de mariposas y flores dibujadas sobre las láminas del cristal mediante trocitos de papel de estaño. No hay rastro de este cuadro en los escritos de Franklin, mientras que la descripción de este juego —hoy todavía delicia de los escolares — la publicó por primera vez Jr A. Nollet (1700-1770) en las «Memorias» de la Real Academia de Ciencias de París, en 1766.
U. Forti