[Essai sur la peinture, pour faire suite au Salón de 1765]. Breve escrito que, redactado con la intención de dar cuenta de los principios que le guiaban en el ejercicio de la crítica en sus Salones (v.), se mantuvo inédito hasta 1795. En él estudia el autor la pintura, siguiendo las tradicionales categorías: dibujo, claroscuro y, sobre todo, color, a cuya concepción llega apoyándose en el concepto naturalista de que el arte es imitación de la naturaleza; ésta es imitable en cuanto es visible y es visible en cuanto es coloreada (véase la misma idea en Rogez de Piles, Sumario de la vida de los pintores).
Diderot se nos muestra un poco sordo ante la magia del dibujo: para él es siempre posible aprender a dibujar bien, mientras el color constituye un don natural, y es lo que pone en evidencia más eficazmente el carácter de un pintor y le hace encontrar la comunicación directa con la fantasía del público. El carácter, la misma disposición de ánimo del artista, influyen en su manera de aplicar el color; bastaría observar el modo como empasta los colores sobre la paleta y los traslada al lienzo, para lograr una idea de la mayor o menor riqueza y originalidad de su arte. La armonía es la ley fundamental del colorido. Pero existen armonías simples, fáciles y trivialmente agradables a la vista, que son propias de los pintores mediocres; hay pintores «pusilánimes», «burócratas de la pintura», que se limitan y repiten.
Los pintores geniales se reconocen, por el contrario, merced a su «pincel intrépido», que busca sin reposo y crea los acordes más nuevos y difíciles y juega con los más audaces contrastes. Tales ideas, expresadas en el estilo «hablado» de Diderot, extraordinariamente vivaz y colorista, a la vez que apto para reflejar de modo incomparable todo el calor de un animado debate, dan gran significación a este breve ensayo, en el cual, como en los Salones, resaltan típicamente los caracteres positivos y negativos de las doctrinas sobre el arte del siglo XVIII, en Francia.
M. Bofantini