[De Sapiente]. Tratado de antropología del filósofo y matemático francés Charles de Bouelles (Carolus Bovillus, hacia 1470-1553), compuesto en 1509, publicado en París-Amiens en 1510-11.
El hombre es el centro y el epílogo del universo, resumiendo en sí todos los aspectos de la Naturaleza: sustancia material; viviente; sensible; racional; y participando de la acedía de la piedra, de la voracidad de la planta, de la lujuria de la bestia y de la inteligencia del alma razonable. En tres modos y por tres causas diversas el hombre es tal: por naturaleza, edad y virtud; y en cada uno de estos modos lo es en cuatro aspectos y grados. De todas las hijas de la naturaleza: esencia, vida, sensibilidad y razón, solamente la cuarta es perfecta y digna de dominar sobre sus hermanas. Solamente el sabio es verdaderamente hombre; el ignorante es incompleto e imperfecto: tiene ojos, oídos, corazón, pero no ve, ni oye, ni comprende. Tan sólo tres seres son inmateriales: Dios, el ángel, y el alma humana; y de su modo natural de conocimiento el hombre participa con la razón, la inteligencia y la mente. Así, pues, si la materia que apenas existe es inengendrable, incorruptible, inmutable, subsistente e inmortal, ¿cuánto más no será inmortal el alma? Los bienes corporales se hallan situados entre los dos males extremos de exceso y defecto: los del alma son tales íntegra y universalmente.
El sabio obra siempre libremente, ya que posee inteligencia, poder y voluntad, causas de nuestras acciones, mientras el ignorante carece de la una o de la otra. Por consiguiente, el sabio es «el verdadero y perfecto fin de todas las cosas materiales contenidas en el firmamento, es como un dios terrenal y mortal»: mortal en su compuesto, pero no en sus diversas partes, que el cuerpo convierte en átomos, y el alma, de sustancia etérea, no se anula por la muerte sino que perdura íntegra e inmortal. Dos son los mundos intelectuales, por encima y por debajo del firmamento; y los dos los sensibles, el sublunar y el cuerpo humano. El hombre sabio es el alma del mundo: porque como el alma y el cuerpo forman el hombre, así el hombre y el mundo forman el universo; y lo mismo que el alma es necesaria para que subsista el hombre, también es necesario e indispensable el hombre para que el universo sea completo y subsista: especialmente el sabio, verdadera alma del mundo. La sabiduría es una especie de humanidad y forma con el hombre de la naturaleza, mónada inicial, una diada, una duplicación: un «hombre-hombre».
Y no solamente a una diada, sino a una tríada extiende el número del hombre y propaga la humanidad el poder de la sabiduría humana. El hombre, con su triple conocimiento: razón, imaginación y sentido, es tres veces trino: en el alma (inteligencia, memoria: síntesis, el concepto); en el cuerpo (imaginación, cuerpo: espectro sensible), y en el mundo (alma, mundo: especialmente, sentido); y ello contiene todas las cosas, absorbiendo la naturaleza entera, contemplando e imitando todo. Nada tiene de particularmente propio porque todo lo que poseen las demás cosas le es común. La naturaleza procreó y engendró dos hombres: el uno, superior, que llamamos mundo; el otro, menor, que recibe especialmente la denominación de hombre: el primero, capaz de todas las cosas; y el segundo, en potencia, la realidad universal. En toda sustancia humana se halla latente algo humano: el hombre es el reflejo del universo; y por la naturaleza fue formado lejos de todas las cosas, para poderlas reflejar: para que la naturaleza pudiera alcanzar en él la conciencia de sí.
El autor se extiende a descubrir y analizar y confrontar entre sí las múltiples características, en el hombre y en la naturaleza entera (pasando revista a más de 40) de la trinidad divina, y multiplica las tablas, los esquemas, las ingeniosas y raras alegorías y los fantásticos símbolos que aproximan sorprendentemente las obras de Bovillus en el aspecto tecnicoartístico a las de Gioachino da Fio- re; más equilibradas, pese a su encendida fantasía, que las del sacerdote calabrés, y enriquecidas por las aportaciones del pensamiento humanístico, especialmente de Pico de la Mirandola y de Cusano; pero muy frecuentemente no menos abstruso, rico de simbolismos y de algoritmos. Obra típica, que en el umbral del siglo XVI y sirviéndose de métodos e ideas originales, reelabora el concepto agustiniano de la trinidad de la autoconsciencia y el contenido de la «vita modernorum» de la Escolástica decadente, en la atmósfera del Renacimiento con motivos del humanismo cristiano y sobre todo del «divino Dionisio» (el pseudo- Dionisio, el Areopagita). Con su insistencia en oponer al macrocosmos de la naturaleza el microcosmos humano, y en su empeño de que la naturaleza reconstituya y reintegre las diferencias existentes entre la unidad y el hombre, anticipa la dialéctica de los oponentes.
G. Pioli