[Bruno oder über das natürliche und góttliche Prinzip der Dinge]. Obra en forma de diálogo del filósofo alemán Fiedrich Wilhelm Joseph Schelling (1775-1854) publicada en 1802. Pertenece al tercer período de la filosofía de Schelling, el «idealismo absoluto», en el cual intenta superar la antítesis subjetivismo-objetivismo mediante la recreación de la metafísica del XVI y XVII, esto es, del neoplatonismo, Spinoza y Bruno. El diálogo que se desenvuelve en la atmósfera de los banquetes filosóficos del neoplatonismo renacentista italiano (y característicamente italianos son los nombres de las personas: Anselmo, Luciano, Alessandro, Bruno), parte de los problemas de las relaciones entre filosofía y poesía. Objeto de la filosofía es el ser eterno libre de toda relación, incluso a priori, con las cosas temporales; ésta es la unidad arquetípica de las cosas, la cual, así como es absoluta verdad, es también absoluta belleza; luego filosofía y poesía tienen por fundamento la misma realidad, pero mientras la primera la traduce, por decirlo así, en algo diferente, la filosofía, por el contrario, se concentra sobre ella. La filosofía tiene, pues, por esencia, una forma esotérica; los misterios de la antigüedad son la más profunda y sublime filosofía. Bruno, junto con Luciano, que aquí representa el tipo de idealista kantiano-fichteano (¿Schiller?), preguntará qué especie de filosofía es más apta para instruir acerca de los misterios; para ello expondrá los fundamentos de su propia filosofía. Tal fundamento es proporcionado por la Unidad, como indiferencia que precede, y en que se resuelven las antítesis de ideal y real, finito e infinito; distinguiendo con Spinoza la «noción» (infinita y puramente posible) de la «idea» (que reúne, en cuanto antecede su diferencia, multiplicidad y unidad, finidad e infinidad), ese uno es la Idea de las ideas «la cual expresa la inseparabilidad entre lo diverso y lo uno, y entre la intuición y el pensamiento». En ella, lo ideal es real, lo real es ideal, y el existir no se separa del no existir. Esa unidad absoluta, objeta Luciano, ¿puede ser el principio del saber? Así como el saber es pura idealidad, tiene opuesto a él el ser, pura realidad; la unidad de ambos, que está en la base de su distinción, es una absoluta conciencia, la propia y absoluta unidad.
Pero si así se ha demostrado que la absoluta unidad es el fundamento, tanto del saber como del ser, no se ha demostrado cómo pueda serlo, esto es, en qué manera de aquella indiferente unidad (unidad antecedente a toda diferencia) pueda emerger la separación. Así Bruno se ve obligado a exponer toda la filosofía de la indiferencia. En la unidad indiferente se hallan juntas finidad e infinidad, idealidad y realidad; pero su diferencia está en el fenómeno, esto es, en la reflexión, no en la unidad originaria; por lo tanto la infinidad es una infinita finidad, y viceversa; la idealidad es una ideal realidad y viceversa. Finidad y realidad son. principio de diferencia, la cual se sitúa en el tiempo. Por este proceso, toda cosa «por sí» (no por lo tanto «en sí», esto es, en cuanto a la absoluta unidad) llega a su propia existencia temporal. Análogamente, desde el punto de vista subjetivo, la intuición (conocimiento de lo finito real) se destaca del pensamiento (conocimiento de la infinita idealidad), pero en el acto de la separación arrastra consigo la idea, que, de este modo, de primero se convierte en tercer principio. De manera que no existe lo finito, sino la unidad de finito con el infinito. Tales son los astros, «felices animales, y en comparación con los hombres mortales, inmortales dioses». Ellos, como todo cuerpo, son unidad de noción (infinita), que es juntamente el tiempo y el alma, e intuición (finita) que es el cuerpo. El tiempo es lo que llamamos conciencia. Los seres que tienen en sí la noción (infinita) de sí mismos son los cuerpos orgánicos dotados de pensamiento infinito, el cual puede ser más o menos actual, pero siempre, contrariamente a cuanto creen los idealistas, no es más que un aspecto del Uno-Todo.
Partiendo de la antinomia finito-infinito, Bruno deduce las formas de la lógica (intuición, juicio, razonamiento) y las categorías. Concluye su discurso con la distinción entre razón, unidad indiferente de todas las antinomias, e intelecto o reflexión, síntesis de antinomias subsiguientes a su devenir fenoménico. El diálogo se cierra con un examen de las cuatro formas del pensamiento filosófico, las cuales, aun siendo todas pensamiento del uno, lo ven sólo en una forma suya fenoménica; materialismo, intelectualismo, realismo e idealismo. La obra es de lectura bastante pesada y los raros momentos líricos no son suficientes para salvarla. En ella las dificultades de la filosofía de Schelling, que serán ásperamente puestas de relieve por Hegel, aparecen evidentes; Schelling no consigue deducir la diferencia de la Absoluta Indiferencia, y por lo tanto, debe postular como primitivo el dualismo entre los planos racional y fenoménico; dualismo que constituirá el punto de partida de Schelling para su investigación del problema religioso (v. Investigaciones filosóficas acerca de la libertad). [Trad. española de A. Gozaya (Madrid, 1887)].
G. Preti