[Séber ehillin; (Salterio o Libro de los himnos)]. Libro bíblico (v. Biblia) en que se reúnen los himnos sacros del Antiguo Testamento. Son varios los nombres de los que se citan como autores de los Salmos. Setenta y tres son atribuidos a David; doce a Asof; once a los hijos de Coré; dos a Salomón; uno a Ernán; cuatro a Etán; uno a Moisés. En el texto hebreo cincuenta se encuentran sin indicación de autor. En cuanto a la época de composición se puede decir que probablemente fueron escritos desde el siglo XI a. de C. (David) hasta el año 300 a. de C.
En la Biblia hebrea el libro de los Salmos ocupa el primer puesto en la serie de los «Ketubin» o «Hagiógrafos». Los Setenta y la Vulgata los colocan en cambio en segundo lugar «después del libro de Job (v.). El Salterio está compuesto de 150 himnos. Pero así como en los antiguos textos originales la división en salmos separados no estaba siempre indicada, el texto masorético o hebraico vocalizado por una parte, y el texto griego de los Setenta y la Vulgata por otra parte, dan una distinta enumeración de los salmos, aunque manteniendo el total de 150. Después del Salmo 80 el hebreo precede en un número a la Vulgata. Algunos salmos están repetidos dos veces, con ligeras modificaciones; estas duplicaciones indican que el colector ha reunido en un libro colecciones independientes que estaban en uso en las diversas tribus de Israel y de Judá. Una división antigua y sacada de la colección misma de los salmos divide el Salterio en cinco libros: 1) del uno al cuarenta; 2) del cuarenta y uno al setenta y uno; 3) del setenta y dos al ochenta y ocho; 4) del ochenta y nueve al ciento cinco; 5) del ciento seis al ciento cincuenta. Cierra cada una de las cinco partes una doxología que, por no formar parte del salmo, es una verdadera conclusión de cada libro. Los salmos no son todos verdaderas plegarias.
Con todo, sería difícil clasificarlos por géneros. Dios, su potencia, su justicia, su misericordia, y el hombre con sus debilidades, sus pecados, sus remordimientos y sus necesidades, son sus temas principales. Un esbozo de clasificación con algunas citas breves demostrativas, podría ser éste:
1) Salmos «morales», cuyo tema es la ley de Dios practicada con respeto por el hombre justo, y despreciada por el impío, con sus diversas consecuencias. Salmo base es el 118: «Feliz quien procede con pureza de corazón, quien camina según la ley del Señor. Puedan todos mis pasos ser dirigidos a la observancia exacta de tus justos preceptos». Se entrelazan, con fuertes contrastes, los vivos retratos del justo, del impío, del mal rico, del juez malvado, del hipócrita.
2) Salmos «dogmáticos», en que el salmista refunde en síntesis la historia de la creación y se siente conmovido.
3) Salmos «históricos», que recuerdan vicisitudes de la historia del pueblo elegido en el curso de los siglos, historia azarosa y a menudo trágica, en que se alternan la infidelidad de los hombres y los castigos de Dios, los remordimientos de los pecadores y las misericordias de Aquel que nunca se deja vencer en generosidad.
4) Salmos «reales», entre los cuales predominan los mesiánicos: la promesa del Mesías, su reinado universal, su gloria: «Con tu belleza y tu majestad, camina, avanza gloriosamente y reina… Tu trono es eterno; cetro de justicia es el cetro de tu imperio» (44). Una primera aurora de la gloria, la humillación: «Soy un gusano, no un hombre: el oprobio de los hombres, el vilipendio de la plebe… Han atravesado mis manos y mis pies, han contado todos mis huesos» (21). Siguen los salmos que se refieren a Jahvé y su imperio: «La voz del Señor resuena por encima de las aguas, el Dios de Majestad hace retumbar el trueno… la voz de Dios destroza los cedros: destroza hasta los cedros del Líbano» (28). «Aclamad a Dios con gritos de júbilo, porque el Señor es el Altísimo, el terrible, el gran rey de toda la tierra» (46). 5) Salmos «personales», que son los que expresan más violencia contra los enemigos y los perseguidores: «Su boca es un sepulcro abierto, su lengua habla para engañar… pero ¡fallen sus propósitos! Por la muchedumbre de sus pecados, ¡échalos fuera!»
5). Pero también son los más humildes en implorar perdón: «Lávame cada vez más de mi culpa y purifícame de mi pecado, porque reconozco mi iniquidad y mi pecado está siempre ante mí» (50). Son los más angustiados por los padecimientos causados por el pecado, los más afligidos por las miserias de la vejez, pero iluminados por la confianza en Dios: «¿Hasta cuándo llenaré cada día el alma de afanes y el corazón de dolores…? Mis agresores se alegran si mis pies vacilan: pero yo espero en tu misericordia» (12). El Salterio no es sólo una antología de poesías hebreas reunidas con fines literarios; es esencialmente una colección de cantos sagrados empleados en la liturgia. Muchos salmos tienen la inscripción que indica su ocasión litúrgica. Los salmos 23, 47, 81, 93, 80, 92, 91, eran cantados durante el holocausto cotidiano de la mañana, y cada uno servía para un día de la semana, comenzando por el domingo. Asimismo, en las tres grandes fiestas anuales: Pascua, Pentecostés, Fiesta de los Tabernáculos, eran cantados los salmos llamados «Hallel» (112, 117).
Unos cuatro mil cantores y músicos por lo menos, escogidos entre los levitas, distribuidos en 24 grupos bajo la dirección de 480 maestros, se sucedían de semana en semana, para el servicio del templo; y estaban encargados los unos de cantar los salmos, los otros de acompañar el canto con instrumentos musicales diversos. Entre los cantores había los coreítas (los autores de los salmos 42-48). Los salmos «Hallel» fueron cantados en la última Cena de Jesús por los Apóstoles (cfr. Mat., 26, 30). En la Iglesia cristiana, católica y protestante, el Salterio pérmanece todavía como fondo principal de la oración litúrgica.
G. Boson