Entre las numerosas «misas» de Luigi María Cherubini (1760-1842), ésta, compuesta en 1811, es obra vasta y grandiosa, y con ella el célebre compositor de óperas se revela también gran maestro en la música sacra. Su estilo teatral, que reaparece aquí y allá, se une al tradicional de la música religiosa.
A las cualidades fundamentales que caracterizan la música de Cherubini, esto es, a su rico sinfonismo y a la sabia armonización, se añade aquí la magistral manera de tratar las voces. El «Kyrie», que se inicia con un pianísimo, después de una serie de desarrollos admirables termina con una «fuga», llena de expresión. El «Gloria» es un fragmento grandioso, de vasta y variada inspiración, en el cual la expresión musical, siempre fiel a los conceptos expresados por el texto, cambia con el variar de aquéllos; también el «Gloria» acaba con una espléndida «fuga doble», construida sobre temas sencillísimos. El «Credo» es notable por su originalidad, sobre todo el «Crucifixus», en el cual el coro, como si no pudiese proclamar en alta voz el terrible hecho de la crucifixión, canta al unísono sobre una misma nota, mientras los instrumentos tejen a cada momento nuevas armonías. El «Sanctus», cuya primera parte fue compuesta en 1822, termina con un vigoroso «Hosanna». Después del «Benedictus», confiado a las cuatro voces solistas, el «Agnus Dei» corona la composición con un fugado final. Algunos reprochan a esta Misa heterogeneidad de estilo y desigualdades; pero lo innegable es que, en conjunto, queda como un trabajo poderoso e inspirado, y en algunos puntos se iguala con las más altas composiciones de música sacra producidas en todos los tiempos.
M. Dona