Es la más célebre novela espiritual de la Edad Media, escrita para edificación religiosa. Un poderoso rey de la India, Abenner, se entera por un astrólogo que su propio hijo, Josafat, de espléndida belleza y adornado de todas las virtudes, se convertirá a la religión cristiana. Con la esperanza de impedirlo, hace construir para su hijo un maravilloso palacio, en el cual el joven ha de pasar toda su vida rodeado de boato y de placeres, ignorante de todas las miserias de la vida y alejado de todo peligro. No obstante, y por casualidad, Josafat ve un día a un enfermo y a un ciego, otro día a un viejo, más tarde a un muerto, lo que le abre los ojos a la dolorosa realidad de la vida, cosa que el padre había intentado ocultarle. Finalmente, el encuentro con el asceta Barlaam le revela su vocación y le conduce a la religión cristiana. El rey, después de haber intentado inútilmente impedirlo, cede a su hijo la mitad de su propio reino, esperando que esto consiga hacerle volver al mundo. Pero poco después, Josafat renuncia a la corona, se retira en busca de soledad y pasa el resto de su vida en piadoso ascetismo; a su muerte, el cuerpo es sepultado en una iglesia, realizando pronto milagros y curaciones. La finalidad de la novela es la glorificación de la verdadera y sencilla vida cristiana. De todos modos, es interesante observar que la materia y los personajes de la novela tienen su origen en el libro sánscrito Lalita-Vistara (v.): Josafat es Buda, el Avisado, y su padre Abenner es el rey de Kapilavastu. Y en la narración se da una idea, incluso en algunos detalles, de las etapas de la dolorosa meditación que llevó a Siddhártha, desde el esplendor y el poder mundanos a convertirse en el Buda, esceta y reformador. La narración griega es una traducción de un modelo georgiano hecha por el monje Eutimio, hacia el año 1000, que vivía en el convento de los georgianos del monte Athos. El texto georgiano se remonta, a través de una versión árabe, a un original pehlevi (iránico del este). Las numerosas versiones occidentales proceden del texto griego, como asimismo gran parte de las orientales.
R. Cantarella
* En Italia la narración tradicional se popularizó a través de la escenificación de Bernardo Pulci (1438-1488), que dio lugar a una representación sacra llamada Barlaam e Giosafat, en la cual el misticismo oriental de sus distintos episodios adquiere un aire diferente, a veces incluso popular, por la inclusión de ángeles anunciadores y otras figuras de la iconografía cristiana. La elevada espiritualidad de la leyenda ha encontrado en la representación una versión ingenua, pero de una delicada dulzura e impregnada de una profunda fe.
M. Ferrigni
* En la literatura española encontramos la presencia de este tema en Ramón Lull y don Juan Manuel. Muchos de los elementos de esta leyenda pasaron también a otras obras como Castigos e Documentos del rey don Sancho, Caballero Zifar, Conde Lucanor, Libro de los gatos, Enxemplos de Clemente Sánchez y continúa hasta el siglo de Oro con el Barlaán y Josafat de Lope e influye visiblemente en la obra capital de Calderón de la Barca, La vida es sueño (v.). Pero la obra que refleja una influencia más directa es el Libro de los Estados del Infante don Juan Manuel. La obra tiene tres partes, dedicadas respectivamente a instruir a los legos (seglares), a los clérigos y a los frailes predicadores, a través del adoctrinamiento del infante Johas por el cristiano Julio. Johas es hijo del rey Morován, a quien su padre no ha querido que conozca el dolor y el sufrimiento. Pero habiendo presenciado el espectáculo de la muerte y de la vejez pregunta a su preceptor Turín, sobre el porqué. Turín tiene que recorrer a Julio, el cristiano, para que dé respuesta a las preguntas del joven príncipe. Así, a partir del capítulo XLVII, desaparece toda la trama novelesca y quedan solos Julio y el infante Johas, y la obra se convierte en un largo adoctrinamiento, que va desde las obligaciones y deberes de los emperadores hasta demostraciones apologéticas de la religión cristiana. Don Juan Manuel mezcla en ella meditaciones propias, que provienen, sin duda, de sus experiencias de vida de señor. Aparte de algunos problemas, como el de la salvación del alma, la obra refleja la lucha de las tres grandes religiones de la Edad Media: la cristiana, la judía y la mahometana, al igual que en Libre del Gentil e deis tres savis de Ramón Llull. La traducción completa de la leyenda no fue realizada hasta el siglo XVII por Solórzano (1608) y Fr. Baltasar de la Cruz (1692).
* Barlaán y Josafat se titula una comedia de Lope de Vega (1562-1635) publicada en 1618. La fuente inmediata fue una versión de la novela griega en la que se cristianiza la leyenda de Buda, debida a Arce Solórzano (1608). El príncipe indio Josafat, a quien su padre ha alejado de todo contacto con la vida, sale de su palacio y advierte la existencia de la guerra, el dolor, la enfermedad y la muerte, al encontrarse con la princesa cautiva Leucipe, con un mendigo cojo y con un viejo. La crisis espiritual que ello le produce la resuelve el ermitaño Barlaán, convirtiéndole al cristianismo. El rey intenta volver al príncipe a su fe primitiva, haciendo que un falso Barlaán —el pagano Nacor— abjure sus doctrinas, pero Cristo inspira a Nacor, que le confiesa públicamente. En vista de ello, el rey manda a Leucipe que tiente a Josafat; éste resiste y su padre, admirado, se convierte, junto con todo su pueblo. En un apéndice, animado con deliciosas escenas de ambiente rústico, Lope vuelve a presentarnos a Josafat, que, después de haber reinado y abdicado, se ha hecho ermitaño. Josafat busca y encuentra a Barlaán, a quien comunica su desengaño del mundo con versos que anuncian los de La Vida es Sueño. Leucipe vuelve ahora a tentarle, pero se convierte también y tras hacerse ermitaña, muere abrazada a una cruz. A pesar de su precipitada redacción, la obra es una de las más bellas de Lope por su abigarrado colorido y por el entusiasmo vital de los personajes, que incluso en su retiro eremítico ven suavizada la dureza de la vida ascética por una amable naturaleza. El proceso psicológico de Josafat no revela angustia espiritual, puesto que la gracia divina le ayuda constantemente.
J. García López