Este género corresponde al drama sacro, de tradición litúrgica, referente al Misterio de la Eucaristía, y representado en grandes espacios (en Madrid, en la Plaza Mayor) el día del Corpus Christi, contribuyendo al lustre de la solemnidad religiosa. Lope de Vega fijó el género, que alcanzaría su plenitud teológica y escenográfica — junto a la propia contextura teatral — en manos de Calderón. Eran obras en una jornada o acto (de ahí, el nombre auto), y Lope desarrolló, en sus mejores ejemplos, motivos de amor divino, junto a alegorías bíblicas, o sencillamente populares, como en La Siega, El auto de los Cantares o La adúltera perdonada. Su poesía lírica envuelve, en fragancia de flores metafóricas, estos pequeños dramas, como en el soneto de la Esposa —en La Siega—: «Tiernos, enamorados ruiseñores», paralelo a las Rimas sacras (v.) del autor. La técnica suele ser algo floja, sin la solidez calderoniana, aunque la acción viva, el relieve humano de algunos personajes y el sentimiento, sobre todo, hagan de algunos «autos», como los citados, verdaderas obras maestras de poética sencillez. Por serlo así, no se hermanan aún la alegoría con la acción; el símbolo con la historia, como ocurrirá después en el intelectual Calderón. Hace, en cambio, pensar en Lope la frase de los «autos» españoles claros y perfumados que dijo el romántico Shelley, más conocedor del otro dramaturgo. A veces Lope se anticipa a modo de «síntesis de historia teológica de la Humanidad», como en Las aventuras del Hombre. Procede de Gil Vicente, El viaje del alma (cuya fecha es aproximadamente, 1599), en que aparece en la típica barca «el Demonio en figura de marinero, todo él vestido de tela de oro negro, bordado de llamas, y con él, como grumetes, el Amor Propio, el Apetito y otros Vicios».
Lope populariza las fuerzas psicológicas, uniendo alusiones de época a viveza y agilidad. En Las Bodas entre el Alma y el Amor divino (1599?) el Pecado hace las veces del Demonio. Lo popular folklórico destaca en La Maya (sobre las fiestas de Mayo), con sus cantares y acción. Hay, en un grupo de «autos» de Lope, temas de celos rivales, adulterio, castigo y perdón. Junto al citado de La adúltera perdonada, hay que indicar La locura por la honra, en que el Príncipe de las Tinieblas quiere burlar a Blanca (el Alma) como un don Juan; habiendo en ambos una cálida y enfervorizada poesía que funde lo divino con lo humano. Emplea Lope las más variadas alegorías. Del pan y del palo (1612) alegoriza un refrán sobre la vida de los esposos (Cristo y el alma; el pan es la Eucaristía, el palo la Cruz); sobre el mundo caballeresco, versa La puente de Mantible (de idéntico título que una comedia de Calderón); acerca de la conquista de Indias y el poema de Ercilla, trata el «auto» La Araucana, en que Campolicán representa a Cristo, y Colócolo a San Juan Bautista. Destaca, en diversas obras, el carácter del Demonio, con su rebeldía anárquica, muy hispánica, presentado como un tipo humano de «valor personal» que llega a aparecer como el matón «perdonavidas» («porque al fin si Dios no fui — dice — lo intenté valientemente»). Su sueño de empresas imposibles llega a veces casi a lo quijotesco: «porque en hazañas tan bellas / casi el honor da el perdellas, / si es imposible ganallas». Lope influyó en los asuntos de Tirso, Valdivielso y Mira de Amescua — que son su escuela— y en los asuntos de su superador Calderón. Así, en el Mito de los dos Ingenios, de Lope, se anuncia El gran Mercado del Mundo, de Calderón; de su Misacantano, proceden Los misterios de la Misa del otro, y lo mismo ocurre en El heredero del Cielo respecto a la Viña del Señor.
A. Valbuena Prat