Comedia de Jacinto Grau (n. 1877). Es la forma más ágil y original, a la vez, de su versión del tipo o mito de Don Juan (v.). Tratado el tema al modo sentimental y otoñal de un estilizado modernismo, en el Don Juan de Carillana, su Burlador corresponde a la máxima consolidación y madurez de un gran autor dramático. Como concepción y realización, este Don Juan, aparece (como en su remoto modelo de Tirso, y algo paralelamente a Lenormand, en L’Home et ses Fantómes) como la fuerza de atracción varonil, primaria y eterna, desde un egocentrismo, que une a la fatalidad erótica respecto a la mujer, con su frialdad hacia el dolor de los demás. Vuelve, pues, a la forma primera del Burlador (como Lenormand también, pero sin el excesivo narcisismo del tipo), en sucesión de escenas y acción rápida. Grau presenta a su Don Juan en el momento presente (comprendiendo que su prestigio de eternidad, no depende de la época, ni de la indumentaria), recogiendo el factor de la herencia, el desenvolvimiento de su poder irresistible; y haciéndose eco hasta de la supercrítica intelectual que pretende encadenar o disminuir la fuerza de un mito vivo. También recoge Grau, los reflejos del personaje en lo distante y lo lejano. Cuando, al final, se nos habla de la «resonancia de Don Juan», una joven lo evoca así: «Me parece verlo pasar aprisa, por las calles; escapándose, sin dejarse coger nunca, como la felicidad». Así lo creó Tirso, y así lo recrea Grau; el primero encasillándole en el castigo teológico, el segundo esfumándolo — semipanteísticamente —, dejándonos la huella de una profunda pisada, el vibrar de ráfaga de viento. Impreso en el año 1930, marca uno de los mayores triunfos de este autor, alejado por completo de las escuelas de su época, que posee el sentido de las grandes figuras dramáticas, siempre vivas en lo nacional y lo universal.
A. Valbuena Prat