Teatro de Juan de la Cueva

La obra teatral del autor español Juan de la Cueva (1550-1610) se suele dividir en cuatro par­tes: las obras sobre historia grecorromana, sobre historia nacional, sobre historia con­temporánea y sobre temas de libre inven­ción. Entre las primeras, que más fama le dieron, debemos recordar la Tragedia de Ayax Telamón (v. Ayax Telamón), la Tra­gedia de la muerte de Virginia y La libertad de Roma por Mucio Cébola (v.), inspiradas en Ovidio, Virgilio, Tito Livio, etc.

Entre las obras sobre historia nacional cumple desta­car: La muerte del rey don Sancho, La tra­gedia de los siete infantes de Lara y La libertad de España por Bernardo del Carpió, inspiradas en las Crónicas y en el Romancero. Por lo que a La tragedia de los siete infantes de Lara se refiere, Menéndez Pidal observa que la leyenda debía estar ya for­mada e incorporada al teatro antes de Juan de la Cueva: «Una emoción extraña y nunca sentida en el teatro debió apoderarse de todos los espectadores cuando se dejó oír aquella voz leal de un leonés que gritaba al rey castellano: “Rey don Sancho, rey don Sancho,/no dirás que no te aviso/que del cerco de Zamora/un traidor ha salido”. Eran los mismos versos del romance que todos sabían y recitaban desde tiempo inme­morial y que, repetidos ahora aquí, anun­ciaban una nueva fuente de vida para el teatro cuyo manantial comenzaba a gotear antes de desatarse en copiosos raudales».

Pero como observa Eduardo Juliá Martínez en el volumen III de la Historia de las Liteturas Hispánicas, Juan de la Cueva no llegó a asimilar perfectamente el espíritu del Ro­mancero, como años después debía hacerlo Lope de Vega en obras como El marqués de Mantua (v.). Así La tragedia de los siete in­fantes de Lara, estrenada en 1579, pierde efi­cacia teatral al empezar la acción después de la muerte de los infantes. Bastante fortuna ha tenido la obra El Infamador (v.), estrenada en 1581, pues ha dado pie a plantear el pro­blema sobre si la figura de Leucino es el precedente de Don Juan, teoría que Juliá Martínez combate decididamente. Otras obras suyas son El príncipe Tirano y La constancia de Arcelina (v.). Todo lo que hu­biera debido ser el teatro de Juan de la Cue­va está expuesto en su obra de doctrina lite­raria. El ejemplar poético (v.), en la que reco­noce la eficacia de las nuevas directrices del teatro y las comprende, justifica su labor, etcétera.

Los consejos que da Juan de la Cueva son útiles y provechosos: «Cuando hagas comedia, ve sujeto/al arte, y no al actor que lo recita, /no pueda el interés más que el sujeto. /Con el cuidado que es posi­ble evita/que no sea siempre el fin de casa­miento, /ni muerte, si es comedia, lo per­mita». Así también cuando habla del estilo: «Hállete el vulgo siempre diferente/en len­guaje, pues hablan los poetas/en otra len­gua que la ruda gente». El discípulo de Mal- Lara y de Girón comprendió que se acer­caba una nueva estética teatral. Icaza cree que Cueva al escribir El ejemplar poético pensó en Lope y que éste tuvo presente la obra de su predecesor en su Arte nuevo de hacer comedias (v.).