Roman de Melusina

[Román de Mélusine]. Obra de Jean d’Arras (s. XIV). Melusina (v.) y sus hermanas Mélior y Palestine, hijas del hada Presine y del rey de Escocia, Elinas, irritadas contra su padre, que ha traicionado a su esposa, lo encierran en la montaña de Northumberland, de don­de no podrá salir.

Pero su esposa, dolorida por quedar privada de su marido, que era su alegría, castiga a sus hijas: Mélior, ence­rrada en un castillo, cuidará de un hal­cón, y a los caballeros que se presenten a ella podrá concedérselo todo menos su amor. Palestine, privada de la libertad en una montaña de Aragón, custodiará el te­soro de su padre, hasta que un caballero de su familia la libere. Melusina, la más cul­pable, lleva el peor castigo: todos los sá­bados se convertirá en serpiente de cintura para abajo. Si algún caballero quiere casarse con ella prometiendo no verla aquel día, será feliz, pero si faltase a su promesa, ella volverá a su tormento hasta el día del Juicio Universal, y aparecerá cada vez que un hombre de su estirpe esté a punto de morir; a pesar de todo tendrá hijos nobles y valerosos. Mélusine, con sus artes mági­cas, atrae cuando va a refugiarse en el bosque a Raimundino, que involuntaria­mente ha matado a su tío, conde de Poitiers; Mélusine le ayuda y logra que se case con ella. Tienen hijos valerosos, pero cada uno de ellos lleva en el rostro la mar­ca de infamia de su madre: uno tiene en la mejilla una garra de león, otro sólo tie­ne un ojo, otro un diente larguísimo, otro una señal pilosa en la nariz.

Gracias a las buenas artes de la madre la vida de los hijos discurre feliz; ella erige una admira­ble fortaleza, el castillo de Lusignan, y extiende sus dominios por el Poitou, en la Guyena, en Gascuña, en Bretaña. A Rai­mundino le parece Mélusine un milagro de bondad: educa a sus hijos con juicio y hace de ellos almas grandes y generosas. Pero víctima del perjurio de Raimundino, que la ha espiado y ha visto su transforma­ción, desaparece en forma de serpiente ala­da, mientras su esposo, triste y arrepentido, se retira a un yermo. La leyenda quiere que Mélusine sea la fundadora de la estirpe de Lusignan (Mére-Lusigne), emparentada con una infinidad de nobles familias que todas se preciaban de su origen sobrenatu­ral y de haber tenido tan *grande y des­graciada antepasada. En el siglo XV la ver­sión poética de Jean d’Arras redactada por un tal Couldrette, El libro de la vida de Melusina [Le livre de la vie de Méllusigne], contribuyó grandemente a la difusión de la leyenda, la cual fue pronto conocida tam­bién en alemania e Inglaterra. En el mis­mo siglo XV la tradujo por primera vez al alemán Thurin von Ringoltingen (1456), y una primera novela alemana popular con el mismo argumento obtuvo un lisonjero éxito, también en el siglo XV.

Historiadores y cronistas, al reproducir la historia de algunas familias, se remontaron a Mélusine, llegando a las conclusiones que más les placían; bastaba una vaga semejanza de nombres para poder agarrarse a ella: se renovaban y se adaptaban insignias y ar­mas. El suizo Paracelso, en el siglo XVI, llama Mélusine a las ondinas, convirtiéndolas en hijas de rey, desesperadas por sus pecados, y contamina la tradición; según él, Satanás las había transformado en es­pectros, en monstruos horribles, y «se cree que viven sin alma racional en un cuerpo fantástico; que se nutren de los elementos y que en el Juicio Universal desaparecerán con ellos, a menos que se casen con un hombre. Entonces, gracias a esta unión, po­drán morir de muerte natural». Mélusine, según la predicción materna, había de aparecerse en forma de serpiente a los de su estirpe antes de morir, y al decir de Jean d’Arras, a quien parece remontarse esta le­yenda, según se dijo, se apareció al rey de Chipre tres días antes de su asesinato, ocurrido el 17 de enero de 1369; después también se habló de haberse aparecido a los defensores de la fortaleza de Lusignan durante las luchas con los ingleses.

La mis­ma leyenda aparece en el Luxemburgo: Sigfrido, primer conde de Luxemburgo, se casa con una mujer llamada Mélusine. y promete no verla el sábado. Pero, impelido por la curiosidad, la espía y lanza un gri­to al ver que su cuerpo terminaba en cola de pez. Desde entonces vuelve de cuando en cuando al castillo, saliendo del pozo, o sobre la torre redonda que lleva su nombre, y da tres golpes, la víspera de una muerte, en las casas vecinas. Se han hecho tenta­tivas para atribuir una personalidad his­tórica a Mélusine y se ha querido identificarla con alguna noble señora de la época. Jean d’Arras quiso hacer una obra de en­tretenimiento, pero también educativa, al gusto de aquel tiempo. En efecto, se han reunido en ella los conocimientos necesa­rios para formar grandes señores. La narra­ción es viva, pintoresca y representativa de la sociedad feudal.

C. Cremosi

* Por medio de la refundición de Thuring von Ringoltingen y los libros populares que se derivaron de ella (el primero fue im­preso en Estrasburgo, 1474), la historia de la bella Mélusine se convirtió en la época romántica en uno de los argumentos pre­dilectos de la poesía alemana desde Brenta­no a Grillparzer.

* Wolfgang Goethe (1749-1832) se inspiró para crear su fábula La nueva Melusina [Die neue Melusine], concebida, sin embar­go, ya en los años del idilio de Sesenheim, y escrita ciertamente antes de 1797, pero sólo publicada en los Años de peregrina­ción de Wilhelm Meister (v.). Goethe en­cuadra la leyenda entre las gracias de un decorado rococó. Un viajero encuentra una bella damita en su rica morada dieciochesca y ella, después de algunos remilgos, le con­fía un misterioso cofrecito, que él deberá \ llevarse, en coche, de etapa en etapa, con todo cuidado. Llavecitas misteriosas, dinero en profusión, y la promesa de una próxima visita de la bella dama aumentan el en­canto y el misterio de aquella misión. Pero el joven, que es un disoluto, al llegar a una gran ciudad, enriquecido por el dinero que no cesa de ofrecerle el cofrecito, cede a todas las tentaciones de una vida de go­ces, y de banquete en banquete, entre mujerzuelas galantes, vino y juego, acaba por caer víctima de un rival de amor. Lo de­vuelven medio muerto a la hostería, donde de nuevo se presenta, junto a su cabecera, la bella damita y lo cuida.

Se aman y re­anudan juntos el viaje llevando siempre consigo el misterioso cofrecillo. Un día, ella vuelve a desaparecer, pero a la noche, entre las tinieblas de la carroza, a nuestro caballero le parece advertir una luz que sale del cofrecillo; observa mejor y ve en ella, por una rendija, una sala adornada con gran pompa y buen gusto, y a su ama­da que se dirige a la chimenea con un li­bro en las manos: es ella, en carne y hueso, pero en proporciones minúsculas. El joven está a punto de perder la cabeza cuando, hacia el crepúsculo del día siguien­te, la ve entrar en su habitación, arrojarse en sus brazos y contarle que pertenece a la estirpe del rey de los enanos. Le cuenta la historia mítica de aquellos seres que fueron creados los primeros entre todos los seres racionales, y que a medida que los hombres crecieron en importancia, ellos se fueron tornando cada vez más humildes, hasta que ahora tienden a disminuir y des­aparecer, como todo en el mundo: y esto sobre todo en la familia real, la suya, que mantiene pura la sangre de la estirpe. Por esto está permitido que una de sus prin­cesas busque en el mundo un hombre nor­mal que se case con ella para dar nuevo vigor a su raza casi extinguida: pero ese hombre debe dar pruebas de templanza y de moralidad.

El joven enamorado es el escogido, y por medio del anillo encanta­do se torna pequeño igual que su esposa. Se celebran las bodas, pero aquel hombre convertido en enano es, a pesar de su amor, desgraciadísimo, pues comprende por pri­mera vez «lo que conciben los filósofos cuando hablan de sus ideales, que torturan a los hombres». El ideal que él tiene de sí mismo le obsesiona hasta en su sueño, en que se figura convertirse en gigante. Ya no puede resistir más, se desprende de la sor­tija y se vuelve como era, pero el encanto del- cofrecillo queda roto; lo encuentra to­davía colmado de monedas, y también halla de nuevo el coche; pero, como todo lo na­tural, el oro y el viaje se terminan. Toda esta fábula está desarrollada con mano li­gera y firme sentido de bondadosa y son­riente ironía.

G. F. Ajroldi