Relato del Naufrago

Con este título es conocida entre los egiptólogos una composición en forma dialogada que ha llegado hasta nosotros en un papiro de la XIl dinastía (2081-1869 a. de C.). En la dualidad le falta el comienzo, pero gra­cias al amplio fragmento, que se conserva no es difícil reconstruir lo perdido. Un alto personaje, un príncipe, no ha logrado rea­lizar bien un encargo, sin duda importante. Ha expuesto su caso a un amigo que acaba de realizar un largo viaje por el Nilo, du­rante el cual ha llegado hasta la Nubia septentrional.

Mientras que la tripulación — aquí comienza la parte que poseemos — se afana por amarrar la nave en tierra con maromas, y ellos mismos tocan jubilosamente tierra, el amigo — también un elevado personaje, que el faraón honró con el cargo de «uno de los del séquito armado» — ex­horta al príncipe a tranquilizarse y a que se mantenga dueño de sí cuando se encuen­tre en presencia del faraón. Le habla, ade­más, de cierto caso suyo, muy semejante al que aquí se lamenta, un caso verdaderamen­te extraordinario, en el que la fantasía y la tendencia a las aventuras del Egipto an­tiguo están derramadas a manos llenas: partiendo con una nave gobernada por los mejores marineros de Egipto hacia las in­mediaciones del Sinaí, a unas minas pro­piedad del soberano, la embarcación nau­fragó a causa de una terrible tempestad.

Él solo, y con grandes penalidades, fue el único superviviente. El oleaje le sostuvo a flote, abandonándolo en la costa de una isla desierta. Pasó algunos días completamente solo, con la única compañía de su corazón. Se improvisó una cabaña con ramas y logró encender fuego fabricándose un instrumento rudimentario. Comió fruta y hierbas que la isla producía en gran cantidad. Un fragor como de trueno anunció la llegada de una serpiente descomunal, tan bien depuesta, sin embargo, para con el náufrago que se interesó por su aventura. Para confortarlo, le dijo que de allí a cuatro meses una nave enviada por la Corte atracaría en la isla para conducir, o de nuevo a su patria. De esta manera podría regresar hacia los suyos y volver a su casa, la cosa más bella del mundo. Dio además al náufrago raros y fi­nos productos que no se hallaban en Egip­to, entre ellos el «anti», un perfume que poseía en abundancia la serpiente, señora de la Somalia.

Pasado el tiempo anunciado, el náufrago, desde un elevado árbol, pudo reconocer a lo lejos la nave que venía de Egipto para devolverle a su patria. Llegado a la Corte, después de un viaje de dos me­ses, se presentó al faraón, al que ofreció como homenaje los productos recibidos de la serpiente. El faraón le honró mucho y lo elevó al cargo de «hombre del séquito ar­mado». En este punto el príncipe, siempre preocupado por su mala suerte, pronuncia mesuradas palabras: todo cuanto el otro le ha contado es, sí, digno de un amigo ex­celente, pero en este caso es completamente inútil. Ha hecho como el que trata de dar agua al pato la mañana misma en que éste debe ser muerto: es decir, un rasgo que no ha servido para nada. El desconocido autor del cuento ha sabido escribir una graciosa invención, que en el texto original se halla expuesta en una lengua pura y ágil, que aviva las imágenes del mundo fabulo­so, tratándola con espíritu juicioso y mesu­rado. Algunos pasajes no pueden por me­nos que traer a la memoria del lector de nuestros días al antiguo Ulises y al moder­no Robinson Crusoe. [Trad. española en Antología de cuentos (Barcelona, 1953)].

E. Scamuzzi