[Le Voyage d’Urien]. Novela fantástica publicada en 1893, una de las primeras obras de André Gide (1869-1951). Siguiendo a breve distancia la «Teoría del Símbolo» (v. Tratado de Narciso) se presentó como la tentativa de realización de la teoría estética allí enunciada.
Tras un preludio destinado a expresar el ansia de la partida hacia lugares desconocidos, Uriano embarca con once compañeros e inicia un viaje fabuloso a bordo del «Orion». Llegan al principio a los mares del Sur («El Océano Patético»), des-embarcando en una bella y gran ciudad, huéspedes de la reina, y se sumergen en todas las delicias posibles; pero este demasiado terrenal paraíso cae bajo una horrible pestilencia. Huyen de allí e inician la segunda parte de su viaje, «El Mar de los Sargazos»: el buque llega a la desembocadura de un río, donde encuentran a Ellis, la mujer de Uriano, cargada de libros de teología que va leyendo y distribuyendo a sus compañeros durante la navegación. Remontan el río hasta sus fuentes y bajan por el lado opuesto, dándose cuenta, con estupor, de que están realizando en sentido contrario una navegación absolutamente idéntica a la ya realizada.
En la tercera y última parte («Viaje hacia un Mar Glacial») se trata de ir al Polo. Ellis, que ha cambiado de una manera rara, despierta en Uriano fuertes sospechas sobre su identidad; además, la mujer se va haciendo cada vez más evanescente, y cuando los doce la abandonan en la Tierra de los Esquimales, ella ya «casi no tenía ninguna realidad». Por fin Uriano, con sus seis compañeros supervivientes, llega al Polo: un lago inmóvil y blanquecino cerrado por una muralla circular de hielo. Los viajeros, desilusionados, no experimentan de todos modos ningún deseo de volver a lugares más risueños. De saber el fin de su viaje, quizás no lo hubieran empezado nunca. Así dan las gracias a Dios por no revelárselo antes y situarlo tan lejos que sus esfuerzos para alcanzarlo ya les concediera alguna alegría, la única segura. De manera que si el viaje de Uriano se debe aceptar como una interpretación mística de la vida humana, la conclusión no podría ser más desesperante.
Sin embargo, la extravagante narración sólo debía ser un modelo de «novela simbólica», en la que la llamada realidad exterior, paisajes y sucesos, no es más que la proyección sensible de distintos momentos espirituales. En la contradicción radical entre el fin y los medios empleados para alcanzarlo está el motivo del fracaso de esta audaz tentativa de la experiencia simbolista que llevó a cabo Gide en su primera juventud (Premio Nobel en 1947.).
M. Bonfantini