El Decir del Gato Lupesco, Anónimo

[Il detto del gatto Lupesco]. Poemita jugla­resco de intención alegórica, en octavas de rima pareada, probablemente de autor toscano. Poseemos una copia de los primeros años del siglo XIV pero el texto refleja mayor antigüedad.

En su monólogo, el ju­glar se identifica con un misterioso perso­naje, al que llama, no se sabe por qué fantasía, Gato Lupesco, del que cuenta que pensando en su amor, anduvo por un ca­mino, en el cual se encontró con dos ca­balleros de la corte del rey Artús (v.), los cuales, tras pedirle noticias del rey en la montaña de Mongibello, regresaron otra vez al reino de Inglaterra. El peregrino, vol­viendo a tomar su sendero, caminó hasta la noche, que pasó en un desierto junto a un ermitaño, quien a la mañana siguiente le enseñó todas las tierras del mundo y los personajes a quienes quería visitar. Pero el aire estaba oscuro y el tiempo terrible, así es que el Gato Lupesco volvió junto al ermitaño para que le enseñara el ca­mino; éste le mostró una cruz en el desier­to a diez millas de donde se encontraban:

«aquel es el camino / por el que va todo peregrino / que vaya y venga de ultra­mar».

El cielo continuaba tenebroso, el de­sierto era inaccesible y habitado por toda clase de fieras salvajes. Lo que le sucedió no lo sabemos, porque al llegar a este pun­to, como si fuera un narrador cansado, el Gato Lupesco corta el relato y la alegoría, asegurando por «San Simón», que se apar­tó hábilmente de los animales, buscó todos los pueblos que antes había elegido y vol­vió a su casa; y todo ello lo dice en seis versitos más una desenvuelta despedida: «En fin, creo que es hermoso». El viaje hacia oriente, la visión de la cruz, la pre­sencia de las fieras, testimonian como he­mos dicho, la intención alegórica del poe­mita; pobre cosa en verdad, si no brotase un cierto encanto del arcano de la materia fabulosa, aunque todo esté vagamente in­dicado: los caballeros que vuelven del Etna, donde mora el rey Artús (lo que demues­tra la existencia de una leyenda bretona en Italia), la figura del hombre que todavía espera a Cristo como premio del alivio que un día le dio en el camino de la Pasión (motivo de una fase más antigua de la leyenda del Judío errante, v.) y, en fin, el recuerdo de Velio, de Saladino, y el catá­logo de animales fantásticos, acercan el poemita a la tan abundante cosecha narra­tiva y cultural del Medievo, en la que de manera tan singular se mezclan lo real y lo fabuloso.

F. Antonicelli