Canigó. Leyenda Pirenaica del Tiempo de la Reconquista, Jacint Verdaguer

[Canigó. Llegenda pire­naica del temps de la Reconquesta]. Poema épico en doce cantos y un epílogo del gran poeta catalán Jacint Verdaguer (1845-1902), publicado en 1886. Para su confección tuvo que realizar el poeta una serie de excur­siones por el Pirineo recogiendo cancio­nes, leyendas y tradiciones, y estudiar su geografía y su flora, con el fin de poder dar al poema la máxima caracterización. Escrito unos años después de La Atlántida (v.), el Canigó, si bien carece del ímpetu de aquel otro poema, tiene mejor unidad y estructura, y fundamentalmente consiste en la poetización de un conjunto de elementos y episodios que cobran unidad en el plano superior de la idea y del sentido de la epo­peya, donde el sentido de la tierra, la le­yenda y la historia se armonizan y sinte­tizan. El ejercicio lírico que entretanto ha­bía ido realizando Verdaguer se entrevé cla­ramente en el estilo del Canigó. Se trata de una exaltación de las gestas de la recon­quista catalana, de los condados pirenaicos de la Cataluña naciente. El poeta quiere simbolizar en él el triunfo de la Cruz no sólo sobre los moros, sino también sobre la naturaleza. La acción está situada en el siglo XI, momento de la reconstrucción es­piritual y material de Cataluña (Wifredo el Velloso consigue, en este siglo, la inde­pendencia de su condado, y Oliva siembra el país de cenobios y monasterios). Como es frecuente en la tradición de los poemas ca­ballerescos, hallamos la acción guerrera contrapunteada por una idílica historia de amor.

Con su hermano Guirre de Cerdeña — «como águila que al águila acompaña» — llega el conde Tallaferro una mañana a la ermita de Sant Martí del Canigó. Les acom­paña Gentil, hijo de Tallaferro, quien ante la imagen del santo caballero, manifiesta su deseo de recibir la caballería, en lo que se complace. Al día siguiente tiene lugar la fiesta del patronaje del santo y el idilio en­tre Gentil y la pastora Griselda, que Talla- ferro interrumpe brutalmente. Las escenas de la celebración y de las danzas recuer­dan — sin que esta semejanza suponga ningún tipo de influencia — las Soledades de Góngora. La noticia de la llegada de los moros irrumpe en la fiesta (I). Gentil, ve­lando en la avanzada del ejército de su tío —a quien debe servir por haberle ar­mado caballero —, contempla el espectáculo del Canigó, blanco de nieve bajo la noche estrellada: «Sembla la serra un geganti magnoli / quan s’esbadellen ses poncelles blanques» [«Parece la sierra un gigantesco magnolio / cuando se abren sus capullos blancos»]. Su escudero le dice: «El que mi- reu no són congestes, / són els mantells d’armini de les fades / que dansen a la llum de la cellístia / deis estanys de Cadí vora les aigües» [«Lo que contempláis no es hielo, / son los mantos de armiño de las hadas / que danzan a la luz de las estre­llas / en los estanques de Cadí junto a las aguas»]. Gentil abandona su puesto y se dirige a la cima de la montaña.

Allí tiene lugar su encuentro con Flordeneu, la reina de las hadas, quien, tomando la figura de Griselda, prende a Gentil en su encanto. El poeta nos describe admirablemente el ambiente de misterio y fantasía del mundo de las hadas, la hermosura de Flordeneu, la belleza de la montaña, etc. (II) Empieza entonces (III) el maravilloso viaje por los Pirineos de los dos enamorados, que Ver­daguer nos transcribe con gran precisión geográfica. Pero su geografía es alucinada y encendida. Incluía en este canto la com­posición dedicada a la Maladetta, el gigan­te que vela sobre España, a quien «las águi­las no pueden seguir en su volar», y las nubes, que quisieran subir hasta su altura, se abaten a sus pies «si no las sube el ala de fuego de la tempestad.» (IV). Tallaferro, entretanto, caído en poder de los moros, consigue salvarse y liberar a los suyos (V). Flordeneu muestra a Gentil la llanura del Rosellón. Las hadas van llevando obse­quios para la fiesta de amor, mientras el coro va glosando la canción popular: «Muntanyes regalades / són les del Canigó; / elles tot l’any floreixen, / primavera i tardor» (VI). Cuentan las hadas historias de sus lugares (una de ellas evoca el paso de Aníbal por los Pirineos). Todo ello es in­terrumpido por la llegada de Guifre, derro­tado a causa de la deserción de Gentil. Al verle coronado de flores, Guifre le da muer­te arrojándole a los abismos (VII). Tras el combate entre Tallaferro y el gigante Gedhur, los moros son vencidos definitivamente (VIII). Comparece el escudero de Gentil con el cadáver de su señor. Oliva evita la venganza que Tallaferro quiere tomar de su hermano Guifre, y éste, para reparar su falta, entra en un cenobio (IX), des­pués de despedirse de su esposa Guisla (X). Verdaguer evoca la figura y la labor de Oliva, su fiebre constructora. Son memo­rables los versos de este canto en que Oliva traza sobre la tierra, con su báculo, el pro­yecto del pórtico de Ripoll. Muere Tallaferro.

Guifre, antes de morir, pide que sea alzada en la cumbre del Canigó una cruz que borre en la montaña el recuerdo de su crimen (XI). La erección de esta cruz sim­boliza la conquista espiritual de la tierra. El coro de monjes y santos irrumpe en la montaña cantando las alabanzas de la cruz, en tanto que el coro de hadas se lamenta por tener que abandonar su reino. Verda­guer pone en boca de los monjes el himno litúrgico de la cruz: «Crux fidelis inter oro­nes / arbor una nobilis. / Sylva talem nulla profert / fronde, flore, germine», «Flecte ramos, arbor alta». La erección de la cruz, como el árbol más bello y fecundo,- da al poema un total sentido alegórico (XII). El epílogo, «Els dos campanars» [«Los dos campanarios»], es una elegía al esplendor de la patria antigua, expresada en el diálo­go de los dos campanarios de Sant Martí de Canigó y Sant Miquel de Cuixá. Verda­guer consigue, en el poema, crear un am­biente épico real, pleno de vida y acción, al modo típico del Romanticismo y de la tradición caballeresca. La exaltación del momento histórico de la Reconquista, de los valores míticos y religiosos, las descrip­ciones de paisaje, el elemento maravilloso, el idilio entre Gentil y Flordeneu, el drama­tismo de algunos de sus episodios, etc., dan a la obra de Verdaguer una gran categoría literaria. Sobre el tema de Canigó compuso el P. Massana una ópera que fue estrenada en Barcelona en 1953. La obra fue tradu­cida al castellano en 1898, por el conde de Cedillo. Existe además traducción francesa e italiana.

A. Comas

La atenta lectura de Canigó me ha con­firmado en la idea que hace tiempo for­mé, conceptuándole a usted (y perdóneme su modestia) como el poeta de más dotes nativas de cuantos hoy viven en tierra de España. En grandeza de imágenes, en vive­za y esplendor, en derroche, digámoslo así, de pompas fantásticas y de colores, y cierta manera grande y amplia de concebir y ex­presar; hay trozos en Canigó que igualan o superan, a los más celebrados de Víctor Hugo, con quien usted tiene un remoto aire de familia, en aquella, se entiende, en que Víctor Hugo es digno de alabanza. (M. Menéndez Pelayo)