Hay varias obras inspiradas en la leyenda, probablemente de origen oriental, del diablo que toma mujer; es una leyenda bastante divulgada en los cuentos populares, según se ve en una relación del siglo XVI que la crítica ha reconocido independiente de la famosa de Maquiavelo, es decir, en una narración de las Noches agradables (v.) de Straparola. No se pueden citar redacciones escritas antes del siglo XVI, excepto las Lamentaciones de Matteolo [Lamentations de Mathéolus] de Johan Le Févre (siglo XV) y otros escasos testimonios, en latín; conviene después citar el Ecatomythium de Lorenzo Astemio, compuesto hacia los primeros años del XVI y publicado en 1536. El famoso archidiablo Belfagor (Baal-Peor en la Biblia de los Setenta), dios de los moabitas y de los madianitas, entre los que era venerado por las mujeres, está considerado por San Jerónimo como el correspondiente hebraico de Priapo; también comparece, genéricamente, entre los diablos de los misterios medievales. Pero sobre todo se ha difundido en la literatura moderna el extraño caso del diablo burlado, a través de la novela de Maquiavelo y de su reelaboración en verso por La Fontaine (v. Cuentos).
C. Cordié
* La novela de Maquiavelo [Nicoló Ma- chiavelli (1469-1527)] Belfagor archidiablo [Belfagor Arcidiavolo], tuvo en su origen un nombre diferente, La novela del diablo que tomó mujer [La novella del diavolo che prese moglie], y tras varias falsas atribuciones, en 1549 fue publicada con el nombre de su verdadero autor. Belfagor es un archidiablo al que tocó en suerte entre todos los demonios del infierno realizar una difícil misión en la tierra. Como muchas almas de condenados confiesan que la causa de su condenación fueron sus mujeres, Plutón decide enviar un diablo a la tierra para confirmar ese aserto. Belfagor toma forma humana, recibe una gran cantidad de dinero, y eligiendo Florencia como lugar de la prueba, entra en ella con gran séquito, bajo el nombre de Rodrigo de Castilla, noble español. Recibido con grandes honores, casa con una bellísima, pero pobre muchacha, llamada Honesta, y bien pronto se enamora de la mujer, a la que juzga más soberbia que el propio Lucifer. Por ella gasta su dinero, también ayudando a sus cuñados que terminan por llevarlo a la ruina. Reducido a la pobreza y perseguido por los acreedores, se ve precisado a huir, refugiándose en casa de un labriego de la campiña florentina. En prueba de agradecimiento, Rodrigo le revela su verdadero ser y como recompensa le promete penetrar en el cuerpo de una muchacha, de donde sólo saldrá cuando el campesino, fingiendo exorcizarla, quiera que salga del cuerpo de la niña, pudiendo de este modo embolsar la gran cantidad prometida por la familia a quien la libre de los demonios. Así ocurre durante dos veces; pero después Belfagor advierte al campesino que está ya cansado de continuar por este camino. Pero ocurre que una hija del rey de Francia está poseída por los espíritus: el rey llama al campesino y le ordena curar a su hija bajo pena de muerte. El campesino ruega a Belfagor que salga del cuerpo de la princesa, pero el diablo no obedece. El campesino entonces hace levantar en la plaza principal una gran tribuna en la que se celebrará una misa propiciatoria, y ordena que se coloquen alrededor de la plaza, gentes con trombas, címbalos, tambores, cuernos, etc., que deberán todos sonar a una señal suya.
Cuando viene la princesa, el campesino da la señal y al preguntar el diablo la causa de tanto estrépito, le responde, sin que la multitud pueda oírle a causa del ruido, que se trata de la mujer de Rodrigo que viene a buscarlo. Ante tales palabras, Belfagor huye asustado, prefiriendo regresar al infierno. Esta viva narración, escrita en un ligero y límpido lenguaje, lleno de sal y humor, pertenece a la literatura satírica antifemenina. Fue muchas veces refundida y traducida; La Fontaine la rehizo en francés, el poeta Fagiuoli la vertió en tercetos. El inglés John Wilson (1627-1696) escribió en 1690 una .tragicomedia, Belfagor, el matrimonio del Diablo [Belfagor, the marriage of the Devil]. Como en la Mandragora (v.), domina aquí el placer de representar, reuniendo imágenes vivas en un clima de alegre sarcasmo. Así aparece la imagen del desenfadado Maquiavelo, que tantas veces se trasluce en las cartas del secretario florentino.
E. Allodoli
La única novela fantástica que puede llamarse obra de arte, es el Belfagor; el diablo acompañado de la sonrisa maquiavélica. (De Sanctis)
* Notable es el Belfagor «archidiablería en cuatro actos» de Ercole Luigi Morselli (1882-1921), compuesto probablemente en 1920. La fábula es la misma de la novela de Maquiavelo, con algunas variantes. Belfagor, hecho hombre, toma el nombre del rico Ypsilón, y la ocasión de tomar esposa se le presenta en la familia de un farmacéutico avaro, maese Mirocleto, padre de tres hijas: Cándida, Fidelia y Magdalena, de las cuales sólo Cándida posee buenas y amables costumbres. Ella ama a un joven marinero, Baldo, con el que su padre no la deja casar porque es pobre. El señor Ypsilón, «imponentísimo, pomposísimo, brillantísimo», habla en la tienda del farmacéutico con palabras elevadas y difíciles, llenando de curiosidad a toda la familia con su riqueza y sus maneras, y al viejo avaro le da un baño de agua de rosas con sus inesperadas ganancias. Hace la corte a Cándida; pero ésta reafirma su amor por el marinero lejano. Entre tanto, Belfagor hace varias diabluras en casa de Mirocleto, por lo cual éste es arrestado; pero un siervo de Belfagor hace comprender que si Cándida se casara con el rico Ypsilón, todo tendría arreglo. Y así ocurre. La boda se celebra con fiestas y alegrías; pero en el aire se nota algo infernal, entre risas sardónicas y befas malignas. Parece como si una atmósfera trágica envolviera todas las cosas. Cándida piensa constantemente en el marinero; en cambio, las hermanas sueñan con ilustres personajes del séquito de Belfagor, diablo disfrazado. Por fin, Cándida se rebela al amor de Ypsilón y huye del lecho conyugal, al tiempo que el palacio queda convertido en ruinas y los diablos vuelven miserablemente a su infierno. En el último acto, hacia media noche, tres vagabundos se encuentran cerca de la iglesia. Vuelve Baldo, se topa con Belfagor, quien, bajo el disfraz de uno de los vagabundos, trata de hacerle dudar de que Cándida le haya sido fiel. Baldo llora y se desespera, hasta el extremo de parecer endemoniado. Pero el amor de la muchacha le devuelve la paz: la pureza de ella vence todos los hechizos, todos los debates. Entonces Belfagor, perdida la partida, vuelve a la lid con cuernos y cola, continuando la vida de soltero sin querer someterse a más pruebas. La obra, con sus vivos contrastes entre sentimiento e ironía, muestra cuánta complejidad expresiva había alcanzado el mundo de Morselli tras Glauco (v.) y Orion (v.); más cerca de este último, Belfagor, con su afirmada potencia satírica, no excluye sin embargo temas profundamente emotivos, como el persistente afecto de Cándida hacia su novio; pero el conjunto está entretejido de sarcasmo y bufonería, en la que halla desahogo la rica vena humorística de Morselli.
C. Cordié
* óperas musicales: Belfagor, ópera cómica en un acto de Casimir Gide (1804- 1868), representada en 1858; Belfagor, ópera fantástica de Giovanni Pacini (1796-1867), Florencia, 1861.
* De la comedia de Morselli (y probablemente de una primera redacción), Claudio Guastalla extrajo el libreto de Belfagor, comedia lírica en un prólogo, dos actos y un epílogo, de Ottorino Respighi (1879-1936), representada en Milán en 1923. La obra es musicalmente una agradable tentativa de retorno a la ópera bufa italiana y de fusión de elementos líricos con elementos grotescos, de apuntes sentimentales con motivos irónicos o caprichosos. Pero la unidad estilística adolece del eclecticismo de la inspiración, que se mantiene por completo en la órbita de un mundo postromántico. Con todo, aunque la unión de los géneros no se verifique por completo, y por tanto no siempre resulte neta la caracterización de las situaciones y de los personajes, la obra contiene páginas brillantes, que ponen en evidencia la mayor inclinación de Respighi por las composiciones sinfónicas que por las dramáticas, y su profundo conocimiento de los más sutiles problemas de la técnica orquestal (v. también el Diablo es un asno).
L. Fua