Ambra, Lorenzo de Médicis

[L’Ambra]. Poemita de Lorenzo de Médicis (1449-1492), en el cual el Magnífico quiere crear una leyenda mito­lógica para su «villa» predilecta «L’Ambra», de Poggio a Caiano, más al modo del Ninfale fiesolano (v.) de Boccaccio que de los poemas clásicos. Ambra es una ninfa, ama­da por el río Ombrone y transformada en piedra («ambra en italiano significa «ám­bar») para salvarse de los deseos de éste. La primera parte del poema, la más bella, es descriptiva, inspirada en un franco rea­lismo. Comienza con la descripción del in­vierno, y parece dar su sensación con la sola hechura de los versos, pobres y des­carnados, duros y secos, llenos de impla­cable desolación: la vida se torna yerta y se extingue poco a poco en el desierto si­lencioso hasta inmovilizarse. Sigue la des­cripción épica de la inundación, en que los ríos, divinidades mitológicas, irrumpen con la tremenda alegría destructora de las fuerzas naturales desencadenadas; destrozanlas orillas, se estremecen y rebullen; y des­pués del tumulto, la soberbia invasión de las aguas en las llanuras y el loco jugue­teo de los peces en torno a las ruinas. Ante esto los hombres se sienten abatidos por el terror y la angustia, por lo que la inunda­ción les ha destruido; su trabajo del pa­sado, y su esperanza para el porvenir. El realismo del Magnífico y de su época llega aquí a su colmo.

En la segunda parte, que nos hace pensar en alguna página del Al­ción (v.) dannunziano, en el Oleandro, por ejemplo, el mito renace en forma moderna, y purifica su realismo en ese sentimiento estético que fue siempre la catarsis del na­turalismo pagano. La inspiración de la obra es sensual, pero su avidez es, al mismo tiempo, anhelo de belleza; y la desnuda Ambra, es palpitante estatua. El poema re­sulta, de todos modos, un canto de deseo carnal, con su violento ardor, que resalta más por la pureza del adolescente. No hay sentimiento humano en Ombrone, sino la tristeza de la lujuria insatisfecha. Artificio­sa es la invocación de Ambra; es hábil, pero exterior al modo de Ovidio, su meta­morfosis. Por su plasticidad corresponde a la inspiración estética; y coherentemente con esto, el deseo se concentra en el abrazo del agua que ciñe, helada, la piedra. Con esta visión cristalina concluye el poemita, por donde había comenzado.

E. Ruó