Fue compuesta en 1798, cuando los primeros síntomas de su incipiente sordera habían comenzado ya a alejar a Ludwig van Beethoven (1770-1827) del carácter placentero, galante y superficial de sus composiciones anteriores. En los comienzos de este camino que su arte recorrerá hasta el fondo, hallamos una primera y completa síntesis de la que el editor Eder de Viena quiso bautizar, con el consentimiento tácito de Beethoven, con el nombre de Patética. Hasta entonces la elevadísima temperatura pasional del alma de Beethoven se había manifestado, con preferencia, en la libre expresión melódica de los tiempos lentos. Ahora, por primera vez, la personalidad del artista se plasma completamente, sin residuos académicos ni virtuosismos, entre un clásico «Allegro» de sonata: no sin cierta impaciencia y originalidad, pues al propio «Allegro molto y con brio» se antepone una introducción «Grave», cuyo ritmo sollozante y entrecortado así como el continuo claroscuro dinámico de «sforzati» que se extingue en un «piano», sugieren la idea de un freno, de una contención que pesa sobre un impulso que quisiera irrumpir. En efecto, la primera frase del «Allegro molto e con brio» se dispara como un resorte reprimido y finalmente soltado: cinco acordes «staccati» ascienden desde la tónica, con elástico ímpetu, a la octava superior y, sucesivamente, a otra octava.
Después, secos y duros acordes remachan con energía el ritmo y las principales estaciones armónicas alcanzadas por la modulación temática. La «eroica protervia» (como decía Busoni) de la Patética está sintetizada en el impulso reprimido de la introducción y en su desenfreno en este primer tema: éste es el ardor proteico de Beethoven en sus años juveniles, el individualismo heroico que también late en los primeros dramas de Schiller y en el período juvenil de la poesía goethiana. El segundo tema, más melódico y reposado, está caracterizado por una especie de eco que la mano derecha va a buscar, a cada respiración de la frase, en las profundidades del teclado. Pero la idea melódica, aparentemente tranquila y también de breve respiro, queda prolongada con el diestro artificio de una lenta progresión ascendente, que desplaza toda la frase cada vez más arriba, según una curva parabólica sabiamente calculada. Después, la reciente presión entra en una fase verdaderamente paroxística, en la que la idea melódica del segundo tema es abandonada en favor de una sencillísima línea ascendente, hasta que la concentración de estas fuerzas comprimidas se desfoga, como en una lluvia, en un célebre y anguloso arabesco que surca rápidamente el teclado (uno de los caracteres estilísticos salientes de la Patética consiste en estos rápidos festones de notas que conducen a la cadencia resolutiva). El desarrollo, breve y recogido, descansa principalmente sobre los elementos enérgicos y volitivos del primer tema: los integra un inciso melódico de la introducción, rítmicamente «spianato». En la reexposición, hacia el final, después de un dramático calderón sobre un acorde fortísimo, armónicamente suspendido, tenemos un breve retorno de la introducción «grave», y, finalmente, el primer tema se lanza por última vez hacia una vehemente y seca conclusión. También esta abundancia dramática de pausas, suspensiones, retardos y repeticiones es característica del romanticismo juvenil de Beethoven.
Después de la férvida realización dramática del primer tiempo, es justo que el «Adagio cantabile», en lugar del profundo carácter trágico que ya habían alcanzado algunos tiempos lentos de las precedentes Sonatas (v.), nos presente una expresión de sereno recogimiento y de afectuosa bondad. Oportunas variantes rítmicas del acompañamiento (una especie de prolongado susurro, en el cual parece presentirse la paz de la Sinfonía n.° 6, v.) y un breve episodio central más movido y dramático alejan todo peligro de monotonía de la tranquila belleza de esta página. Ciertamente el danzante y gracioso «Rondó» final no está a la misma altura espiritual de los dos movimientos que lo preceden, pero quedará siempre — por su gracia fresca y serena — como una bella página de música, cuyo interés está avivado por una insólita abundancia de detalles imitativos y contrapuntísticos: la explicación de esta particularidad estilística podría hacerse remontar a la circunstancia de que en su origen este trozo había sido concebido para un conjunto de varios instrumentos. Su tema principal es, en substancia, el mismo diseño inicial del segundo tema en el «Allegro», y es una idea que desde las primerísimas composiciones de Beethoven había aguijoneado su fantasía y que encuentra aquí una formulación definitiva.
M. Mila