Son cuatro, escritas en la madurez, y aunque acusan la experiencia estilística de Johannes Brahms (1833-1897), representan la parte menos interesante de su obra. Capaz de expresar los sentimientos íntimos y personales, Brahms carece de grandeza trágica, de empuje sublime y de aquella humanidad necesaria para afrontar una verdadera construcción sinfónica. Por ello, en las sinfonías, las páginas más bellas están constituidas por los «Adagios», los «Scherzos» y los «Allegrettos», en los que la naturaleza liederística de Brahms puede expansionarse con mayor seguridad, sin preocupación de asumir una forma más heroica y beethoveniana. La Primera sinfonía en «do menor», escrita en 1877, está constituida por un movimiento inicial, forzadamente patético, por un «Andante» más bien retórico, por un «Poco allegretto» que sustituye al «Scherzo» (graciosa fantasía en la que brillan todo el espíritu y la vivacidad del compositor) y un final no exento de énfasis, cuyo tema principal hace pensar en el del «Himno a la alegría» de la Sinfonía n.° 9 (v.) de Beethoven; la melodía, encomendada a la trompa, está escrita a imitación de la llamada de la trompa de caza, y es luego ampliada por las trompetas para diluirse finalmente en el sonido lleno de los violines, con una amplitud y una sonoridad que ganaron para toda la obra, por parte de Hans von Bülow, el apelativo de «décima sinfonía», como si fuese continuación de las sinfonías beethovenianas. La Segunda sinfonía en «re mayor», escrita en 1878, se denomina también «Pastoral», por su primer movimiento, trazado con gracia sencilla y exquisita. Al «Adagio», en el que el tema se halla recargado por una orquestación demasiado escolástica, sigue el «Allegretto», que es una obra maestra de construcción y de color: viene a ser una especie de danza lenta, por dos veces interrumpida por un «trío» movidísimo, en el que el espíritu del antiguo minueto se anima con nueva gracia al mezclarse con elementos propios de las danzas zíngaras. El mérito de esta sinfonía estriba en su desenvolvimiento, que no es deliberadamente heroico, a imitación de Beethoven, sino sencillo y fluido. La Tercera sinfonía en «fa mayor», escrita en 1884 y definida por Hanslick como «la Heroica de Brahms», refleja la felicidad del artista al llegar a la cúspide de su fuerza y de su actividad creadoras. El primer tiempo comienza con un tema violento, lleno de empuje, que se enlaza mal con el segundo tema, simplemente lírico. Sigue un «Andante con variaciones» desarrollado sobre un tema enjuto y de poca originalidad. En cambio, el «Allegretto» es una de las expresiones más fuertes del espíritu de Brahms, y se diferencia netamente de los «Scherzos» y de los «Minuettos» de las sinfonías de Beethoven, de Mozart y de Haydn. El último tiempo, «Allegro finale», como el tercero, recuerda a Mendelssohn en su línea melódica, pero con mayor solidez constructiva. La Cuarta sinfonía en «mi menor» es indudablemente la más sincera y original entre las composiciones sinfónicas de Brahms. Escrita en 1886, muestra una construcción segura y clara y representa el momento de conjunción del sinfonismo constructivo de Beethoven y la sensibilidad moderna. Ya el primer tiempo, un «Allegro, ma non troppo», aporta un nuevo carácter trágico, ignorado por los sinfonistas precedentes y por el propio Brahms de las obras juveniles. A un tema en «mi menor», casi sollozado por los violines que, a su vez, cede el puesto a una cantilena larga y apasionada de los violoncelos.
Sigue un «Andante moderato» en «mi mayor», cuyo motivo principal, expuesto por las trompas es recogido por el clarinete, juega con el segundo tema, confiado a los violines y violoncelos. El tercer tiempo es un «Scherzo», que, tras un comienzo alegre de todos los instrumentos, se aquieta en una sencilla frase de entonación popular. Contrasta el tono fúnebre del «Final», característico porque en él adopta Brahms, aunque libremente, la forma de la «passacaglia», desarrollado en 32 variaciones; la orquesta alcanza aquí extraordinaria potencia de contrastes, revelando las posibilidades polifónicas de Brahms; una de las más bellas variaciones es la decimotercera, en la que el ritmo más marcado y los acordes de trombones y bajos, acompañados por ligeros arpegios de los violoncelos y violas, hacen pensar en antiguas instrumentaciones.
L. Fuá
Aquí hallamos [Segunda sinfonía] un arte de combinaciones y de desarrollos absolutamente de primer orden, una arquitectura sonora de gran maestro; esta música, sin embargo, no consigue otro efecto que solicitar nuestros nervios auditivos sin suscitar en nosotros emociones de otro orden. Es siempre ingenioso,*con frecuencia interesante (en el sentido más estricto de la palabra), pero nunca conmovedor ni atormentador. (Dukas)
¿Después de Chopin, Brahms? Él nos proporciona un sorbo refrescante en vez del ajenjo azucarado, del dulce veneno exasperante del encantador polaco. (Hineker)
Con la Segunda Sinfonía… Brahms hizo seguir al patético cuadro de la lucha que nos pintó en la Primera, otro en contraste, con un noble goce de la vida misma. Especialmente se manifiesta aquí como ardiente y delicado amigo de la naturaleza, tanto que se podría denominar esta obra como su «Sinfonía pastoral». La Tercera, que no sin razón fue saludada por Hans Richter como la «Sinfonía heroica» del maestro, traza la imagen de una naturaleza fuerte, que aleja de sí con igual energía sombríos pensamientos y atractivos sensuales. Pero en la presentación de este asunto procede insólitamente, ya que el lugar del conflicto coincide con el fin de la composición… La Cuarta se distingue netamente de sus hermanas por dos características propias. Ante todo, esta sinfonía es la más melancólica, y, en segundo lugar, es la más rica en rasgos arcaicos… Es como una visión otoñal, un canto históricamente estilizado del pretérito, una composición sobre el tema de la nulidad humana, que Brahms no cesaba de tratar, como antes que él lo hiciera Sebastian Bach. (Kretzschmar)
La Tercera Sinfonía es, efectivamente, heroica… pero en el espíritu de Brahms. A pesar del dramatismo y el ardor verdaderamente heroico y viril, su palabra última y definitiva es de sabiduría y de serena resignación. Y ésta se halla expresada con tan estupenda sinceridad, y la forma musical de que se reviste alcanza efectos de tan alta emoción, que cabe decir que esta obra es la composición sinfónica más típica, más personal y más importante de Brahms. En ninguna otra sinfonía ha revelado Brahms tan magníficamente su personalidad; en ninguna otra su personalidad ha encontrado una expresión tan maravillosamente pura e inconfundible; en ninguna otra ha dado muestras de una libertad espiritual similar. (W. Niemann)