En la sala de un tribunal, el príncipe Dimitri Ivánovich Nekjhliudov reconoce en una joven prostituta acusada de homicidio a Katiusha Másleva, la muchacha, medio sirvienta, medio hija adoptiva de sus tías, a la que había seducido diez años antes. Consciente de la responsabilidad tenida en la suerte de Katiusha, Nekjhliudov, un espíritu inquieto, recordando su amor por Katiusha, decide casarse con ella, afanándose mientras tanto para salvarla de la condena.
Katiusha, agriada por la vida, desconfía, sin embargo, de los ofrecimientos de Nekjhliudov. Cuando es condenada a trabajos forzados en Siberia, Nekjhliudov la sigue. Mientras Katiusha recobra lentamente la antigua dignidad, Nekjhliudov siente agudamente el abismo que existe entre los desheredados y la sociedad que los condena sin apelación.
Después de haber obtenido por fin el perdón para Katiusha, el príncipe renueva su petición: por distintos y más altos motivos ella lo rechaza una vez más. Nekjhliudov sigue solo el camino señalado por el Evangelio.