Breve poema del escritor inglés recitado en el Sheldonian Theatre de Oxford en 1878 y ganador del premio Newdigate.
Wilde evoca su visita, un año antes, a Rávena, extrañamente silenciosa y desierta, semejante a una ciudad encantada, envuelta en una atmósfera de olvido. Reposan en sus tumbas Gastón de Foix, Teodorico y Dante; y la hierba crece entre los mármoles del pavimento en el palacio donde habitó Byron, gran hijo de Inglaterra, caído por la independencia griega. En el pinar, a la luz ambarina del oscurecer, parece como si se viera reaparecer a las antiguas divinidades de los bosques; pero queda roto el encanto por los toques de las campanas de un convento.
Rávena ha decaído de su antigua grandeza, de su esplendor antiguo; privada de su secular dignidad, abandonada por el mar, reposa en solitaria tristeza y no renace como las demás ciudades de Italia, liberadas de la dominación extranjera. El silencio de sus ruinas advierte lo vana que es toda humana grandeza. El poema es ligeramente académico en su trabajada belleza formal y en la expresión de sentimientos y pensamientos a menudo convencionales. Se nota la inspiración byroniana; a veces nos parece estar acompañando al peregrino Harold (v.) en su itinerario poético por las ciudades de Italia.
Se han desvanecido las juveniles veleidades católicas de Wilde, que ahora es admirador del paganizante Swinburne. El poema está escrito en endecasílabos yámbicos con rima pareada. Es el verso de Dryden y de Pope, que frena el ímpetu de la inspiración poética, y da a las descripciones y a las meditaciones una elegancia lineal algo rebuscada. [Trad. castellana de Julio Gómez de la Serna, en Obras completas, 5.a ed., Madrid, 1954, págs. 791-797].
T. P. Pieraccini