Aunque en algunas de sus composiciones se manifestaron adversos al movimiento literario que había de culminar en el gongorismo, los poetas del grupo antequerogranadino de finales del siglo XVI son, de hecho, un eslabón más de la cadena que había de culminar en el genial cordobés.
Luis Barahona de Soto (1548-1595) no es excepción entre sus compañeros, y si uno de sus sonetos («Esplendores celajes, rigoroso/selvaje, llama…») es una divertida sátira contra el lenguaje poético del divino Herrera, en su más famosa composición, Las lágrimas de Angélica, deja traslucir con frecuencia una fina elegancia y cuidado estilo que permiten citarlo entre los precursores de Góngora.
Las lágrimas de Angélica, publicado en 1586, es un poema narrativo a la italiana, un tanto desigual en su estructura y excesivamente sobrecargado de episodios. También bajo la influencia italiana escribió Barahona otras muchas composiciones; de gran belleza y sentido acento es la que permite compararle a Herrera; «A la pérdida del rey don Sebastián en África», y, sobre todo, la conocida «Égloga de las hamadríades», así llamada porque comienza con el verso: «Las bellas hamadríades, que cría…» Tradujo libremente a Ovidio y en las Metamorfosis (v.) están inspiradas la «Fábula de Vertumno» y la de «Acteón», en las que el poeta se mantiene adicto a las formas de la escuela tradicional castellana.
En la primera narra cómo Vertumno logra satisfacer su amor por Pomona transformándose en la figura de una vieja y llegando así a la joven, a quien le es fácil convencer de que acepte sus insinuaciones y se entregue al apuesto galán en que a continuación se convierte. En la de Acteón, cuenta cómo éste fue convertido en ciervo por Diana y devorado por sus propios perros, a causa de haber contemplado a la diosa mientras ella tomaba su baño.
A. Pacheco