[Sonety krymskie]. Serie de dieciocho sonetos, que constituyen una de las obras maestras del poeta polaco Adam Mickiewicz (1798-1855), publicada en 1826, en que se reflejan las impresiones. del poeta durante un viaje a Crimea, realizado en 1825. El primero de estos sonetos, «Las estepas de Akerman» [«Stepy akermanskie»], refleja la triste sensación de soledad del poeta desterrado que, perdido en la inmensa estepa, anhela oír una voz — que no llega — de su nativa Lituania. En los tres sonetos siguientes, «Calma del mar» [«Cisza morska»], «La travesía» [«zegluga»] y «La tempestad» [«Burza»], al pasar del océano de las estepas al mar, en viaje hacia la Táuride, el alma del poeta parece mecerse en la tranquilidad de las olas; pero la serenidad del mar — como la del corazón — dura poco; llega la tempestad y también el espíritu del poeta «se levanta sobre los remolinos».
En el quinto soneto, «Visión de los montes desde las estepas de Kozlov» [«Widok gór ze stopów Kozlowa»], el poeta relata a un «Mirza» que le acompaña el éxtasis que experimenta ante el grandioso espectáculo que admira. Los cuatro sonetos siguientes hablan de Bachcisarái, pintoresca y pequeña ciudad de la Táuride, antigua residencia de feroces «kanes» tártaros, uno de los cuales, Ghirei, condujo allí, según la leyenda, a una bella princesa polaca, María Potocka, de la que se había enamorado perdidamente y que allí acabó misteriosamente sus días. (Es ésta la leyenda que inspiró a Pushkin el famoso poema: La fuente de Bachcisarái, v.). Las ruinas del palacio de Bachcisarái recuerdan al poeta la romántica historia de amor y muerte de la princesa, y pensando en la víctima polaca su corazón de desterrado late dolorosamente: «¡Oh, polaca! También yo terminaré mis días en solitaria nostalgia; / pueda echar aquí un puñado de tierra una mano amiga; / los viajeros a menudo hablan junto a tu tumba, / y me despertará entonces el son del idioma nativo; y un poeta un canto solitario, en ti pensando / viendo mi tumba vecina, también para mí entonará» (sonetos VI, VII, VIII y IX: «Bachcisarái», «Bachcisarái de noche» [«Bakczysaraj w nocy»], «La tumba de Potocka» [«Grób Potckiej»], «Las tumbas del harén» [«Mogily haremu»]). El poeta, extasiado, pasa al encanto de las cimas de Bajdar y Aluszta en los tres sonetos que siguen: «Bajdary», «Aluszta de día» [«Aluszta w dzien»], «Aluszta por la noche» [«Aluszta w nocy»], y finalmente llega — siempre acompañado por el «Mirza» — delante del titánico Czatyrdah, «bajá de los montes», desde cuya cumbre, mirando el espectáculo arrollador del paisaje que se extiende en la lejanía, no puede impedir un nostálgico retorno del corazón a la patria lejana y a la mujer amada «en la primavera de sus días» (sonetos XIII y XIV: «Czatyrdah» y «El peregrino» [«Pielgrzym»]). El soneto XV describe la grandiosa visión que se ofrece a la mirada del poeta en «El camino del barranco de Ciufut- Kalé» [«Droga nad przepascia w Czufut- Kale»].
El «Monte Kikineis» [«Góra Kikineis»] le inspira, por boca del «Mirza», una poderosa descripción del abismo que se abre bajo su mirada; la visión de las «Ruinas del castillo de Balaclava» [«Ruiny zamku w Balaklawie»] (son. XVII), que siglos atrás construyeron los genoveses, despierta por un instante, en su espíritu trastornado por la grandiosidad de la naturaleza que le envuelve, reminiscencias de un lejano pasado, allá donde «el griego grabó en las paredes adornos atenienses» y donde «el italiano impuso cadenas al mogol». El ciclo finaliza con una especie de visión panorámica de la Táuride desde las rocas del salvaje y granítico Ajudah, en cuyas cimas el desterrado poeta gusta de aplacar su alma viendo «cómo las olas espumosas ora en negras hileras / estallan apretadas, ora como buques de plata / en millones de iris giran magníficamente…». «Igualmente en tu corazón, oh joven poeta, / la pasión a menudo suscita amenazadoras borrascas, / pero cuando levantas el laúd ella, sin daño tuyo, / huye para hundirse en la profundidad del olvido, / dejando tras de sí cantos inmortales, / con lo que los siglos harán guirnaldas para tu frente».
E. Damiani